Abram probablemente se veía a sí mismo, al principio y por un tiempo, como líder de un grupo revolucionario “religioso”. Él había reencontrado la pista del monoteísmo y luchaba a su manera contra el imperialismo político acodado en la hegemonía idolátrica. Era un rebelde, sin dudas, que hacía lo que podía, de acuerdo a su época, contexto, conocimiento, cualidades, experiencia, tradición familiar, etc. Su militancia por el monoteísmo fue agresiva y radical al principio, para pasar a ser mesurada y negociadora más tarde. Hasta podría parecer que la imposición monoteísta, combativa y demoledora de los musulmanes tienen un antiguo referente en este primer Abram.
PERO,
¿era ese el rol que quería el Eterno para él?
¿Realmente el Padre Celestial esperaba que Abram fuera un profeta vociferante, un guerrero despiadado del monoteísmo, un aniquilador de herejes, un conquistador de tierras para Él, un atormentador de desviados, un gurú religioso con aura mítica?
¿Quería nuestro Señor una religión, la semilla de la religión judía y la ramificación de la religión noájida, o quería otra cosa complemente diferente?
(Antes de continuar, recuerda que ni noajismo ni judaísmo son religiones, aunque algunas personas se confundan y las denominen así. Recuerda también que la religión es la cara opuesta a la espiritualidad, no por mucha religiosidad te encuentras con tu esencia sagrada ni con el Padre Celestial, más bien lo contrario).
Veamos con calma unas palabras que sabemos hasta el hartazgo, por lo mismo dudosamente las analizamos y encontramos enseñanzas en ellas:
«Entonces el Eterno dijo a Avram [Abram]: ‘Vete de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré.
Yo haré de ti una gran nación. Te bendeciré y engrandeceré tu nombre, y serás bendición.
Bendeciré a los que te bendigan, y al que te maldiga maldeciré. Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra.'»
(Bereshit / Génesis 12:1-3)
Abram debía irse de su lugar de residencia, dejar atrás sus costumbres, separarse de su mochila histórica e incluso hacer un corte consigo mismo, algo así como renacer. Esto último se aprende de las palabras “lej lejá”, que se traducen como vete o vete para ti, pero si comparamos con otras alocuciones semejantes en el TANAJ descubrimos que correspondería a irse de sí mismo. ¿Qué quiere decir irse de sí mismo? ¿Enloquecer? ¿Perder la conciencia? ¿Sufrir de amnesia? ¿Negar su historia y su realidad? ¡No! Quiere decir dejar de ser quien está siendo, pasar la raya para comenzar una nueva etapa, diferente, totalmente diferente.
El requerimiento del Eterno implicaba que tuviera que dejar TODO lo que era y conocía, para construir una nueva identidad. De las cenizas de su propio pasado debía emerger el nuevo hombre.
Un hombre nuevo dedicado, ¿a qué?
Mira las palabras del Eterno, son precisas: ser padre de una gran nación en una tierra de su propiedad.
Es decir, Dios no quería un Papa sino un pionero sionista, uno que dejara su acomodada vida, su idiosincrasia, sus títulos nobiliarios, su bienestar material y social para emprender una tarea de carácter personal-social-espiritual, levantar una patria sionista en la tierra de Israel.
Claro que no se hablaba de sionismo ni de Israel, pero, así como el primer Abram podría ser tomado como modelo para el radicalismo religioso musulmán, el segundo Abram (quien recibe mensajes de Dios de cómo encaminar su vida) es el primer modelo para el judío sionista apegado a la espiritualidad.
¿Entiendes las ideas que se desprenden de este texto y esta interpretación?
Porque, no vemos llamados religiosos de parte de Dios hacia Abram, ni le ordena formar una secta o partido religioso, ni le encomienda un texto sagrado, ni tratar de convertir gente a sus creencias, ni de organizar rituales, ni de enseñar hebreo (o arameo, probablemente), ni de vestir de forma curiosa y llamativa para diferenciarse de otros, ni repetir salmos y entonar cánticos, ni de perseguir brujas y endemoniados, ni de alabar con loas y alelushas, ni de pedir el diezmo para levantar iglesias o templos, ni ofrendar sacrificios cotidianos para congraciarse con la divinidad, ni aprender pasajes místicos y cabalisteros para un pretendido control universal, ni conquistar tierras y embanderarlas bajo Allah o Elohim, ni… ¿entiendes la idea?
Sencillamente estaba llamado a hacer una familia y a establecerse en la tierra que le correspondía por derecho como patria.
Que de esa familia surgiera, eventualmente, una nación que morara en su terruño y viviera de acuerdo a su costumbre.
EL ideal sería que entre esas costumbres tuviera prevalencia y preponderancia las que conectan con la espiritualidad (las que erróneamente algunos llaman “religiosas”), que para la identidad judía corresponden actualmente con el legado que brilla desde la Torá.
El día que los descendientes de Abraham (de Itzac y de Iaacov, continuadores de la herencia abrahámica) puedan vivir en paz en su tierra, gozando de la bendición de su patria, entonces será el día que todas las naciones de la tierra podrán disfrutar de su propia bendición, en prosperidad, en santidad.
Tenemos por delante numerosos desafíos, que nos quedan planteados desde estas sencillas pero perpetuas palabras.
(Texto publicado originalmente para serjudio.com, contiene interesantes enseñanzas para la identidad espiritual noájida.)