El Trágico Error de Trofim Lysenko

En la parashá de la pasada semana, Ekev, Moshé se dirige a una nueva generación, una que no conoció la esclavitud en Egipto ni la revelación en el Sinaí con sus propios ojos. Y en el corazón de su discurso, late una advertencia insistente, un mandato que es a la vez una súplica: Zajor. Recuerda.

«Cuidarás de no olvidarte del Eterno, tu D-os… No sea que comas y te sacies, y edifiques buenas casas y las habites… y se enorgullezca tu corazón y te olvides del Eterno, tu D-os, que te sacó de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre… y digas en tu corazón: ‘Mi fuerza y el poder de mi mano me han traído esta riqueza’» (Devarim 8:11-17).

¿Por qué esta obsesión con la memoria? ¿Por qué el olvido es una amenaza tan grave? Para entender la profundidad de esta advertencia, quiero llevarlos lejos de las arenas del desierto, a un lugar mucho más frío y a una época mucho más reciente: la Unión Soviética bajo el régimen de Stalin.

El Trágico Error de Trofim Lysenko

Allí, en el siglo XX, surgió un agrónomo llamado Trofim Lysenko. Dominó la ciencia soviética durante décadas con una idea que era tan seductora para la ideología comunista como desastrosa para la realidad. Lysenko rechazó la genética mendeliana, la ciencia que todos estudiamos, que nos enseña sobre los genes, el ADN y la herencia. Para él, ese era un concepto burgués y fatalista.

En su lugar, Lysenko propuso una teoría radical: que las características adquiridas por un organismo durante su vida podían ser heredadas por sus descendientes. Él creía que si tomaba una planta de trigo y la sometía a un frío intenso, su «memoria» de ese frío se transmitiría a sus semillas, y la siguiente generación nacería ya resistente a las heladas. En esencia, Lysenko creía que podía borrar el pasado genético de una planta y reescribir su naturaleza basándose únicamente en las condiciones del presente. Quería crear el «Nuevo Trigo Soviético», uno que obedeciera al entorno y a la voluntad del Estado, no a su herencia ancestral.

El resultado fue una de las mayores catástrofes agrícolas de la historia. Las cosechas fracasaron estrepitosamente. Millones de personas murieron de hambre. La biología soviética retrocedió décadas. ¿Por qué? Porque Lysenko, en su arrogancia ideológica, declaró que el pasado no importaba. Negó que el trigo tuviera un «código», una esencia heredada, un pasado biológico que definía lo que era y lo que podía llegar a ser. Trató la vida como una página en blanco, y la realidad le demostró de la forma más cruel que ninguna criatura, ninguna planta, es una página en blanco.

La Advertencia de Ekev: El «Lysenkismo Espiritual»

Ahora, volvamos a nuestra parashá. Moshé advierte al pueblo de Israel sobre un peligro idéntico, no en el campo de la biología, sino en el campo del alma. Lo que Moshé teme es un «Lysenkismo espiritual».

El pueblo está a punto de entrar en una tierra nueva y fértil. Van a construir, a plantar, a prosperar. El entorno será favorable. La tentación, nos dice Moshé, será mirar toda esa abundancia y decir: «Esto es obra mía. Es el resultado de mi esfuerzo aquí y ahora. Mi pasado de esclavitud, mi historia de dependencia en el desierto, ya no es relevante».

Ese es precisamente el error de Lysenko. Es creer que el entorno presente puede borrar la memoria de quiénes somos y de dónde venimos. Es declarar que nuestra historia —nuestro ADN espiritual— ya no importa.

La Torá nos enseña exactamente lo contrario. Nuestro pasado no es una carga que debamos olvidar; es el código genético de nuestra identidad.

  • La esclavitud en Egipto no es un recuerdo vergonzoso; es el gen que nos da la empatía por el extranjero y el oprimido.
  • Los cuarenta años en el desierto, dependiendo del maná, no son una muestra de debilidad; son el gen que nos enseña la humildad y la fe, recordándonos que nuestro sustento no viene solo de nuestra propia fuerza.
  • La entrega de la Torá en el Sinaí es el código fundamental que define nuestro propósito y nuestra misión en el mundo.

Olvidar esto es como el trigo de Lysenko. Un pueblo que olvida su historia se vuelve superficial, arrogante y frágil. Puede parecer que prospera por un tiempo en las condiciones favorables del presente, pero carece de las raíces profundas, de la resistencia heredada, para sobrevivir a las heladas inevitables de la historia.

Parashat Ekev nos implora a ser los antídotos de Lysenko. Nos ordena recordar no para quedarnos atrapados en el pasado, sino para que nuestro pasado nos dé la fuerza para construir un futuro con sentido. Recordamos la esclavitud para ser libres con responsabilidad. Recordamos el desierto para ser prósperos con gratitud. Recordamos el Sinaí para vivir en cualquier tierra con un propósito divino.

Que tengamos la sabiduría de leer siempre nuestro propio código genético espiritual, nuestra sagrada historia, y extraer de ella la humildad, la fortaleza y la identidad para florecer de verdad, en cualquier generación y en cualquier tierra.

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