Si alguna vez has visitado el Muro de los Lamentos un viernes por la noche, habrás sentido la atmósfera de amor y santidad que rodea ese espacio. Sin embargo, detrás de ese momento de éxtasis espiritual, hay una profunda lección que encontramos en las vidas de Abraham e Isaac.
En las parshiot Vaierá y Toldot, ambos patriarcas se dedicaron a cavar pozos, símbolo de la búsqueda de la bondad y la vida oculta bajo la superficie. Sin embargo, mientras que los pozos de Abraham fueron cerrados por los filisteos, los de Isaac permanecieron abiertos y funcionales. ¿Por qué?
Abraham representa el amor expansivo y desbordante (jesed), mientras que Isaac encarna la disciplina y la restricción (guevurá). Aunque el amor de Abraham atraía a multitudes, carecía de la estructura necesaria para resistir la adversidad. Isaac, con su enfoque introspectivo y deliberado, aportó sostenibilidad a los ideales de su padre.
Esto nos enseña que el amor, aunque sea poderoso y emocionante, necesita límites, disciplina y compromiso para perdurar. Un amor sin parámetros puede perderse en la superficialidad; uno trabajado con cuidado y respeto se convierte en una fuerza duradera y auténtica.
La combinación de jesed y guevurá no solo es esencial en nuestra relación con Dios, sino también en nuestras relaciones personales. Amar con generosidad, pero establecer límites, es lo que da profundidad y permanencia a nuestras conexiones. En un mundo que celebra lo instantáneo, Isaac nos recuerda que lo valioso necesita esfuerzo y cuidado.
De la confluencia de bondad y justicia es que emerge resplandeciente el SHALOM.
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