Esta semana entre varios temas que aporta la parashá, aparece el pecado del becerro dorado, así como sus consecuencias a corto plazo.
Nosotros queremos comentar hoy una enseñanza perpetua que emana de estos relatos, la enseñanza de lo qué es la teshuvá -sincero y completo arrepentimiento.
A partir de la rebeldía tremenda que fue la erección del becerro dorado, podemos extraer enseñanzas acerca de mecanismos para hallar lo positivo a pesar de las brumas de lo negativo del pecar.
Comencemos con una opinión en el Talmud que expresa: "Israel cometió el pecado con el becerro dorado para dejar abierta una oportunidad a aquellos que buscan arrepentirse" (TB Avodá Zará 4b).
Los pecadores de todas las generaciones pueden ver hacia atrás, hacia este espantoso pecado cometido por un grupo de israelitas, y pueden comprobar como el Eterno se apiadó y no destruyó a los que se arrepintieron sinceramente.
Ya que, Dios, como el Juez de Justicia perfecta, prefiere el arrepentimiento sincero (la teshuvá) a la administración del estricto castigo. Tal como está expresado en nuestra parashá:
"¡Eterno, el Eterno, Elokim compasivo y clemente, lento para la ira y grande en misericordia y verdad, que conserva Su misericordia por mil generaciones, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado; pero que de ninguna manera dará por inocente al culpable…"
(Shemot / Éxodo 34:6-7)
Así pues, podemos saber que no importa que tan lejos de Dios ha dejado la persona que sus pecados lo llevaran, no importa que tan terrible haya sido su ofensa contra Él; pues mientras hay vida, hay ocasión para arrepentirse.
Pero, ¿cómo se consigue el arrepentimiento sincero? ¿Qué se precisa para recibir la divina Misericordia en justicia?
Veamos los pasos para la teshuvá respecto a pecados contra Dios:
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Ante todo, se siente como una sensación extraña, indescriptible, que va llenando la vida del que está pecando, y que pesa insoportablemente en el ánimo de la persona. Algunos lo describen como "rotura de corazón".
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Esta sensación angustiosa lleva a reconocer difusamente que algo no está bien en el modo que uno se comporta. Es quizás el paso más difícil de todos en este proceso, el paso de "quebrar la dura cerviz" y empezar a aceptar que uno no es perfecto, intachable, siempre en lo cierto, etc. Que en definitiva, uno es humano, falible y bastante débil.
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El reconocimiento del estado de penuria, induce a buscar las causas, a encontrar motivos que sean evidentes. Cuanto más próximo a la arrogancia se esté, más difícil será encontrar motivos fehacientes para los errores, y con mayor facilidad se elaborarán excusas o racionalizaciones. No es bueno dejar que las excusas ocupen el lugar de la búsqueda sincera por hallar la verdad.
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Luego de más o menos esfuerzo, se encuentran las conductas y actitudes propias que son erróneas. Tras de encontrarlas, hay que tener la valentía y fuerza como para aceptar como propios los errores, y no achacarlos a la vida, las circunstancias, los otros, Dios, etc.
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Al aceptar nuestros errores en nuestro corazón y mente, es indispensable que los confesemos, antes nosotros y ante el Eterno. Es menester que sin vergüenza, pero con seriedad aceptemos expresar cada pecado del cual estamos conscientes y del que nos queremos desprender.
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Pero, que la confesión no se convierta en una catarsis liberadora de tensiones y carente de otra finalidad.
Que al confesar los errores, por reconocerlos como propios, podamos también contraponerlos con las acciones positivas que hemos soslayado o que directamente hemos contravenido. -
Apartarse de todo lo que nos pueda inducir a cometer nuevamente los errores que hemos confesado.
Sean amistades, lugares, amores, etc., todo lo que sea un aliciente para andar por el camino del extravío es imperioso apartarlo de nuestras vidas. -
Llegados a este punto, un compromiso de vida es lo razonable que hagamos. Un pacto renovado entre el Eterno y nosotros. Una responsable asunción de aquellos preceptos y procedimientos que en nuestra torpeza, flojera o rebeldía no habíamos acogido para darles vida.
Es decir, reingresar al cabal cumplimiento de los mandamientos del Eterno es uno de los pasos esenciales para pedir y obtener el divino perdón. -
Aceptar el perdón que el Eterno nos ofrece, es parte de este proceso.
Si toda la vida continuamos sosteniendo frente a nuestros ojos el error por el cual nos hemos arrepentido sinceramente, ¿hasta dónde fuimos sinceros en nuestra petición de perdón?
¿Qué nos impulsa a no aceptar la Misericordia divina? -
Hacer del esfuerzo por crecer y mejorar un compañero cotidiano de nuestros días.
Sabiendo que estamos siempre en el riesgo de volver a caer en los viejos pecados, o en otros que no habíamos incurrido.
Sin embargo, es menester vivir con esperanza y coraje, asumiendo cada situación dificultosa con la intención de hacer lo mejor y más adecuado acorde con la Torá.
(Estos pasos han sido elaborados a partir de lo narrado en la parashá al respecto del perdón por el pecado del becerro).
Recomiendo ampliar lo estudiado aquí leyendo: De arrepentimiento y gozo y Teshuvá según Maimónides.
¡Shalom iekarim! ¡Les deseo Shabbat Shalom!
Moré Yehuda Ribco