Las etiquetas tienen una ventaja increíble, pues nos permite clasificar fácilmente cosas y eventos.
Nos ahorran tiempo, energía y con ello nos permiten disfrutar más y mejor.
Siempre y cuando la etiqueta esté bien asignada, por supuesto, porque de no estarlo, el lío es tremendo.
Ejemplo: se rotula un líquido incoloro e inodoro como «agua», pero resulta ser aguarrás; ¿te imaginas cuál pudiera ser la fatal consecuencia para quien de un trago?
Por su comodidad y beneficios, nuestra mente se habitúa al uso de las etiquetas, y es una decisión inconsciente e involuntaria muy sabia.
Siempre y cuando la etiqueta no tape problemáticas que debieran ser resueltas.
Porque sucede que, cuando la cosa, evento o persona fue etiquetada y no se tomaron en cuenta variables fundamentales en el etiquetado, lo que se está haciendo es generar conflictos o aumentar los problemas allí en donde ya existen.
Notaste que mencioné «personas», y sí, es así… la gente etiqueta a la gente con etiquetas que no se han hecho para rotular personas.
Ejemplo: la mente inconsciente de la maestra clasificó al niño que se aburre en clase y molesta como: «el niño problema»; a partir de ese instante no se hará ningún esfuerzo por su parte para conocer qué pasa con ese niño, qué puede hacer para ayudarlo, encontrar las causas de su conducta dentro de lo que para una maestra es posible y lógico. Entonces, quizás el niño se aburre porque su capacidad intelectual es muy superior a la propuesta educativa de la maestra y molesta porque se siente agredido por la maestra y no encuentra otra forma de llamar la atención. Es solo un ejemplo dentro de un ejemplo, las variables podrían ser diversas, tómese entonces como ejemplo.
En ocasiones no es la mente inconsciente la que asigna etiquetas erróneas o fraudulentas, sino que es una elección voluntaria, razonada, aunque probablemente mal argumentada y peor diagnosticada la consecuencia.
Ejemplo: la joven adulta dice que no se siente atraída por las cosas sexuales, ni siquiera por conseguir alguien con quien formar una pareja y eventualmente una familia. Al ver las propuestas progresistas descubre que existen los «A», de asexuados, y entonces razona que a ella le cabe ese rótulo y a partir de entonces deja de angustiarse conscientemente y deja de pedir auxilio inconscientemente. Se convence y quiere convencer al entorno que es feliz siendo «A» y su vida pasa por otra parte, no por las relaciones íntimas y de pareja. Pero esa joven, quizás y es solo un ejemplo dentro del ejemplo, realmente está desesperada por el vínculo intenso y sagrado de la sexualidad, pero algunas vivencias y elementos de su Sistema de Creencias, la llevan a tener un terror terrible a todo lo que sea vinculado a lo sexual. No porque no quiera la experiencia o sufra en su proceder físico, sino por una atroz fantasía de origen emocional que nada tiene que ver con la etiqueta de asexuada. Entonces pasará su vida, o mucho de ella, actuando un personaje que no la representa, pero que tapa algo que debiera curarse, y puede hacerse, pero ella escogió no hacerlo.
Es nuestra tarea sagrada descolgar de nosotros las etiquetas infames y que llevan a conductas ajenas al sentir espiritual.
Es necesario que demos una mano, respetuosa y amorosa, a aquellos que cargan etiquetas que los congelan en personajes que no representan la belleza de su NESHAMÁ.
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