Del exilio al renacer: la vida judía en el espejo de las parashot de Devarim

¿Alguna vez te has preguntado por qué el libro de Devarim nos sigue hablando con tanta fuerza después de tantos siglos? No es solo un repaso de acontecimientos del desierto, ni tampoco las últimas palabras de un anciano profeta. Es algo mucho más íntimo y profundo: es el espejo donde vemos reflejada nuestra propia historia como pueblo, desde aquellas ruinas humeantes del año 70 hasta este momento exacto en que tú lees estas palabras.

Imagínate a nuestros antepasados, expulsados de Jerusalén, viendo cómo las llamas consumían todo lo que conocían. ¿Qué les quedaba? Cada parashá de Devarim es como una estación en ese largo viaje de dolor, esperanza y renacimiento:

🔹 Devarim – Palabras. Cuando Roma nos despojó de todo, quedamos desnudos ante el mundo. Sin templo, sin tierra, sin ejército. Pero había algo que ningún emperador podía quemar: las palabras de la Torá. Piensa en tu bisabuelo recitando Shemá en un shtetl polaco bajo la nieve, o en aquella abuela sefaradí susurrando bendiciones en ladino. Esas palabras se convirtieron en nuestras murallas invisibles, en la patria portátil que llevábamos en el corazón. La Torá escrita, pero especialmente la oral, se convirtieron en nuestro país, con sus fronteras, con sus reglas, con sus vivencias. Sin olvidar, sin dejar de añorar, sin dejar de querer volver al espacio físico que nos pertenece, y al cual pertenecemos, ese que los colonizadores sanguinarios llamaron «Palestina» y hoy en día los sanguinarios imperialistas llaman «Palestina», pero cuyo eterno nombre e identidad es y será YEHUDÁ (JUDEA) e ISRAEL.

🔹 Vaetjanán – La súplica. ¿Cuántas lágrimas cayeron sobre los libros de rezos durante veinte siglos? Generaciones enteras clamando «¡El año próximo en Jerusalén!» al final de cada Pesaj. Esas súplicas no fueron en vano. Se transformaron en liturgia viva, en plegarias que nos mantuvieron unidos desde Yemen hasta Vilna, desde Marruecos hasta Ucrania. Cada piyut era un grito de amor que atravesaba el tiempo.

🔹 Ekev – La consecuencia. El exilio nos enseñó una verdad cruda: olvidar quiénes somos tiene un precio real. ¿Recuerdas esas familias que se asimilaron completamente y perdieron su identidad judía? En contraste, aquellos que mantuvieron vivas las tradiciones —encendiendo velas cada Shabat, estudiando Torá en secreto— experimentaron el milagro cotidiano de la supervivencia contra todo pronóstico.

🔹 Reé – Mira. Aun en la noche más oscura del gueto, siempre hubo quienes supieron ver la luz. Reé nos dice: abre bien los ojos. La historia no termina con la expulsión de España, ni con los pogromos de Rusia. Hay algo más allá de la niebla. ¿Lo ves tú también?

🔹 Shoftim – Jueces. Sin rey ni ejército, creamos algo extraordinario: una nación sostenida por la justicia interna. Los batei din (tribunales rabínicos), los jajamim (sabios), los líderes espirituales tejieron una red de cohesión que mantuvo vivo al pueblo disperso. Shoftim nos recuerda que nuestra verdadera soberanía siempre estuvo en la Torá y en la justicia, no en los tronos de los reyes.

🔹 Ki Tetze – Cuando salgas. Después de casi dos mil años, algo increíble comenzó a suceder: los judíos empezaron a salir. Salieron de los puebluchos de Europa del Este, de las mellahs de Marruecos, de las juderías de Irak, de las montañas de Yemen. Cada uno con su maleta y su libro de Tehilim, dirigiéndose hacia una tierra que muchos solo conocían por las oraciones. Fue el amanecer de la geulá (redención), visible y palpable.

🔹 Ki Tavó – Cuando entres. ¿Te imaginas la emoción y el miedo al pisar por primera vez la tierra de Israel? No fue un cuento de hadas. Entrar significó enfrentarse al calor abrasador del desierto, a pantanos infestados de malaria, a tierras secas que parecían rechazar la vida. Significó vecinos hostiles y un idioma casi olvidado que había que revivir. Ki Tavó es el sudor de nuestros abuelos y bisabuelos que, con sus propias manos, hicieron florecer naranjos donde solo había piedras.

🔹 Nitzavim – Están firmes. «Nitzavim kuljem» —todos ustedes están de pie, juntos. Para sostener ese milagro renaciente se necesitaba unidad. ¿Qué habría pasado si cada grupo se hubiera quedado en su rincón, negándose a trabajar con el otro? Sin unidad, el sueño se habría desmoronado. Incluso hoy, esta es nuestra mayor lección: juntos o nada.

🔹 Vayelej – Y fue. El pueblo no puede quedarse congelado en un momento de gloria pasada. El Estado de Israel no es una foto antigua colgada en la pared; es un organismo vivo que respira, crece, se equivoca, aprende. Vayelej nos empuja a avanzar, a no aferrarnos a nostalgias románticas ni a esquemas rígidos. Nos enseña a caminar hacia adelante con valentía, incluso cuando el camino no es claro. El pasado nos enseña y alienta, pero no nos encarcela.

🔹 Haazinu – Escucha. La voz profética sigue sonando, pero ¿la escuchamos? Haazinu nos recuerda que debemos comunicarnos con honestidad absoluta: con el Eterno, entre nosotros como pueblo, y con el mundo que nos rodea. Un Israel vivo es un Israel que sabe escuchar las críticas justas y que se hace escuchar con verdad y dignidad. Es uno que comunica y explica, que muestra donde están las difamaciones en su contra.

🔹 Vezot Habrajá – Esta es la bendición. Superar los escollos, sanar las heridas profundas, encontrar el sentido último de haber vuelto a casa. La bendición no es el «fueron felices para siempre» de los cuentos, sino un nuevo comienzo cargado de responsabilidad. Es la posibilidad —real, concreta, aquí y ahora— de vivir en nuestra tierra con Torá, con identidad plena, con responsabilidad moral.

Si lo miramos con ojos atentos, Devarim entero es el mapa del viaje del pueblo judío a través de la historia:

• de la palabra al renacer,
• de la súplica a la acción concreta,
• de la diáspora al retorno físico,
• de la unidad imperfecta a la bendición compartida.

Roma creyó que al destruir el Bet Hamikdash, al llamar a la zona «Palestina» había escrito el capítulo final de Israel. Cómo se equivocaron. La Torá, en su sabiduría eterna, ya nos había dejado escrito en estas parashot que la historia judía no termina con ruinas humeantes, sino con vida nueva, con renacer, con bendición tangible.

Y ahora viene la pregunta que te hago directamente a ti: ¿Dónde estás tú en este relato? Porque hoy, cada judío es parte viva de esta narrativa. Somos los herederos de quienes supieron mantener la palabra cuando todo se derrumbaba, de los que supieron avanzar cuando todos decían que era imposible, de los que escucharon el llamado y finalmente volvieron.

La tarea de nuestra generación no es menos clara que la de nuestros antepasados: cuidar la unidad como si de ella dependiera nuestra supervivencia (porque así es), avanzar con visión sin perder de vista nuestras raíces, y hacer visible —en nuestras acciones cotidianas, en nuestras palabras, en nuestras elecciones— la bendición que el Eterno nos dio.

¿Estás listo para asumir tu parte en esta historia milenaria?

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