Ocurre un suceso, puede ser externo (algo o alguien se mueve, escuchas algo, ves algo, tropiezas, te cae encima algo, etc.) o interno (pensamiento, idea, sentimiento, emoción, dolor, etc.).
Es decir, hay un algo que despierta tu atención.
Se pone en funcionamiento el complejo sistema de percepción, sea por excitarse alguno de los famosos cinco sentidos, o cualquiera de los otros sentidos que no son tan famosos.
Entonces… ¿qué sucede entonces?
Si todo marcha bien se produce una de estas dos posibilidades: la reacción o la respuesta.
La reacción es automática. Es parte de nuestro repertorio instintivo de contestación. Nacemos con ella y no precisamos aprenderla en lado alguno.
O, es alguno de los hábitos que se convirtieron en una segunda naturaleza, inconsciente, maquinal, instantánea por la repetición de cierta conducta.
Y además, el Sistema de Creencias ya tiene prejuzgado un set abundante de cosas, personas, lugares, acontecimientos, y es súper cómodo y rápido usar una etiqueta automáticamente generada que ponerse e evaluar y juzgar con justicia.
Cuando reaccionamos somos robots simplones aunque complejos, que actúan de acuerdo a su programación y no a los malabarismos y astucias de alguna inteligencia artificial.
Somos animales que han sido adiestrados para realizar tal o cual pirueta al recibir tal o cual incentivo, sin pensar, sin crear, sin decidir.
Tan solo se mueve el gatillo y la reacción se dispara.
Es cosa de fracciones de segundo para que suceda.
Y es buenísimo que así sea, pues es un mecanismo fantástico para la supervivencia.
También, porque permite a nuestro organismo ahorrar preciosa energía, que no se derrocha en complicados e innecesarios razonamientos y dudas.
Simplemente se lanza la reacción, sin pensar, sin elegir, sin tomar en cuenta nada.
Se aprieta el timbre y suena la chicharra.
Simple, hermoso, maravilloso, brillante.
Pero, en esta misma simpleza estupenda se encuentra el grave peligro, pues, no todos los estímulos son mejormente contestados de esta manera.
Al ser humanos, algo más que animales (a veces) y algo menos que ángeles (a veces), nos suceden infinidad de cuestiones que precisan de otra forma de resolución.
Por ello el Creador ha diseñado otro mecanismo alternativo, tan valioso y necesario como la reacción, tan peligroso como ella, que es la respuesta.
Cuando respondemos, se supone que, estamos actuando con racionalidad, creatividad, amor, respeto, compromiso, ética, entendimiento y multitud de otros ingredientes que nos alejan del automatismo irreflexivo. Porque, para responder es necesario aplicar el intelecto, valorar el sentimiento, recordar lo aprendido, darse al menos unos segundos para considerar opciones, buscar la ganancia compartida, y muchas más acciones ideales.
Aunque, a veces la respuesta puede ser muy egoísta y ramplona, agresiva, perjudicial, asquerosa, y es una respuesta y no una reacción. Recordemos nada más a los grandes cerebros de entre los nazis, y nos daremos cuenta de que no por mucho pensar, ni saborear manjares culturales, ni saber montón de refinados datos, uno es mejor persona, ni sus acciones aportan SHALOM al mundo.
Pero, dejemos de lado ahora a los malvados, para enfocarnos en valorar la respuesta como una contestación valiosa en sí misma.
Porque, tengamos en cuenta que no siempre tenemos que reaccionar, sino que a veces es necesario responder.
Con la intención, siempre en la medida de lo posible, de estar construyendo SHALOM por medio de pensamientos, palabras y actos de bondad Y justicia.
Entonces, cuando la reacción es lo necesario, bienvenida sea.
Pero, cuando es el tiempo de la respuesta, no permitamos que la reacción se adueñe de la escena; ya que, si reaccionamos cuando hay que responder, lo más probable es que entremos en una espiral de confusiones, malos entendidos, agresiones, gastos, sufrimiento y otras cosas no tan dulces.
Claro que decirlo es fácil, la cosa es ¿cómo hacerlo?
Porque, como ya mencionamos, la reacción es automática e instantánea. En poquito rato uno ya está ejerciendo el acto reactivo, sin haber tenido el tiempo para meditar una respuesta. La reacción no es algo que uno decide… ¿entonces?
Una manera de resolver esto es en base a persistencia, constancia, paciencia en el entrenamiento a controlarse, a ejercer el dominio sobre el propio acto. Tomar aire, guardar silencio, mantenerse quieto, para aflojar la tensión explosiva de la reacción y dar paso al lento camino del pensamiento responsivo.
Que respondas en lugar de que reacciones no te asegura un buen resultado ni alguna victoria, pero al menos te pone en el camino del éxito.
La única cosa es… y cuando se precisa realmente de la reacción, por ejemplo se te viene encima un camión a pisarte, ¿no es contraproducente tomarse el tiempo para reflexionar que es necesario saltar como desesperado para ponerse a salvo?
Te dejo a ti que pienses una respuesta inteligente y creativa para esta duda.