Dos visiones del mundo se contraponen, dos maneras de entender la realidad:
Una, aferrada a lo tangible, declara que solo existe aquello que podemos percibir con nuestros cinco sentidos. Lo que vemos, oímos, olemos, saboreamos, tocamos… eso es real. Lo demás, simple ilusión.
Esta tangibilidad incluye aquello que puede ser medido por aparatos, por lo cual, nos informamos también a través de los cinco sentidos. Aunque, hay gente necia y negada, que solo acepta aquello que ve con sus propios ojos, que toca con sus manos, y no lo que viene mediado por aparatos o enseñanzas.
Es decir, creerán que la tierra es plana, porque a simple vista es plana.
Creerán que por algún extraño mecanismo material, se transmiten las cosas que se explican por ondas de radio, pero, como no pueden tocarse esas ondas, entonces difícilmente existen.
En resumen, hay gente materialista, concreta, más o menos evolucionadas mental y emocionalmente.
Hay otra parte de la humanidad, en cambio, que dice que precisamente lo que percibimos con los sentidos es transitorio, efímero. Aquí hoy, mañana desaparecido. La verdadera eternidad, argumenta, reside en lo intangible. Es decir, hay un mundo inmaterial, podemos llamarlo espiritual, que es la única cosa real, en tanto que lo que percibimos con los sentidos es una fantasía, una representación, la sombra pasajera que no existe.
Hay cosas de este mundo que son placenteras, agradables, pero su existencia es fugaz. Una idea, una creencia, un axioma matemático, las almas indemostrables, esos sí perduran.
A esta gente se le puede demostrar fácticamente lo contrario a la razón de sus dogmas, pero resulta imposible de erradicar ciertas ideas, valores y aspiraciones. Hay un fanatismo, un extremismo, una ceguera mental, que trasciende el poder de lo material.
El judaísmo nos enseña que ambos mundos existen, ambos se interrelacionan, ambos son necesarios en este momento, porque tienen sentido y utilidad.
Estamos en el mundo material para hacer nuestra parte, trabajar, construir shalom, disfrutar, cumplir los mandatos divinos.
Sin embargo, también sabemos que hay una realidad trascendente, más allá de las limitaciones de tiempo y espacio. Que este plano sea eterno, no invalida el valor de lo temporal.
Entonces, la verdadera vida, la que perdura, se encuentra en la bondad, en la conexión con lo divino, en la búsqueda de la verdad y la justicia EN ESTE MUNDO.
Se encuentra en el legado que construimos con nuestras acciones, en la huella que dejamos en el corazón de los demás. Esa es la realidad eterna, la que resiste el paso del tiempo y las tormentas de la historia.
Podemos pasar por el mundo como si no hubiera espiritualidad.
Podemos engañarnos suponiendo que lo material no aporta a la vida eterna.
Pero, es en el encuentro constructivo de ambas posturas donde se encuentra la realidad.
Si lo tangible es transitorio, ¿en qué invertimos nuestro tiempo y energía? ¿Construimos castillos de arena a la orilla del mar, o sembramos semillas que darán fruto para las generaciones futuras? La elección, como siempre, es nuestra.
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