Una lección de salud

Una figura que se destaca especialmente durante el enigmático período de Sefirat haOmer es Rabí Akiva.
Aquel que fuera columna vertebral del judaísmo durante unos complicados momentos de nuestra nación.
Ese hombre que salió de la oscuridad más lóbrega para convertirse en una de las luces más brillantes del cielo de la espiritualidad.
Rabí Akiva, un personaje que ni siquiera es eclipsado por los cuentos que se cuentan sobre él.
Ese sabio que afirmó: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Vaikrá/Levítico 19:18) es un principio enorme de la Torá” (Talmud Yerushalmi, Nedarim 9:4) y de acuerdo a este mensaje vivía y educaba a sus seguidores a hacerlo.
Muchísimo podemos contar de él, pero quedémonos con su lema puesto en práctica, con el siguiente relato que está basado en el Talmud Babli, Nedarim 40a:

Rabí Akiva iba por la calle cuando escuchó que el pregonero municipal anunciaba: “¡Fulano, el joven estudioso de la Torá, ha enfermado!”.
De inmediato el maestro preguntó a su asistente: -Él es un estudiante de nuestra Yeshivá, ¿tienes idea quien de nosotros ha ido a visitarlo?
El secretario le informó que no le constaba que nadie hubiera ido a visitarlo y, sin que nadie le preguntará, agregó una excusa: –Su enfermedad le impide hablar, por ello los otros estudiosos no lo visitan, porque piensan que se angustiará al no poder comunicarse con ellos. Entonces, para no agravar su situación prefirieron no visitarlo.
El sabio dijo: –Vamos ya mismo a visitarlo.
Cuando entraron a la habitación lo encontraron postrado y muy maltrecho, además el cuarto estaba sucio y desordenado. Evidentemente nadie había atendido como correspondía al joven estudiante, ¡si hasta una bruma del polvo de la tierra molestaba la visión!
Sin perder tiempo
Rabí Akiva consiguió ayuda para el enfermo. Ahí mismo se encargó de barrer el piso y luego echaron agua para que se asentara el polvo (una costumbra muy poco frecuente por aquel entonces).
Al poco rato el enfermo se recuperó un poco y con gratitud en la mirada le dijo al maestro:
-¡Maestro apreciado, usted me ha revivido!
Desde ese día el sabio predicó que la mitzvá de visitar a los enfermos no es solamente hacer acto de presencia y/o intercambiar unas palabras (ambas acciones valiosas y de suma importancia para el bienestar del enfermo (y del visitante)), sino también hacer las tareas necesarias que mejoren su estado de ánimo, su situación física, etc.

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