Época tenebrosa
Ubiquémonos en el Hemisferio Norte.
La época es ésta, el mes de Kislev
Cuando ocurre anualmente el solsticio de invierno, cuando los días son cortos y las noches extensas.
Época de oscuridad, de sombras, de penumbras, de fríos, de soledad.
Época tenebrosa, de recogimiento, de apatía.
Época de desolación, de encierro.
Época en la cual parece que el sol desaparece de a poco para no volver, engullido por un manto de noche.
Época de silencio, de monotonía, de quietud, de muerte.
Pero, lo noájidas y los judíos tenemos nuestras armas para traer Luz al mundo, para evaporar las sombras de terror, para quitar el miedo y la desesperanza.
Los fieles al Eterno, noájidas y judíos, hemos sido provistos de instrumentos para alumbrar, corregir y edificar.
Para convertir el desierto en un tupido vergel, para dar agua al sediento, calma al angustiado, vida al exánime.
¿Cuáles son estas herramientas de liberación?
Siete Luces de Una Luz
El Diluvio asoló la tierra.
El pecado de la humanidad había provocado la mayor devastación de la Historia.
Un gentl justo con su familia fue salvado por la Misericordia divina, y sirvió como salvador de la vida en la tierra: Noaj / Noé era su nombre.
El 27 de Jeshvan, un par de días antes del comienzo del mes de Kislev, abrió las puertas del arca de la salvación.
Y su mirada vagó por un mundo destruído, por la desolación, por el desierto, por el dolor que le hizo brotar lagrimones de sus ojos.
Hacía un año aquel mundo era prolífico, gastado por la contaminación, herido por el pecado, manchado por la corrupción, pero lleno de vidas, de diversidad, de colores, de fauna y flora.
Ahora el vacío, la nada, la desesperación, la soledad.
La noche del Diluvio había terminado, pero se extendían aún sus efectos destructivos.
Noaj, en medio de su angustia existencial, de su desesperación, ofrendó animales como sacrificio al Eterno.
Era su precaria manera de simbolizar su quebrantamiento interno, su angustia, su dolor de muerte emocional.
Pero también, como pudo, como supo, quiso demostrar al Creador que él, Noaj, estaba dispuesto a trabajar para construir el Shalom, que estaba listo para sacrificarse si era necesario con tal de que el mundo no conociera nuevamente la destrucción total.
Así pues, al comenzar el mes de Kislev el Eterno selló un Pacto eterno con los noájidas.
Él les instruyó los siete mandamientos unviersales, que son fundamento de la vida de edificación.
Y como señal de ese pacto eterno tomó al Arcoiris.
Hasta ese momento el arcoiris no tenía ningún simbolismo particular, era un efecto óptico de la refracción y dispersión de luz solar y gotas de agua en suspensión.
Pero, a partir de se momento ya no sería solamente un efecto óptico, sino que sería también un símbolo, y una señal perenne del pacto entre Dios y la humanidad.
Ese arco que consiste en siete colores diferentes, pero que todos proceden del mismo haz de luz.
Es una clara simbología de la Luz de la Verdad que proviene de lo Alto, que luego es dispersada entre las personas, para que cada cual la manifiesta de acuerdo a su carácter y forma de ser.
Están los menos refractarios, los más próximos a la Luz original, que son los "rojos". Y en el otro extremo de esa gama están los violetas, que son los más lejanos, los más refractarios. Sin embargo, todos ellos forman parte del mismo sistema, de la misma realidad. Todos ellos son hijos, derivados, criaturas del mismo haz de Luz original.
Lo lejanos, los medios y los cercanos, todos hijos; aunque algunos no quieran reconocerse como tales, aunque opten por servir y adorar a la oscuridad, su alma impoluta sigue estando vinculada a la pura Luz que le da vida.
Así pues, el mundo estaba en oscuridad, destruído, pero el Eterno envío Su rayo de Luz, Su hálito de vida que se dividió en siete ramales, en los siete mandamientos universales y sus derivados.
