Al pie del Monte de los Olivos, en la parte oriental de Jerusalén, hay un gran jardín llamado ‘Gat Shemanim’, que es muy conocido por los cristianos como Getsemaní, acá les dejo el link al mapa de Google: link.
Su nombre lo podemos traducir como «Lagar de los Óleos». Evidentemente, debe de haber habido desde antiguo alguna conexión con la fabricación del aceite de oliva en ese lugar. Probablemente se hacían allí finos óleos del venerable olivo, que luego encendían llamas sagradas y profanas, perfumaban cuerpos y hogares, sazonaban ricos platos de la estupenda cocina mediterránea y medioriental.
Algunos dicen que en este jardín hay unos diez de los olivos más antiguos del mundo, ¡esos que tienen más de mil años! Incluso pueden tener cerca de 3.000 años, aunque los botánicos creen que los olivos no pueden existir más allá de los 1.500 años.
Probablemente no llegaremos a saber su edad, y de hecho, no creo que sea un dato relevante para nuestra vida.
Lo fascinante es su presencia, su vetusta y honorable presencia que nos conecta con otros tiempos, otras realidades sociales y materiales.
Estos organismos que sobrevivieron invasiones, hecatombes, terremotos, exilios, regresos, nuevos exilios, el ir y venir de culturas y lenguas, la matanza en nombre de religiones que dicen ser del amor.
Allá están, los olivos contemplando al mundo pasar, al humano transcurrir.
La fantasía religiosa inventó historias en sus veredas, haciendo que mágicamente resonaran como cadenas celestiales la esperanza en la agonía y la muerte que la literatura imaginativa religiosa creó.
Allí fueron erigidos templos a dioses y se veneran aún hoy imágenes de deidades paganas.
En ese lugar dicen que caminó un dios humano, un profeta que se profetizaba a sí mismo, un rey sin trono, un salvador que no redime; en fin, la narrativa puede ser portentosa, aunque carente de asidero en lo espiritual y en la realidad material.
Todas estas cosas, no las vieron aquellos ancianos olivos, porque no ocurrieron.
Sin embargo, ellos están allí, imperturbables, viendo al mundo pasar, al humano caer y volver a levantarse.
¡Las aceitunas se han utilizado en la Tierra de Israel durante más de diez mil años!
La ciencia lo demuestra, a diferencia de los relatos mágicos de las religiones, esto sí es comprobado y cierto.
Se han estado cultivando prolijamente durante 6.000 años.
Campesinos y artistas de la cocina han aprendido a sacar partido de esas frutas benditas.
De hecho, la aceituna es una de las que fueron mencionadas por Moshe Rabbeinu en Parashat Ekev, como parte de las siete especies con las cuales Dios ha bendecido a la Tierra de Israel.
Cada vez que comas una aceituna o que uses aceite de oliva, puedes dirigir tu pensamiento al Creador y a Su ciudad, que es Jerusalén.
Y pedir para que el pecado, la religión, la idolatría, no sigan mandando en el mundo.
Puedes también nutrirte y agradecer. Disfrutar y vincularte.
Desaprender los mitos y creencias que esclavizan y prepararte para aprender lo que te fortalece y empodera.
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