Parashá Tzav resumida 5782

Parashat Tzav continúa directamente con la parashá anterior, Vaikrá; pues refiere acerca de las ofrendas, que también se suelen denominar (no muy correctamente), como sacrificios.
En hebreo se les llama korbanot (singular: korbán), que no hace referencia ni al concepto ofrendar, así como tampoco al de sacrificar.
Su sentido es muy diferente, pues se vincula con el acercarse.
Porque, precisamente esa era la función que tenían los korbanot, en la cultura judía bíblica: ser un vehículo mental y emocional para que aquel que ofrecía el korbán pudiera experimentar, de alguna manera significativa para él, su acercamiento a la divinidad.
Probablemente, a nosotros, que no vivimos de acuerdo a los parámetros de esa cultura tan antigua, nos pueda resultar extraño este sentido de trascendencia a través de matar a un animal inocente y asarlo en busca de acercarse a Dios. Para nosotros quizás sea más habitual hacerlo a través de plegarias, alabanzas al Eterno, bendiciones o cuestiones similares. Sin embargo, si pudiéramos viajar al pasado y contarle a aquellos ancestros nuestros que nosotros hacemos tefilá, que leemos tehilim (salmos), que halagamos a Dios con palabras; seguramente nos verían sin entender nada de lo que les contamos. Porque para ellos, de manera acostumbrada, la proximidad con la divinidad requería de los korbanot, de estar en el templo, de los rituales que fueron consagrados por la Torá. Podríamos analizar que motivaba a nuestros antepasados a tener que vivienciar lo sagrado de esta manera, pero nos iríamos por las ramas en esta oportunidad.
En síntesis, debe quedarnos claro que, cuando usamos la palabra ofrenda o sacrificio, lo hacemos porque es lo que se estila, porque las traducciones encontraron esas palabras en español, pero debiéramos tomar en cuenta que esas palabras en verdad no están haciendo referencia a lo que implica el korbán.
Esto ocurre con muchísimas otras palabras/conceptos del Tanaj, del judaísmo en general, como por ejemplo cohén, que se traduce como sacerdote y que es un vocablo que aparece montón de veces en este libro de la Torá.

En nuestra parashá Dios le dice a Moisés que se dirija a los cohanim y les dé instrucciones precisas sobre cómo se deben ofrecer los diversos sacrificios, cuál debe ser el procedimiento requerido de los cohanim en el tabernáculo construido para Dios. Este episodio, a diferencia del anterior, está destinado a un público objetivo específico: a los sacerdotes, pues les brinda un plan de trabajo.

El primer sacrificio que aparece en la parashá es el OLÁ, ‘sacrificio ascendente’: El sacrificio se llama así porque toda la carne de la bestia sube en forma de humo, cuando se quema sobre el altar, y los sacerdotes no comen de ella en absoluto.
Como se puede ver en otros lugares de la Torá, el korbán olá era la ofrenda más frecuente, ya que se hacía a diario. Este sacrificio diario se llama OLAT TAMID «Ascensión Perpetua», y se ofrecía dos veces al día, todos los días: por la mañana y por la tarde.
Esta ofrenda es también la razón de otro fenómeno interesante en el templo: ¡siempre hay un fuego en el altar, todos los días y en cualquier momento! Piensa en la cantidad de animales y de árboles que se necesitaban quemar para cumplir el mandamiento del sacrificio ascendente.

El segundo korbán es el MINJÁ, éste es único porque todos sus componentes provienen de vegetales: está hecho de sémola, aceite e incienso. De todos estos el sacerdote toma un puñado y los lanza sobre el altar. La ofrenda de minjá se acompaña por la prohibición de cocinarlo con jametz (harina de las gramíneas que han leudado), tal como la prohibición de la próxima festividad de Pesaj.

El tercer korbán es el JATAT, es una ofrenda para ayudar a expiar los pecados de las personas.

El cuarto es el ASHAM, una ofrenda que sirve para ayudar a expiar cuatro pecados específicos:

«’Cuando una persona peque porque, habiendo oído la advertencia del juramento y siendo ella testigo que lo vio o lo supo, no lo denuncie, será considerada culpable. De la misma manera, el que haya tocado cualquier cosa impura, sea el cadáver de un animal impuro no doméstico, o el cadáver de un animal doméstico impuro, o el cadáver de un reptil impuro, aunque no se haya dado cuenta de ello, será impuro y culpable. Si alguien, sin darse cuenta, toca alguna impureza humana, sea cual sea la impureza con que se contamine, aunque no se haya dado cuenta de ello, cuando llegue a saberlo, será culpable. También la persona que descuidadamente jura hacer algo, sea malo o bueno, respecto a cualquier asunto por el cual se jura, como se acostumbra a jurar sin pensar, cuando llegue a saberlo, será culpable por cada una de estas cosas. ‘Y sucederá que cuando alguien peque respecto a cualquiera de estas cosas, confesará aquello en que pecó, y traerá al Eterno como su sacrificio por la culpa, por su pecado cometido, una hembra del rebaño, sea oveja o cabra, como sacrificio por el pecado. El sacerdote le hará expiación por su pecado…»
(Vaikrá/Levítico 5:1-6)

Recordemos que los sacrificios por sí solos NO expían, no perdonan, no disculpan, no lavan del efecto negativo del pecado cometido.
Como mencionamos antes, el korbán sirve para que el oferente experimente cercanía con Dios, entre otras sensaciones profundas. Es esto un movilizador para que comprenda lo terrible del pecado y realice TESHUVÁ de forma más completa.
El derramar sangre de un ser inocente, NO brinda ningún perdón a ojos de Dios.

Luego la parashá nos trae el quinto korbán, el SHELAMIM, que es ofrecido por una persona que quiere agradecer a Dios por cierta cosa y en los casos en que la persona ha hecho voto de traer un sacrificio, o ha decidido dar un sacrificio como caridad. Lo que tiene de especial es que también lo comen quienes lo sacrifican y no únicamente los sacerdotes.

Termina la parashá con la dedicación del Mishkán, un evento festivo y emocionante en el que se inauguró el santuario portátil y comienza el trabajo ritual en él de los sacerdotes.
La inauguración del Mishkán es celebrada por los hijos de Israel durante ocho días que son llamados los ‘días de reserva’ al final de los cuales los sacerdotes ‘llenan sus manos’, es decir, se convierten en sacerdotes reales, que realizan la obra del Templo.



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