Un viejo refrán sefaradí es el que dice: “El Dio no da moneda, pero aze modos i manera” (Dios no da dinero, pero da el modo y la forma de conseguirlo).
Porque Dios no es el servidor mágico que nos hará los mandados, promoviendo la pereza, la queja y la mendicidad para obtener algún logro.
Por el contrario, el Eterno es un socio muy exigente, que hace SU parte y confía en que nosotros hagamos cada uno la nuestra.
Entonces, podemos pedir Su ayuda, que nos iluminé con ideas para buenas inversiones o negocios, que nos allane el camino de dificultades, que nos evite contratiempos, que permita que obtengamos el beneficio de Su bendición, PERO, tenemos que ponernos a trabajar.
Atendamos esto que indica la parashá:
«Cuando uno de tus hermanos esté necesitado en alguna de tus ciudades en la tierra que el Eterno tu Elohim te da, no endurecerás tu corazón ni le cerrarás tu mano a tu hermano necesitado. Le abrirás tu mano con liberalidad, y sin falta le prestarás lo que necesite.»
(Devarim/Deuteronomio 15:7-8)
Por lo general se entiende el pasaje como si se tratara de tzedaká, entendida como limosna, por medio de la cual alguien que tiene dinero le da a quien no tiene. Como si de una donación se tratara, como si el necesitado fuera un receptor humillado e incapaz.
Pero leamos con detenimiento lo que está diciendo aquí la Torá, porque NO está hablando que regalemos la plata a quien la necesita.
Mira bien: “sin falta le PRESTARÁS”.
¡Exacto!
Estamos ante el mandamiento que nos dice de dar generosamente, según su necesidad al necesitado, pero haciéndolo partícipe de una sociedad económica y no un mero receptor, inútil, incapaz, impotente.
Por ello el grado más alto de la tzedaká es arreglar que el necesitado genere su propio ingreso y no tener a la persona dependiente y en estado de incapacidad.
Es decir, actuar como lo hace Dios, quien puede dar sin más pero prefiere hacernos socios en aquello que podemos aportar a la sociedad conjunta.
Dios confía en nosotros, por eso nos nombra Sus socios.
Eso nos fortalece, nos enriquece y no solamente en el plano económico o material. Nos da sentido a la vida, nos llena de sano orgullo, nos evita humillaciones, nos pone en el rol de personas con poder y no solamente recipientes que están incapacitados de construir un mundo mejor.
Algo similar, en nuestra infinitamente menor escala, es lo que podemos hacer con el prójimo necesitado.
Convertirlo en un motor de desarrollo y no en un lastre para nuestra sociedad.
No dar monedas, sino enseñar a trabajar, cooperar en lo que se puede, para que sea el pobre quien genere su propia riqueza.
Que tengamos la capacidad para prestar una caña y enseñar a pescar, en lugar de regalar pescados a los pobres y mantenerlos en pobreza toda la vida.
¡Éste es un mensaje realmente progresista, y no el de repartir planes de auxilio y mantener la usina de pobres y desamparados como piezas en un juego de politiquería y manipulación social!