Cada Shabat es obligación para el minián (congregación de 10 personas judías en edad de cumplir mitzvot) realizar la lectura pública de la sección correspondiente de la Torá. Semana tras semana vamos avanzando hasta llegar a su final y entonces reiniciamos la lectura, el estudio, el comentario, el compartir lo mismo que desde hace milenios, pero tratando de adecuar el mensaje a nuestra realidad presente.
Sin embargo, este dulce peregrinar progresivo tiene sus desvíos, precisamente cuando una fiesta ordenada por la Torá acontece en Shabat. Entonces, no leemos la parashá que continúa a la anterior, sino una porción que los sabios de antaño decidieron era acorde para acompañar la celebración de la festividad. Por lo cual, si uno de los dos días de Rosh haShaná, o Iom Kipur, o alguno de los días de Sucot y Pesaj es en Shabat, tendremos la lectura indicada para tal situación.
Este Shabat es también jol hamoed (día intermedio, semi-festivo) Pesaj. El segundo de jol hamoed en Israel, en tanto que en la Diáspora es el primero.
Por lo cual, habrá una lectura especial este Shabat en aquellos lugares que la autoridad civil permita la reunión, o los congregados se arriesguen (irresponsablemente y contra el reclamo de los guías espirituales de todas las corrientes judías actuales) en tiempos complejos de la pandemia causada por el Covid-19.
Se lea este año públicamente y de forma ritual, o no, es bueno que compartamos alguna enseñanza que se desprende de la porción correspondiente, que se encuentra en Shemot/Éxodo 33-12 a 34:26.
Allí nos encontramos con el siguiente versículo:
«El Eterno dijo, además, a Moshé : –Lábrate dos tablas de piedra como las primeras, y escribiré sobre esas tablas las palabras que estaban en las primeras, que rompiste.»
(Shemot/Éxodo 34:1)
Este párrafo no tiene directa conexión con Pesaj, sino con aquella fallida entrega de las Tablas de la Alianza, cuando, a causa del pecado del becerro de oro, terminaron destruidas. Ahora había llegado el momento del perdón y del reencuentro, de volver a la senda que nunca debió ser abandonada.
Tendrían nuevamente el beneficio divino de contar con ese objeto sagrado, las nuevas Tablas de la Alianza.
Para ello pide el Eterno que sea Moshé quien traiga los dos trozos de piedra, en los cuales quedarían esculpidos los catorce mandamientos que forman el Decálogo.
Hay aquí una gran diferencia con la ocasión anterior, cuando el Eterno entregó todo de Su parte: las tablas, la inscripción y el contenido. En aquella oportunidad, el trabajo de Moshé, en representación del pueblo judío, era como un “delivery” (dicho con todo respeto). Dios entregaba una obra completa (las Tablas) para que el mensajero (Moshé) las dejara en manos de su receptor (el pueblo judío).
Como el receptor no estuvo a la altura, el mensajero reaccionó acorde y por ello ocurrió lo que ocurrió. Las primeras Tablas terminaron hechas añicos, sus letras volaron al Cielo. La piedra que había trabajado el Creador, volvió a ser un objeto material, carente de “la palabra”. Lo que estaba destinado a ser una poderosa llave a intensas experiencias espirituales, ahora estaba convertido en pedregullo.
Sin embargo, para las segundas Tablas era imprescindible que las personas tuvieran un rol más activo, ya no solamente como mensajero y como receptores. Ahora ellos tenían que proveer las piedras, cortarlas, darles forma, dejarlas listas para recibir “la palabra” directamente de Dios.
¿Cuál era el símbolo detrás de esto?
Que no podemos esperar que Dios obre por nosotros en aquello que es nuestra parte hacer. No es bueno vivir esperando milagros, tal como dice la Tradición, ni tampoco vivir recibiéndolos. Por el contrario, el judaísmo desde su inicio ha pregonado que tengamos conciencia, responsabilidad, compromiso, accionar, en resumen: que cada uno haga la parte que le toca. Ya Dios se encarga de hacer la Suya propia.
Cuando nos asociamos a Dios, cada uno en su propia tarea, entonces la obra es mucho más poderosa y efectiva. Precisamente, aquellas segundas Tablas siguen preservadas y enteras, como el mismo día que fueron talladas las frases en ellas hace 3332 años. Desde hace mucho están ocultas, a la espera de ser reveladas, pero intactas, inalteradas.
La enseñanza aplica para todas las cuestiones de la vida, no solo para los asuntos espirituales o de la tradición.
Tenemos que encontrar cuál es nuestro rol en la obra y llevarla a cabo. Permitir que los otros, cada uno, haga la suya propia.
Podemos dar una mano al otro, pero no hacer su parte.
Cuando entre todos hacemos el papel que nos corresponde, la tarea se hace y es sagrada.
Ciertamente el mensaje es para todos los años, para todos los días, pero muy particular en estos momentos difíciles de aislamiento social, de tedio, de angustia, de complejidades que se avecinan para los individuos, familias y sociedades.
Tengamos confianza en el Creador, Él siempre hace Su parte.
Ahora, confiemos en nosotros, en cada uno, y esmerémonos en hacer nuestra parte.
Antes de finalizar, un pequeño chiste, que siempre son bienvenidos y más ahora cuando el tedio está acosando a muchos.
A la hora de la cena los padres le preguntaron a su hijo:
– ¿Hubo algo interesante hoy en la escuela?
– La maestra de tradición nos contó que Moisés era un espía ultrasecreto del Mossad que se coló en el palacio del rey de Egipto. Tenía una misión casi imposible, rescatar a los judíos que estaban presos en Egipto. Trabajó con otros espías ocultos, saboteó represas, envenenó animales, desparramó pestes biológicas, también aviones israelíes camuflados bombardeaban los campos y las casas… estaba lleno de trucos y armas súper geniales Moisés y su equipo.
Al final el rey tuvo que echar a los judíos porque su país estaba en crisis.
Cuando llegaron al Mar Rojo, los ingenieros militares armaron unos puentes con materiales secretos súper tecnológicos, que se expandían al contacto del agua y al apretar un botón se arrugaban haciendo que el agua inundara todo. Por allí pasaron los judíos y se salvaron, entonces cuando el rey de los egipcios y los tanques venían para alcanzarlos, los puentes se arrugaron y se murieron todos. ¡Ah, pero antes la aviación israelí los había atacado con aviones lanzallamas! ¡Era todo muy loco!
Por eso festejamos Pesaj, comemos matzá y todo eso.
La mamá lo miró con cara de “no te creo” y le preguntó: – ¿Eso lo que les contó la maestra de tradición?
– Bueno, digamos que no, que ésta es mi versión, porque si te cuento la de la maestra, ¡nunca la creerías!
¡Shabbat Shalom umboraj para ustedes y familias!
¡Pesaj Kasher veSameaj!
Que tengamos buenas noticias, bienestar, tranquilidad y salud.
Que podamos festejar juntos las próximas festividades.