Al comienzo de nuestra vida en este mundo somos sumergidos en una espantosa sensación de suprema impotencia.
Es un trauma intenso el momento del nacimiento y lo que sigue a continuación.
Cualquier miedo, sufrimiento o pesadilla es menor a lo que se siente en esa ocasión.
Cada órgano sensorial es atiborrado de información que no puede procesar, ni organizar, ni filtrar. Fluyen torrentes de sensaciones caóticas y que se sienten como terriblemente dolorosas.
Para peor, no existe recurso fisiológico ni de aprendizaje a disposición para poner orden a ese caótico malestar, ni esperanza, ni consuelo, ni noción que lleve a “ser fuerte y soportar” hasta que el temporal pase. Nos “salva” el hecho de que nuestro sistema nervioso no está desarrollado y por tanto el cerebro está naturalmente “embotado”.
Nuestra especie está impedida de todo, no sobreviviríamos ni unas pocas horas, o tal vez minutos, sin la asistencia de algún otro que nos sostenga, proteja, alimente, críe.
Sin embargo, en nuestro diseño se nos ha provisto de un rudimentario sistema de supervivencia, extremadamente primitivo, irracional, inconsciente, que consiste en pocas y pobres herramientas: llorar, gritar y patalear; de modo tal de conseguir la atención de aquel que nos puede sostener con vida. Si nada de eso alcanza la meta, el mismo sistema de supervivencia pone al niño en un estado de desconexión con la realidad insoportable, generalmente a través del dormir.
A este sistema lo denominamos EGO, que a pesar de su escaso alcance y poder suele alcanzar su meta de que el niño sobreviva.
El EGO es útil en tanto el niño va adquiriendo madurez fisiológica y destrezas que le permitan vivir de modo cada vez más independiente y empleando otros instrumentos y recursos más allá de los básicos que provee el EGO.
Pero, el EGO se mantiene al mando y ejerce diferentes presiones para seguir en él.
El EGO, que no es un demonio, ni un ángel, ni un espíritu sino un mecanismo normal y natural del hombre, recurre a “trucos” que mantengan el estado o sentimiento de impotencia, para que la persona continúe sometida al pavor inicial, que puede estar maquillado o disfrazado, y así se siga esclavizado al supuesto poder salvífico del EGO.
Que quede claro, el EGO está diseñado para ayudarnos a sobrevivir en situaciones extremas, cuando realmente la impotencia invade a la persona y no hay otros instrumentos ni mecanismos para sobrevivir.
Pero el EGO se mantiene “encendido”, al mando de la vida del individuo, a través de los mismos instrumentos rudimentarios del inicio, si bien los va modificando y complejizando sus modos de actuar no se basan en que la persona ejerza un verdadero poder sobre sí mismo y el entorno, sino que manipule para alcanzar la satisfacción de sus necesidades de supervivencia.
Así, por ejemplo, el niño de 6 o 7 años puede cortar con cuchillo y tenedor su carne para comer, pero se enoja, grita, hace un berrinche, se niega a comer o algo parecido para que su mamá le corte el trozo de carne.
Se paraliza en el ejercicio de su poder pero para alcanzar la satisfacción de sus necesidades manipula a otro.
Y la madre cede, también el padre, y los abuelos, y la maestra, y…
Los niños bien pronto aprenden a manipular, al principio por no poder hacer otra cosa, realmente no están capacitados en una gran cantidad de acciones ni en comprensión del mundo.
Luego siguen manipulando porque es más cómodo, más fácil, en apariencia más placentero, en apariencia más seguro, brinda una especie de “dominio” sobre otros y en muchas ocasiones también brinda la satisfacción de la necesidad.
Se inventa aquello de “más vale malo conocido”, se insiste en transitar por la senda ya transitada y que no es buena.
Todo vale con tal de alejar el miedo a la impotencia, de obtener el control al punto de exceder lo que es saludable y caer en grotescas acciones y barruntados pensamientos saturados de emociones negativas.
Sería bueno dejar de manipular y esforzarse, comprometerse, responsabilizarse, dominar positivamente, pero el EGO conduce a negar la realidad, retine en la sensación de impotencia con tal de perseverar en su rol de “dios”, “salvador”, “redentor”, “camino, verdad y vida”.
Sería bueno dije, pero no es lo que se suele hacer.
Es extraño que nos aferremos al EGO, porque éste nos hunde en oleadas de miedo, de sensación de impotencia, en lugar de desprendernos de él y ser libres, saludables, dichosos.
Pero, nos aferramos, nos esclavizamos, nos sometemos, somos adoradores del EGO, al que luego podremos dar diferentes aspectos, disfraces y nombres.
