En la parashá Tazría aparecen dos temas principales: reglas al respecto de la mujer que concibe y da a luz e instrucciones acerca ley de la (erróneamente llamada en muchas traducciones) lepra (que es la dolencia de TZARAAT).
Los conceptos que maneja la Torá en estos casos resultan muy alejados de nuestro mundo moderno, para la mayoría de nosotros viviendo vidas muy diferentes a las que llevaban nuestros antepasados hace 3300 años, allá en el desierto de la frontera entre Asia y África.
Aun así, encontramos enseñanzas que pueden dar luz sobre nuestras vidas.
Veamos entonces un poco de lo mucho para aprender.
La Torá declara que una mujer que ha dado a luz pasa a estar en estado de «impura».
Comprendamos bien que NO ES impuro.
TAMÉ (impuro), TMEÁ (impura) NO significa algo sucio, enfermo, pecaminoso, abominable, despreciable o adjetivos similares.
Impuro es aquello que de alguna forma ha sido desconectado de la vida.
Por ello, el cadáver de una persona muerta es el objeto más impuro que hay, ya que el contacto con él nos pone ante la ausencia completa de vida.
Luego, hay otros estados de menor impureza, dependiendo de cuánto se ha desconectado de la vida el objeto o la persona impuros, que transmiten impureza.
Quizás cuesta entenderlo, porque no es un concepto moderno, cotidiano, que podamos ver y tocar; así que tenemos que hacer el esfuerzo por no juzgar con los preconceptos y permitirnos aprender lo que se nos está enseñando. Un concepto que para la mayoría de nosotros no tiene implicancias directas actualmente, no nos modifica en nada, no nos perjudica en nada, pero es necesario hacer el esfuerzo por aprender y comprender, porque eso es lo correcto y porque quizás algún día tengamos que hacer uso de este conocimiento.
En síntesis: TAHOR (puro) conectado a la vida; TAMÉ (impuro) desconectado de la vida.
En medio, un gradiente de niveles de pureza/impureza.
El contacto con un cadáver, probablemente lo entendemos.
También si estamos en la cercanía del mismo, o bajo el mismo techo (aunque ya cueste un poco más la comprensión del asunto).
Pero, según la parashá una mujer que pare se considera impura, ¿cómo puede ser esto?
¿No es justamente lo contrario, pues ha traído una nueva vida al mundo?
La respuesta es más sencilla de lo que parece.
Durante el tiempo de gestación la mujer estaba unida íntimamente a otra vida, había dos vidas compartiendo el espacio. Una de esas vidas dependía por completo de la otra, todo el tiempo.
Al momento de parir, la mujer trae esa otra vida al mundo, pero ha perdido la conexión directa, única. Ha sufrido una desconexión de vida, por tanto, ha entrado en un estado de impureza.
Que repito, no tiene nada de sucio, malo, enfermo, pecaminoso, ruin, infernal o cualquier otra consideración negativa.
En este caso, un evento natural (como la muerte, o los otros plasmados en la rústica gráfica que acompaña este texto) ha ocasionado una ruptura más o menos profunda con la vida, lo cual implica impureza.
Espero haya quedado claro el concepto.
La persona impura no puede entrar al monte del Templo, no puede participar de los rituales sagrados en el mismo, ni comer de las ofrendas elevadas en honor al Altísimo.
Por ello era sumamente importante en remotas épocas tener bien en claro este asunto, para ahí sí, no incurrir en pecado al profanar lo santo estando en estado de impureza.
Vemos que la Torá especifica que hay un grado diferente impureza según el sexo del recién nacido: una mujer que da a luz a un niño varón está impura durante siete días, y al octavo día se realiza la circuncisión de su hijo. Pero, eso no corta su estado de TMEÁ, pues continúa por un total de 33 días.
Sin embargo, una madre que da a luz a una hija es impura durante 66 días.
Antes de que se levanten las protestas y enojos, veamos que es muy fácil entender esta diferencia.
Si impuro es haber perdido contacto con la vida, cuando la mujer pare a una niña está desconectándose doblemente de la vida, pues esa niña eventualmente cargará en su seno una vida.
Es decir, el imán de pureza es mayor en las mujeres que en los hombres, de manera natural.
¿Se ha entendido?
Pasado el tiempo de impureza por el nacimiento, la madre eleva dos ofrendas en el templo, uno por el pecado, el otro de gratitud por el milagro del nacimiento que transcurrió en paz y por el nacimiento de un hijo/hija sano y completo.
Pero, ¿por qué por el pecado? ¿En qué ha pecado?
Según explican los sabios, muchas mujeres en un estado de semi inconsciencia prometen no pasar nunca más por el esfuerzo y dolor del parto mientras están en el trabajo del mismo. Es tanto el sufrimiento que desde el fondo del alma quieren no volver a pasar por algo similar.
Pero luego, o se han olvidado de esa promesa, o se han arrepentido.
A veces incluso, por el estrés y dolor del parto, puede ser que de cierta forma renieguen de su hijo/hija, o hasta pronuncien alguna cosa que mejor ni siquiera mencionar en voz alta.
Recordemos que no había anestesia ni maneras modernas de aliviar tensiones y dolores físicos, por lo que se hace aún más comprensible la angustia y malestar de las madres parturientas.
Por ello, han de llevar esa ofrenda por el pecado.
Y si una dama en particular no ha hecho nada de esto, igualmente debe traer la ofrenda, para que las que sí lo hicieron no sean discriminadas negativamente.
La parashá continúa con el siguiente de sus temas, el del TZARAAT, una enfermedad de la piel, pero no solamente, ya que también afectaba prendas de vestir y muros de las casas. Quizás haya sido una especie de hongo que producía manchas superficiales en tejidos orgánicos, pero que podía agravarse y comenzar a raer la carne también. Hasta donde se sabe, era prevalente en épocas del TANAJ.
Por algunas de sus características, por su rareza, y su no continuidad, es que los traductores la han llamado «lepra», pero no lo es.
De acuerdo a nuestros sabios, uno de los factores claves para desarrollarla era el LASHÓN HARÁ, la calumnia, el chisme, la habladuría.
Pero, si Dios quiere (y la memoria no nos traiciona), de esto hablaremos en la próxima parashá.
El «leproso» (en realidad, METOZRÁ), tenía que acudir al cohén para recibir sus instrucciones, que podía incluir la de salir del campamento y ser limpiado.
Había procedimientos también para las vestimentas y muros contaminados.
Sin embargo, lo relevante del asunto es cómo nuestra salud no es solamente cuestión orgánica, y podemos comprobar que nuestra conducta afecta diferentes dimensiones de nuestra existencia.
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