La Torá es:
«árbol de vidas para los que se aferran a ella; bienaventurados los que la retienen.»
(Mishlei / Proverbios 3:18)
La hojita alocada se deja caer del árbol de vidas y queda a merced del viento.
Como su conciencia es limitada, no se da cuenta de su realidad; por lo que se divierte con una risotada irracional mientras es llevada de un lado para otro, según la voluntad del viento.
Vuela para aquí, vuela para allá.
Se siente en las nubes, libre, sin compromisos, a pleno gozo, desconectada de ese árbol que la retenía y no le daba alas para volar.
Vuela en remolinos con otras hojas desprendidas, se mezcla con una y otra, se entrechocan, se goza en este lujurioso baile sin sentido, sin futuro, sin redes de seguridad.
Cuando ve a las hojitas prendidas al árbol, se enoja, las insulta, se burla, las trata de primitivas, les niega su derecho a existir, las trata de perturbar de una y otra manera. Es que ella se sienta libre, con poder, flotando en los aires a criterio del viento, en tanto las hojitas fieles apenas si se mueven con el mismo viento, apenas si se estremecen con las mutaciones obligadas por los demás.
La hojita pasea cabalgando sobre el viento, gira, da vueltas, se burla, es libertina, se emborracha de todo lo que alcanza, desprecia a las que son fieles a sus raíces y se aferra al árbol original.
La hojita sin darse cuenta se va quedando amarillenta, arrugada, amargada, pero no se da cuenta, porque sigue insultando a los que no son alocadas como ella.
La hojita está por los pisos, pisoteada, estrujada, adolorida, imposibilitada de cualquier movimiento, está destruida, ya no le queda más que unos momentos de hilito de vida.
Alcanza a ver hacia la frondosa copa del árbol de vidas, en donde sus hermanas siguen unidas a sus ramas, verdes, vigorosas, firmes, armoniosas, con vida.
El ojito que le queda útil se cierra definitivamente… teminó su aventura delirante, de creerse libre mientras solamente era esclava del viento…
La Torá es árbol de vidas para quienes se aferran a ella…