Todas las excusas, mentiras, manipulaciones, justificaciones, racionalizaciones, intelectualizaciones, modos de actuar, sometimiento a mandatos externos que vamos esgrimiendo para seguir bajo el reinado del EGO se constituyen en máscaras que ocultan nuestro rostro. Son ropajes que vamos usando, de acuerdo a nuestro apego al EGO en las diversas circunstancias. Son las cáscaras del Yo Vivido, al que solemos llamar “YO”, pero que no son en realidad nuestro Yo Auténtico, sino lo que hacemos para no sincronizarnos con éste.
Es extraño, pues pareciera que amamos la impotencia, aunque le tememos profundamente, huimos de ella con toda nuestra alma, hacemos cualquier cosa para manipular y no caer en su sensación, pero no damos los pasos necesarios para afirmarnos en nuestra verdadera identidad.
Es extraño, la verdad asusta.
La luz que espanta las oscuridades, también asusta. Lo que libera es lo que se repudia.
Es extraño… ¿o no lo es teniendo claro cómo es que funcionamos bajo el imperio del EGO?
Se pretende vivir en control, se sobreexcede en la pretensión de controlar, se manipula, se cae en fallas, lo que produce inseguridad, lo que lleva al miedo, lo que es sentir la impotencia, lo que refuerza la necesidad de control, lo que hace exceder en la pretensión de controlar, lo que produce mayor inestabilidad, lo que conlleva cometer errores, lo que da miedo, lo que hace sentir aún mayor impotencia, lo que impulsa a sobredimensionar los problemas y la necesidad de controlar más allá de toda razón, lo que…
Es una especie de lucha por obtener el control para no hundirse en el caos, pero es precisamente la necesidad angustiosa de controlar –incluso lo que no se puede ni debe controlar- lo que produce mayor realidad o sentimiento de caos e impotencia.
¿Cómo superar esto?
Si tuvimos un entorno familiar asertivo, que nos impulsara a valorarnos, que nos contuviera, que nos amara en verdad y por tanto nos comprometiera a respetar los límites y a ejercer nuestro potencial a la medida de nuestra capacidad, estamos en la senda correcta.
Pero todo esto no dependió de nuestra decisión, sino de las elecciones y conductas de otros.
Además, probablemente ya somos adultos, por lo cual no tenemos como volver el reloj atrás y mejorar aquello que los otros no hicieron por nosotros.
Si somos adultos, si tenemos hijos, es hora de trabajar para que ellos no sean afectados por el imperio del mal ejercido por el EGO y sus emisarios (religiones, misioneros, sectarios, fanáticos, malandrines, corruptos, manipuladores, vejadores, falsarios, estafadores, egocéntricos, entre una larga lista).
Está en nosotros tomar conciencia y actuar de una forma provechosa, beneficiosa, nutricia, que permita al hijo conocerse en su auténtica identidad, que le permita desplegar sus mejores capacidades, que le infunda valor, que mitigue sus angustias y miedos, que refuerce lo mejor que hay en él y es posible que se desarrolle en él. No es una tarea ni sencilla ni cómoda. Sencillo y cómodo es ponerlos delante de la tele todo el día, estupidizarlos con juguetitos electrónicos las 24 horas, hacerlos adictos a tal o cual cosa, momificarlos, negarles su identidad espiritual, hacerles creer que es la manipulación el sistema para gobernarse y gobernar el mundo, estimularlos a huir de la realidad, mostrarles que fácil es mentir y echar culpas, hacerlos religiosos, obligarlos a vivir en dependencia constante, desvalorizarlos, todo eso es fácil y cómodo…
Pero no es la forma de criar hijos sanos, buenos, lindos, inteligentes, santos… Para ayudar a crecer a nuestros hijos es necesario desprenderse del EGO, porque es virtualmente imposible educar en libertad en tanto uno es esclavo del EGO.
Volviendo a aquel que ya es adulto y esclavo del EGO, ¿qué podemos hacer AQUÍ y AHORA?
Tomar conciencia del círculo vicioso que hemos descrito anteriormente con el primado del EGO sobre cada uno.
No es imprescindible tener noción de cada aspecto, ni “recordar” lo acontecido en el momento del espantoso trauma inicial, ni estar totalmente de acuerdo con esta teoría, sino conocerla.
Luego hay que reconocer aquellos aspectos en los que uno es potente y en cuales no, enumerarlos, tenerlos claro, evaluar el potencial real que se puede alcanzar.
Es hora de dejar de querer controlar aquello que no se puede controlar. Soltar, liberar, dejar ser, no asumirse en el rol del que está 100% a cargo; pero tampoco hundirse en la inacción y el caos.
Controlar aquello que es posible controlar.
Y luego está la parte que me parece más esforzada: confiar.
Confiar en el orden cósmico, diseñado y sostenido por Dios (si eres ateo, confiar en el orden de las leyes naturales).
Confiar en el prójimo… ¡nada fácil para algunos!
Confiar en que el prójimo hará su parte, sin vivir como un inocentón súper confiado y que no es precavido.
