En internet veo que hay muchísimas frases que se comparten, sabemos que debemos mencionar a los autores, darles el reconocimiento que merecen, no robar el fruto de su ingenio y esfuerzo. No en vano en la sagrada Tradición espiritual se nos exige que digamos las cosas «beshem omró», mencionando a quien lo dijo o escribió. Incluso se nos enseña que los labios de los autores difuntos se mueven en sus tumbas cuando contribuimos a difundir sus obras. Obviamente que esto es en lenguaje figurado, pues no se mueven literalmente los labios, sino que se nos enseña que le estamos dando nueva vida a quien ya no está en este mundo al hacer uso de su obra.
Siendo así, nos encontramos con que la honestidad intelectual a la hora de emplear citas ajenas es una obligación sagrada y que trasciende la mera formalidad o el legalismo pragmático. Es un elemento de enorme valor trascendental, que nos une al infinito.
Ocurre que hay veces que no se sabe quién es el autor, entonces lo mejor que podemos hacer si vamos a compartir de alguna manera esa frase, es dejar constancia claramente que no somos sus autores, sino simplemente cámaras de eco, que repetimos la creación ajena, respetando el anonimato y valorando el trabajo, aunque no podamos hacer mención de su creador.
Es imprescindible respetar la propiedad privada, pero especialmente cuando ésta tiene un propietario que es discernible, por lo cual, es imperativo ser honrados y decentes, haciendo clara alusión al nombre.
Una de esas frases, con las que me he topado en estos días, es: «Si pudiéramos mirar en el corazón del otro y entender los desafíos a los que cada uno de nosotros se enfrenta a diario, creo que nos trataríamos los unos a los otros con más gentileza, paciencia, tolerancia y cuidado.«, hasta donde he podido indagar, el autor es el Elder mormón Marvin J. Ashton, en 1992.
Bonita frase, quizás no extremadamente profunda, pero bonita al fin, que nos habla de la empatía, de la actitud de contribuir a la existencia armoniosa con el prójimo. Precisamente, lo que aspira a lograrse también respetando la propiedad intelectual de los creadores. Porque, no por estar en internet significa que puede ser pirateada y malversada, utilizándose para ganar renombre a costa de su verdadero autor.
Así pues, aprendimos cosas nuevas, gracias a aquellos que cruzan la línea de lo permitido, en nombre de vaya uno a saber qué extraños valores religiosos pero que atentan contra la simpleza y belleza de la espiritualidad.
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