Romper las ideologías es romper la idolatría

« Avram se fue, como el Eterno le había dicho, y Lot fue con él. Avram tenía 75 años cuando salió de Jarán.»
(Bereshit/Génesis 12:2-4)

Desde que nacemos vamos armando nuestro Sistema de Creencias, que se compone de montón de elementos, muchos de ellos inaccesibles para nuestra mente consciente.
Van ahí mandatos de los padres, la moral de la sociedad, los imperativos de los grupos a los que uno se afilia, los resultados de la lucha contra el EGO, el llamado tenue de la voz de la NESHAMÁ que somos, propaganda, fragmentos de creencias que vamos recogiendo sin darnos cuenta y algunas cosas más.
Es a través de este SC que vamos interpretando nuestra existencia, haciendo de cuenta que le damos sentido a lo que pasa, nos pasa, queremos, nos duele, nos alegra, perdemos, etc.
Es decir, miramos el mundo a través de los lentes del SC, al mismo tiempo que vamos rearmando ese SC con los acontecimientos que vivenciamos.
Llegamos a un punto en nuestro crecimiento que el SC se va anquilosando, volviendo más pesado, rígido, petrificado. Ya no es un sistema vivo, que se modifica, muta, cambia (para mejor o peor); sino que se va repitiendo a sí mismo, se queda cada vez más quieto, repetitivo, aniquilador. Por ello también se esfuerza en preservarse a sí mismo, negándose a cambiar, porque el cambio implica angustia, esfuerzo, moverse, aprender, desaprender, dejar de estar seguro.
Entonces, pasamos por la vida aferrados a un SC que quizás no sea el más saludable, equilibrado, positivo, bueno, para nosotros y quienes nos rodean.
Pero, es el SC que pudimos armar, y que sentimos, creemos, que nos pertenece, que nos representa, que no podemos vivir sin él.

El patriarca de los judíos, Abraham, desde muy, pero muy pequeño aprendió a romper con los ídolos, con las ideologías.
No dejaba que su SC se convirtiera en un rey viejo y descarado, que lo hiciera esclavo y lo momificara en una existencia hueca y pesada.
Abraham cada día comenzaba su reestructura, abierto al cambio, dispuesto a cambiar y a ayudar a quien quisiera a hacerlo.
Lo cual le creaba innumerables conflictos con el mundo servil en el cual vivía.
Abraham tuvo que aprender a soltar, de dejar ir, a no aferrarse a nada; hasta que a los 75 años de edad, el propio Dios le confirmó que su camino era el camino correcto.
NO porque estuviera haciendo una vida religiosa, o buscando inventar alguna religión; sino porque estaba expresando la verdadera espiritualidad, aquello que Dios espera de cada uno de nosotros.

Se lo confirmó varios años más tarde:

«Avram tenía 99 años cuando el Eterno se le reveló y le dijo: –Yo soy El Shadai [Dios Todopoderoso]; camina delante de Mí y sé íntegro.»
(Bereshit/Génesis 17:1)

Era lo que el patriarca venía haciendo sin pausa, pero ahora con el beneplácito expreso del Creador.
Quizás es una invitación para cada uno de nosotros, para ser íntegros delante de Dios y caminar así con satisfacción por este mundo hacia un espléndido futuro.

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