Nuestra NESHAMÁ (esencia espiritual, Yo Esencial, espíritu) nos dirige hacia el encuentro con el Padre Celestial, a la unidad con todo lo creado.
Por ella anhelamos la verdadera dicha, la felicidad. Esa que proviene de alcanzar altas metas, en shalom, con plenitud.
No el falso resplandor que proviene de aprovecharse de otros, ni de abusar de una cuotita de poder, ni el obtener ventajas que perjudican injustamente, ni la burla, ni otras manifestaciones del EGO. Porque esto, aunque genere algún grado de placer, o haga aparecer una risa o risotada, no son felicidad real, tan solo la apariencia de ella.
Como padres, parte de esa felicidad se compone del bienestar y felicidad de nuestros hijos.
Cuando actuamos desde el AMOR y no desde el EGO, seguramente estaremos trabajando constantemente para que ellos sigan por una senda luminosa, con avances de todo tipo, con logros, con satisfacción bien merecida. Aunque ello nos quite energía y placer ahora, y aunque les tengamos que obligar a dejar de lado el placer pasajero, sabemos que nuestra finalidad es un bien mayor, uno que favorezca a nuestros hijos.
Por ejemplo, sería mucho más sencillo y menos trabajoso permitir que los niños estuvieran todo el día haciendo lo que les viniera en gana, que ver la tele, que jugar con pantallitas, que estar sin hacer nada, que charlar de naderías con los amigos, a vivir como si no existieran limitaciones ni deberes para cumplir; pero, si los amamos, ¿no les instaremos a acatar límites, a hacerse responsables, a conocer el valor del esfuerzo, a trabajar para conseguir sus sueños, a estudiar, a preguntar y no meramente repetir, a caer y levantarse, a pagar por lo que se obtiene, a respetar las leyes, a construir shalom? ¡Por supuesto que todo esto es pesado y poco divertido! ¿Quién no prefiere pasar el tiempo haciendo nada, obteniendo de “arriba” todo? Pero, sabemos que ese pasar por la vida sin valorar y sin actuar, no es más que eso, un pasar por la vida. Entonces, apagaremos las teles, prohibiremos el uso de pantallitas, marcaremos horarios para la holganza, haremos comprender que las acciones tienen consecuencias aunque no nos gusten ni las queramos, y un largo etcétera compuesto por limitaciones.
Esta actitud restrictiva, probablemente, no sea la más bienvenida por los niños, y tampoco por los grandes. Pero, consideremos las cosas desde una perspectiva “adulta”, ¿cuándo le estamos haciendo el verdadero “favor” a nuestros hijos en su crianza? ¿Y a nosotros en nuestra propia crianza?
Porque, es bueno disfrutar de lo permitido, pero también lo es apartarse de lo prohibido.
Pero, que la restricción actual no impida la felicidad ahora es de suma importancia.
Negar todo a los niños, hacerlos sentir culpa por disfrutar, obligarlos a respetar límites abusivos, no respetar sus tiempos, no querer atender a sus sentimientos, apresurarlos a madurar como si ello fuera posible, hacer de la felicidad una meta a futuro sin posibilidad en el aquí y ahora; todo esto es un atentado en contra del hijo, una manifestación del EGO paterno, una zancadilla invalidante para la posibilidad de superación y felicidad.
De tanto supuesto amor, plagado de precauciones y alertas de peligros, lleno de sobreprotección, carente de responsabilidades reales, no son producto del AMOR ni abonan una vida de amor, sino solo de EGO, de sometimiento, de impotencia, de dudas innecesarias, de miedo, de angustia, de sentimiento de culpa, entre otras compañías poco agradables en el hijo.
Pero marcar límites y hacerlos respetar, con inteligencia, con AMOR, con intención de educar, para que conecte, ¡esa es la manera!
¿Es fácil?
No.
¿Sabemos hacerlo de buenas a primeras?
Supongo que no.
¿Es mejor entonces decantarse por el dejar hacer cualquier cosa, o por la rigidez totalitaria?
Ni una, ni otra.
Un justo término medio es lo necesario para una vida saludable, de felicidad ahora y mañana.
Entre la dureza extrema (DIN) y la laxitud extrema (JESED), por allí deberíamos transitar de manera habitual. (A veces es necesario irse a un extremo, como medida temporaria).
Mesura en todo, en la elección de la escuela, en las horas dedicadas al estudio, en las golosinas que podrá comer, en las actividades extracurriculares, en ordenar la habitación, en evaluarlos en sus errores y aciertos, en la pulcritud, en cada una de las áreas en las que el niño traspasa en su jornada o en los días excepcionales.
Dejemos de lado el EGO, en la medida de lo posible. Algunas ideas:
- Usemos la Comunicación Auténtica, que incluye en respeto, el escuchar para atender y entender; no solo con el lenguaje verbal, sino en todos los canales de expresión.
- Valoremos lo que hace el niño, incluso cuando no llegan a colmar nuestras expectativas habrá cosas para destacar positivamente y que refuercen su confianza en nosotros y especialmente en ellos.
- Seamos empáticos con sus sentimientos.
- Dejar el estrés fatal y habilitar el juego, la diversión, la libertad, la expresividad, la creatividad, dentro de los límites que sean necesarios.
- Disfrutar uno mismo con la presencia del hijo.
- Resguardar de cuestiones innecesarias.
- Hacer que tome responsabilidades, que contribuya, que no sea solamente receptor pasivo sino un agente activo en el bienestar de la familia, en el suyo propio.
- Enseñar a agradecer.
- La vida no son solo besos y abrazos, risas y caricias, regalos y paseos, helados y películas; pero sí, estas cosas también tienen su parte en la formación de una vida feliz (en general).
- Respetar que ellos son seres independientes (en la medida que ello sea posible), que toman y tomarán sus decisiones, que deberán recorrer su propio camino, el cual a veces no nos gustará.
Todo esto permite que el hijo sienta que es amado, respetado, cuidado, valorado.
Sí, gracias a los límites, y no solamente a través de regalos, facilidades, dejarles hacer nada para recibir de arriba todo.
Construyamos shalom, empezando por uno mismo y siguiendo por los más cercanos.