Se distinguen diferentes tipos de depresiones, las que por su origen ameritan intervenciones diferentes para su resolución o corrección.
De acuerdo a su plano tenemos:
Plano físico:
Las depresiones endógenas, que son causadas por factores de la química cerebral, más específicamente por la inhibición periódica y por fases del flujo de neurotrasmisores entre sinapsis neuronales.
En este plano también son identificadas las depresiones somatógenas, que son causadas por alguna dolencia física de entidad (no necesariamente siquiátrica) o como efecto no deseado de alguna droga (medicamento o no).
Plano emocional:
Depresiones situacionales (que incluyen las que comúnmente son denominadas «reactivas»), que se generan a raíz de eventos infortunados o de sufrimiento que acontecen en la vida de la persona y la sumergen en este estado (muertes de familiares, despidos laborales, divorcios, etc.). La persona ha vivido en la ficción de «te necesito, sin ti no puedo vivir». Ahora su ídolo ha desaparecido, se ha quebrado el lazo mítico que los unía y la persona se siente rota, vacía, desorientado y demasiado dolido como para reaccionar.
Plano social:
Depresión neurótica, que se sustenta en la falta de confianza, la incorrecta autoestima, la inhibición social, el aislamiento, entre otras manifestaciones de neurosis. La depresión acontece cuando la persona no alcanza a satisfacer sus deseos y rechaza rectificarlos a favor de lo real. Ha convertido su Ego en un ídolo idealizado, el cual teme descubrir en su verdadera naturaleza. Por lo que huye sin cesar, hundiéndose en la amargura del no poder alcanzar jamás la satisfacción ni la realización. Es enemigo de su Yo, por servir al ídolo del Ego.
Plano intelectual:
Depresión noógena, cuando la persona no sabe edificar sentido a su vida, no construye un objetivo plausible al cual arribar y que dote de valor a su existencia. Cuando siente, o se da cuenta en cierta medida, de la futilidad con la que ha vivido, de la levedad insoportable de su ser, de la nulidad de su vida.
Plano espiritual:
Meritut, amargura espiritual.
Según ya hemos escrito:
«Merirut es la aflicción del que en su fuero interno siente que algo no está bien en su vida, y por lo tanto la tristeza le sirve como señal de alarma, para despertarlo y llevarlo a corregir su vida y contexto de vida.
La persona que carga con este sentimiento, es uno que sufre de la agonía a causa de los errores que ha cometido, así como por las posibilidades que ha desperdiciado banalmente.
Esto ocurre pues, la energía que debía usarse para hacer una obra edificante, ha sido desviada a un objetivo secundario que se ha sobrecargado, lo que produce intenso malestar; o ha permanecido estancada sin ser canalizada apropiadamente, lo que también produce malestar.
Entonces, la amargura del ánimo se dispara, y despierta a la persona a la realidad, a su obligación de actuar con corrección para restablecer el equilibrio que él mismo se ha producido, a causa de su desvío o de su pereza.
Merirut cuenta con una finalidad: ser un trampolín para el auto-mejoramiento y crecimiento personal.»
El consejo es que la persona que se siente identificada por alguna de estas brevísimas descripciones consulte con un especialista en salud mental, pues algunas de estas dolencias se disipan con el uso de mediación adecuada. Para otras además, o en cambio, se pueden encaminar a través de una adecuada sicoterapia.
Por supuesto que llegar a tratar la Merirut, solamente es posible mediante el ejercicio de procedimientos derivados de la Torá, tales como la CabalaTerapia.