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Cada año, al llegar a la parashá Bemidbar, nos encontramos con un detalle curioso: el censo del pueblo de Israel en el desierto. ¿Por qué contar a los hijos de Israel, una y otra vez, con tanto detalle? ¿Qué relevancia tiene para nosotros hoy, que vivimos en la era de la hiperconectividad y el anonimato digital?
La Torá comienza el libro de Bemidbar, conocido en español como «Números», con una orden divina: contar a cada uno, por nombre, por tribu, por familia. No es un número estadístico, sino un acto de reconocimiento. En el desierto, donde todo parece igual, donde la multitud puede disolverse en anonimato, Dios recuerda que cada individuo cuenta.
Hoy también vivimos en una especie de desierto existencial: muchas personas sienten que no son vistas, que son apenas una parte sin rostro de una masa. Somos medidos por “me gusta”, vistas, algoritmos… pero ¿alguien realmente nos ve?
En esta era de hiperconexión digital, donde la información fluye torrencialmente, paradójicamente, nos encontramos inmersos en un mar de soledad, sentimientos de abandono lacerantes, y una alarmante proliferación de desinformación y relatos cargados de una malicia corrosiva.
Bemidbar nos enseña que ser contado es ser reconocido. No estamos solos. Somos parte de un pueblo, de una historia, de un plan divino. Y si aprendemos a mirar al otro como alguien que también cuenta, creamos un mundo con más dignidad, justicia y compasión.
Que esta parashá nos inspire a contar de verdad… no números, sino personas. A vernos y hacernos ver, no como cifras, sino como almas con propósito.
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