Por lo cual, es necesario ser precavido, atender a lo que nos rodea, prestar suma atención, ser “temeroso”, para que el miedo agazapado desde nuestras más íntimas entrañas no se fortalezca y prevalezca.
Luego, perdonar, ser tolerante con el fracaso propio y ajeno, pero sin dejar de actuar con justicia y rectitud.
El perdonar, perdonarse, pedir perdón, es un bálsamo poderoso… pero que muy pocos saben saborear.
Hay un aspecto fundamental, que lamentablemente no es tomado en cuenta por la gran mayoría de las personas.
Los Siete Mandamientos Universales son básicos para sostener una vida individual y colectiva saludable, que deja al EGO reducido a su mínima expresión, que brinda confianza, que potencia para superarse.
Los mandamientos de no adorar otros dioses, no blasfemar y de sostener las cortes de justicia son como las columnas que sostienen a los otros mandamientos en su finalidad de promover una sociedad saludable, en la cual se pueda vivir confiando en el prójimo.
Por no adorar otros dioses ni blasfemar, se aparta la persona de doctrinas extrañas, de religiones, de moralidades corruptas aupadas en creencias seudo espirituales. Se tiene la protección de la confianza en Dios, en el Uno y Único, quien ha provisto y ordenado los mandamientos. Al actuar en consonancia con estos dos mandamientos, se encausa a la persona en confiar, puesto que hay un poder superior, incorruptible, perfecto, que siempre está a cargo.
Por respetar a los juzgados, por promover el imperio de la justicia entre los hombres, se brinda un marco regulatorio, se alienta el ejercicio de la conducta responsable que está sometida al control de las autoridades civiles.
Estos son los marcos que contienen a los otros mandamientos, que como te dije sirven para estimular la confianza en el prójimo.
Puedes caminar tranquilo, pues nadie te atacará ni para herirte, ni para asesinarte, ni para robarte, ni para obligarte a hacer cosas que no quieres.
Puedes salir tranquilo, sin celos, sin complejos, sin resquemores, sin dudas corrosivas, porque sabes que tu esposa/esposo te será fiel, tal como tú lo eres.
Puedes dormir tranquilo, porque nadie entrará a tu casa, nadie te molestará, a tus hijos nada les pasará cuando salen por la noche.
Puedes respirar en paz, porque vives en una sociedad en la cual se respeta la vida animal en todas sus formas, lo que enfila la conducta a contemplar al prójimo y sus pertenencias, para que no se cometan actos deleznables.
Puedes confiar, porque el imperio de la LEY divina y humana está al control, al sano control, de la sociedad.
Los percances pueden ocurrir en este mundo ideal protegido por los Siete Mandamientos, por supuesto que ocurrirán accidentes, pero serán verdaderos accidentes y no imprudencias, desacatos de las normas, locuras del momento.
Pero, no vivimos en el paraíso de los Siete Mandamientos Universales.
Vivimos en un mundo dominado por el EGO, sometidos a la impotencia, rodeados de indiferencia, llenos de odio, vapuleados por las religiones, angustiados, ansiosos, deprimidos.
Vivimos encerrados en celditas mentales, acomplejados, desvalorizados, con cero autoestima, violentando los derechos de los otros, adorando falsos dioses, adulando a Jesús y otras patrañas, elogiando a los falsarios, pretendiendo ser lo que no somos.
Desconfiamos, en nada confiamos.
Somos enfermos, estamos enfermos, enfermamos.
Las diversiones son burlas, morisquetas ofensivas, mofarse de los que creemos más débiles.
Usamos de nuestra inteligencia para inventar formas de destrucción y excusas y justificaciones y mecanismos perversos de manipulación.
Abusamos de los recursos naturales, explotamos hasta la enfermedad las riquezas de nuestro mundo.
Damos la espalda a Dios pero corremos a abrazarnos a los pastores mentirosos, a cabalisteros, jasideos, seudo rabinos, iluminados, gurús, diosecitos a nuestra imagen y semejanza.
Nos creemos la gran cosa, pero no somos más que amebas un poco más sofisticadas.
El EGO domina, la impotencia está en todas partes, la promovemos nosotros.
Escapamos de la responsabilidad, de la libertad, del deber, de la justicia, de la bondad, del perdón… escapamos de todo lo bueno para seguir en la cómoda, o en lo que parece que lo es.
No tenemos vidas, encerrados, con pánico, victimizados, siendo victimarios, manipuladores…
Andamos por la vida, como patéticas sombras.
Destruimos pero somos “religiosos”.
No es casualidad que desde hace unos miles de años Dios ha dado el plan de vida para la humanidad, los Siete Mandamientos Universales, pero igualmente sigamos en el fango sin sacar la cabeza y ser libres.
Escucho tus comentarios mientras te recomiendo la relectura de http://fulvida.com/?p=434.