Herederos con Responsabilidad: El Llamado de Dios en parashat Ekev

¡Querida comunidad!

Esta semana nos encontramos con Parashá Ekev, una porción que nos habla al corazón con la voz de Moshé, ya anciano, pero encendido de amor por su pueblo y por la misión que aún late en sus palabras.

Nos recuerda que la fidelidad a las mitzvot —esas acciones que nos conectan con lo divino y con lo humano— no es solo un deber, sino una fuente de bendición, sustento y sentido. El maná, ese alimento celestial que caía cada día, no solo nutría el cuerpo: enseñaba humildad, enseñaba a confiar. A vivir con lo justo, con lo necesario, y a reconocer que todo viene de Hashem.

Ekev nos pinta también la belleza de Eretz Israel, tierra de abundancia, pero también de exigencia espiritual. Porque cuando todo va bien, cuando hay pan, agua, seguridad… es fácil olvidar. Y Moshé nos advierte: no olvides a Dios en tu prosperidad. No te creas autosuficiente. No te desconectes de la Fuente.

Y hay algo más. Moshé nos dice que no es por nuestros méritos que volvemos a la tierra de nuestros ancestros. No es por ser mejores. Es porque las naciones que la habitaban no supieron respetar su santidad, eran ineptos para vivir en ella, inadecuados, dañinos y perjudiciales para el ecosistema físico y espiritual; y porque hay una promesa eterna hecha a nuestros patriarcas. Eso nos ubica: no como conquistadores, sino como herederos responsables.

También revive el doloroso episodio del becerro de oro. No para reprochar, sino para mostrar su amor incondicional, su intercesión ferviente, su rol como líder que no abandona ni en el error. Él representaba al pueblo, el pedía por el bienestar del pueblo, pero, era el pueblo el que tenía que hacer el esfuerzo de tomar conciencia y cambiar en los hechos. No era una intercesión mágica, una dispensa de gracias sin sentido; por el contrario, eran todas producto del mérito, del buen accionar, del cambio para bien de cada uno. Y en ese mismo espíritu, nos llama a amar a Dios, a seguir Sus caminos, y a cuidar al vulnerable: al necesitado, al huérfano, a la viuda, al guer —ese que nació fuera, pero busca entrar con sinceridad.

Porque la Torá no es solo cielo. Es también tierra. Es también calle. Es también mesa compartida. Es también abrazo.

Reflexión final:
La gratitud diaria transforma lo ordinario en sagrado. Que sepamos ver lo sagrado en cada paso, en cada gesto, en cada encuentro.

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