Ekev: Herederos, no conquistadores. Ecosistémicos, no devastadores.

Israel es una Tierra con Pulso y Memoria.

Moshé lo grita con voz firme en Parashat Ekev, y hoy necesitamos repetirlo sin titubeos:

“No digas en tu corazón… ‘Por mi justicia me ha traído el Eterno a poseer esta tierra’; porque por la maldad de estas naciones el Eterno las expulsa de delante de ti. No por tu justicia ni por la rectitud de tu corazón… sino para cumplir la palabra que el Eterno juró a tus padres, Avraham, Itzjak y Yaakov”
(Devarim / Deuteronomio 9:4-5).

No volvemos a la tierra de nuestros ancestros por ser mejores, más listos o más modernos. Mucho menos por ser supuestos colonizadores europeos que desplazan a unos nativos locales respetuosos e ingenuos.
Volvamos a Israel, y no es por nuestra tecnología, ni por nuestra democracia, ni por nuestros premios Nobel. Tampoco por la ayuda de potencias occidentales, o vaya a saber qué conspiración paranoica en la mente de gente enferma de odio antisemita.
Volvemos porque Dios lo prometió y porque es nuestro legítimo derecho volver a nuestra tierra.

Las naciones que la usurparon y habitaron antes no supieron respetar su santidad.
No entendieron que Eretz Israel no es un pedazo de geografía, sino un ecosistema espiritual.
Fueron inadecuados, corrosivos, destructivos.
Eran inadecuados ecológicamente para el complejo sistema de vida que es la Tierra de Israel.
Además de «okupas», quienes se apropiaron sin derecho ni alguna legitimidad de una tierra que quedo casi despoblada de judíos, no por nuestras ganas de abandonarla, sino porque nos llevaron al exilio los verdaderos colonialistas y sus pillos cómplices.
Y no, no es arrogancia: es Torá y es la historia real, no el relato ficcionado de gente que busca destruir al judaísmo y los valores eternos de la ética.

La Torá lo declara sin eufemismos:

“No os contaminéis con ninguna de estas cosas… la tierra se contaminó, y Yo castigué su iniquidad, y la tierra vomitó a sus habitantes… No hagáis las abominaciones… para que la tierra no os vomite también a vosotros”
(Vaikrá / Levítico 18:24-28).

La tierra de Israel no es neutral.
Tiene pulsaciones, tiene memoria, tiene exigencias. La propia tierra, no un grupo secreto del Mossad, o vaya a saber qué organismo oscuro en la mente afiebrada que odian a los judíos. ¡La tierra de Israel tiene memoria y anhelos!
Cuando quienes la habitan la profanan, la tierra misma los expulsa.

Hace apenas un siglo y medio, cuando el escritor estadounidense Mark Twain recorrió la Tierra Santa (1867), dejó testimonio de lo que vio:

“Es una tierra desolada cuyo suelo es lo suficientemente rico, pero está entregada a la maleza… una extensión silenciosa y lúgubre… apenas un árbol o un arbusto en kilómetros…
Palestina está vestida de cilicio y ceniza… desolada y no cuidada por nadie.”

Ese páramo era el eco físico de un estado espiritual: una tierra que, privada de su pueblo y de su pacto, se marchitaba.
Los pocos moradores que la usurpaba, la estaba vejando, y, por tanto, la tierra reaccionaba.
Los valientes judíos que seguían habitando en ella, desde siglos y milenios atrás, no tenían la fuerza material (aunque toda la potencia espiritual) para revertir ese cataclismo provocado por los invasores inaptos para morar en la tierra de santidad.

Entonces, ¿quiénes somos nosotros?
Herederos responsables.
No conquistadores.
No ocupantes.
No colonialistas.
Herederos.
Con un pacto eterno que nos vincula a Avraham, Itzjak y Yaakov, y con una misión:

“Y guardaréis Mis estatutos y Mis decretos… para que viváis y os multipliquéis, y entréis y poseáis la tierra que el Eterno juró a vuestros padres”
(Devarim / Deuteronomio 4:1).

Vivir en ella con santidad, justicia, humildad y firmeza.

Porque si no lo hacemos, también nosotros podríamos perderla.
Pero si lo hacemos, la tierra florece, el alma florece, el mundo florece.

Y entonces, como anunció el profeta:

“El desierto y la soledad se alegrarán, y el árido se regocijará y florecerá como la rosa”
(Ieshaiahu / Isaías 35:1).

¿Quieres que la tierra se adapte a nuestra forma de vivir, o tenemos nosotros que adaptarnos espiritualmente para vivir en ella?

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