Un día, una niña pequeña está sentada y observa a su madre lavar los platos en el fregadero de la cocina. De repente se da cuenta de que su madre tiene varios mechones de cabello blanco que sobresalen en contraste con su cabello castaño. Ella mira a su madre y le pregunta con curiosidad: «¿Por qué algunos de tus pelos son blancos, mamá?»
Su madre respondió: «Bueno, cada vez que haces algo mal y me haces llorar o infeliz, uno de mis cabellos se vuelve blanco».
La niña pensó en esta revelación por un tiempo y luego preguntó: «Mamá, ¿cómo es que todos los pelos de la abuela son blancos?»
Se realizaron numerosos estudios, muy serios y especializados, que fueron revelando algo que en nuestra Tradición es muy sabido: el lenguaje determina la forma en que comprendemos el mundo, lo que a su vez pauta la manera en que nos relacionamos con él.
Pero es incluso más fuerte el poder de la palabra, puesto que también afecta la realidad material, incluso hasta aquella que no tiene oídos ni cerebro para comprender lo que se dice. Por ejemplo, es ya famoso el Dr. Masaru Emoto con sus demostraciones al congelar agua, quien desee puede buscar en la Internet más información.
Si prefieres quedarte en el cómodo sector que restringe el efecto de la palabra sobre nuestro pensamiento y posterior conducta, sin que afecte la realidad material, está bien también.
No es casualidad que la Torá nos cuente que el universo fue creado a través de “la palabra” del Creador.
Ese es un detalle que bien podría haberse ahorrado el divino Autor, y sin embargo eligió que lo conociéramos.
Así mismo, la palabra creadora ciertamente no es como la nuestra, es decir que no hubo un sonido saliendo de un mítica boca infinita. Porque Dios no tiene boca, ni habla como nosotros lo hacemos, ni realmente pronunció unas palabras que mágicamente hicieron el todo a partir de la nada.
Entonces, ¿qué quiere decir en concreto que Dios habló y el mundo fue hecho?
Pues, solamente Dios lo sabe y tiene la capacidad para comprenderlo; nosotros jamás penetraremos ese imposible misterio.
Pero nosotros podemos tomarnos de esta revelación del acto creador y emplearlo para mejorar nuestra vida, y la de quienes nos rodean.
Una de las enseñanzas prácticas la encontramos en nuestra parashá, Shoftim, cuando Moshé cuenta que:
«El Eterno me dijo: ‘Está bien lo que [los israelitas] han dicho [respecto a algo que tenían que hacer Dios y Moshé para ellos].»
(Devarim/Deuteronomio 18:17)
Cada palabra, cada letra, es atendida minuciosamente por Dios.
No hay nada que quede extraviado ni olvidado, ni de lo que hacemos, tampoco de lo que decimos.
Cuando nuestra palabra está en sincronía con la Divina Voluntad se produce un efecto beneficioso, de creatividad, de bendición.
Imagina que poderoso momento puede ser para ti cuando el propio Creador admite tu pedido, aprueba tu planteo, y lo evalúa como algo que es “bueno”.
El infinito se pone a operar en la realidad para generar un espacio de posibilidades, para que aquello hablado se manifieste.
Lo peligroso de esto es cuando usamos la palabra para lo negativo, cuando sembramos semillas oscuras que pueden germinar en bosques tenebrosos.
Entonces, ¿qué nos conviene hacer?
¿Acostumbrar a nuestra boca a elogiar, agradecer, animar, congeniar, amigar, motivar la bendición?
¿O que estemos plantando obstáculos que luego se pondrán como tropiezos a nuestros pasos?
Por tanto, ¡cuida tu palabra!
En ella está una gran clave para atraer la bendición, o para cosechar maldiciones.
Ten presente que la palabra decreta realidades, sepamos o no los mecanismos para que ello suceda. Por consiguiente, es de sabio, prudente y astuto provocar reacciones beneficiosas con lo que dices (y aprendiendo a callar con elegante simpleza).
Como último detalle, no esperes magia ni que el Creador se ponga a hacer los mandados por ti.
Pero si llenas de decretos positivos tu mente, tu corazón, tu ambiente, tu entorno, entonces seguramente estarás produciendo muchísimos brotes de prosperidad, salud, entendimiento, amistad… todo lo bueno.
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Esto me causó ternura:
«Imagina que poderoso momento puede ser para ti cuando el propio Creador admite tu pedido, aprueba tu planteo, y lo evalúa como algo que es “bueno”.»