Una Perspectiva Judía sobre la Comunicación Efectiva

En nuestra tradición, la palabra tiene un poder inmenso. El Midrash nos enseña lo que es patente en la Torá, que Dios creó el mundo con palabras, con el poder del lenguaje. Por eso, la forma en que nos comunicamos, cómo elegimos y utilizamos nuestras palabras, reviste una importancia fundamental. A menudo, caemos en la trampa del exceso verbal, del «palabrerío». Nos perdemos en rellenar espacios y tiempos con palabras que no aportan, que abusan, que sobran, que son pesadas. Damos explicaciones, demandas, recriminaciones y justificaciones, acompañadas de una intensa carga emocional, que en verdad, no suman a la comunicación y al entendimiento. Esta verborrea, lejos de persuadir, agota al interlocutor y diluye el mensaje.

La Torá nos enseña que la sabiduría y la elocuencia no son patrimonio exclusivo de ningún género, pueblo, estamento, clase social, profesión, edad, cultura, etc.
Lo significativo es tener claro la importancia de la claridad y la concisión.
Si bien es cierto, a mayor conocimiento y entrenamiento emocional, más fácil resulta la tarea; lo verificable es que el poder de la comunicación, a veces trasciende cualquier limitación que nos imaginemos.

El Pirkei Avot (Ética de Nuestros Padres) nos exhorta a ser «rápidos para escuchar y lentos para hablar». Esta máxima nos invita a la reflexión antes de pronunciar palabra, a sopesar el impacto de nuestro mensaje. Al tiempo que respetamos al otro en su pronunciación, sin apurarnos, sin taparlo, sin doblegar su voluntad comunicativa.
Por ello, la brevedad, combinada con la seguridad en uno mismo, es mucho más persuasiva que un torrente de palabras vacías. La mesura al hablar, la paciencia y buen talante para escuchar de verdad, son poderosas llaves que abren puertas insospechadas.

¿Cómo logramos esta elocuencia de la brevedad? Es de importancia la confianza. Pero esta confianza no debe ser una mera pose, sino que debe emanar de la convicción en nuestro propósito. Cuando tenemos claridad sobre lo que queremos transmitir y creemos en la validez de nuestro mensaje, nuestra comunicación se vuelve más directa, asertiva y efectiva. No necesitamos recurrir a largas argumentaciones ni a despliegues emocionales para convencer a los demás. Nuestra propia seguridad interna, nuestra «aura», se proyecta y persuade con mayor fuerza que cualquier discurso elaborado.

Nuestra actitud receptiva, la amabilidad para recibir el mensaje del otro, es también una clave sustancial que hace efectiva la relación comunicativa, y nos permite entablar una real conexión.

En definitiva, la comunicación efectiva desde una perspectiva judía implica responsabilidad, intencionalidad y respeto por el poder de la palabra. Se trata de utilizar el lenguaje con precisión y economía, transmitiendo nuestro mensaje con claridad y convicción. Así, honramos la tradición que nos enseña que las palabras, bien elegidas y utilizadas con sabiduría, pueden transformar el mundo. Y los silencios necesarios, son un sagrado componente que le da poder a nuestra palabra.

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