Para enseñarnos que solamente la Luz de la Verdad, la Luz de la Vida, es la que tiene el poder de extirpar la soledad, la muerte, la miseria, la injusticia, la podredumbre, la idolatría.
Tú, hermano noájida, levanta con orgullo tu estandarte noájico, ese que lleva los siete colores del Arcoiris, pues es manifestación de la unidad dentro de la diversidad, de la fidelidad al Uno y Único a través del variado repertorio de acciones edificantes que puedes y debes hacer.
Tenlo presente.
Siete Luces para Ocho Días
Y en la Historia, encontramos otro fogonazo esplendoroso de Luz en mitad de la tétrica oscuridad.
La cultura helenista se había instalado en el mundo.
Amenazaba la integridad espiritual, y luego la física de los judíos.
La destrucción del judaísmo era un hecho casi consumado, pues muchos eran los que se asimilaban a esa cultura tan atractiva pero tan falta de espiritualidad.
Muchos eran los tormentos y privaciones que debían sufrir los nobles y fieles del Eterno a manos de los esbirros de la oscuridad disfrazada de luminaria.
Como símbolo, el imperio había quitado la Menorá del Santo Templo de Jerusalén, había hecho desaparacer la llama que debiera ser perenne en el Templo, que representa la divina Presencia en nuestras vidas.
No había luz en el Templo, para simbolizar que no había Luz en el Mundo.
Pero los pocos y débiles vencieron a los muchos y poderosos.
Un puñado de fieles del Eterno combatió en contra de la tiranía, en contra de la idoaltría, en contra de la falsedad, en contra de la muerte, en contra de la oscuridad, hasta que finalmente vencieron.
Un triunfo impensable se proclamó.
Y ocurrió otro milagro cuando los judíos gloriosamente vencedores encendieron nuevamente las siete luces puras en el Templo. El aceite que usaron como combustible servía para mantener encendida las lámparas por un día, pero milagrosamente perduraron por ocho días, hasta que llegó nuevo aceite, nuevas energías para expandir el mensaje de salvación por el mundo.
Nuevamente, en Kislev, en el período de opresión, de lóbrego pesimismo, de aniquilación, es cuando la Luz resplandece con mayor potencia.
No en vano la Menorá se constituyó en el símbolo nacional judío.
Esa lámpara bruñida en un solo bloque de oro macizo, que se divide en siete brazos para sostener las llamas de la luz que representan la Luz de la Torá y los mandamientos, la Luz del Eterno, que vivifica y salva.
No en vano es en Kislev que celebramos Januca, la festividad de las luces.
Lo hacemos como símbolo de que en la vida tendremos que afrontar momentos oscuros, que la noche es parte integrante de la existencia, pero que incluso allí la Luz del Eterno es lo que prevalece.
Esa Luz que se simboliza en el Arcoiris noájico o en la Menorá de los judíos.
Esa Luz que toma distintas tonalidades y se manifiesta de diversas maneras, pero que siempre se vincula a la unidad, al Uno y Único que es Dios.
Tenemos ante nosotros un mundo con mucha oscuridad.
El dolor, la idolatría, la corrupción, la miseria, la injustiia, el mal, la mentira abundan.
Pareciera como si la noche fuera a imperar.
Los imperios del mal se muestran orgullosos con todas sus posesiones.
Pero, nosotros podemos estar confiados de que tenemos una Luz que nos alumbra en toda ocasión, que tenemos un Padre que no nos desampara, que tenemos una misión para llevar a cabo y nadie nos podrá detener.
Festejemos Januca los judíos, celebremos junto a nuestros hermanos noájidas la resurrección del mundo en estos días.
Trabajemos juntos para construir Shalom, por medio de los mandamientos que nos iluminan.
Todos unidos en nuestra diversidad, todos unidos a la raíz común, en unidad para conseguir que la Luz brille sin manchas.
Feliz Januca, feliz compromiso a traer más Luz a este mundo.