En varias oportunidades anteriores hemos mencionado y traído a colación a los cuatro hijos que plasma la Torá y retrata la Hagadá: el sabio, el rebelde, el simple y el que no sabe preguntar.
Sobre este último, el que no sabe preguntar, queremos hacer algunas precisiones que nos parecen importante conocer y comprender.
Hay al menos tres tipos de personas que no saben preguntar, dos de las cuales no representan
precisamente la virtud, sino su contrario.
Está el pequeñito, de muy corta edad, o el escasamente dotado intelectualente, que no tiene acceso a
funciones intelectuales complejas. No sabe preguntar, porque no está capacitado para hacerlo. Por supuesto que a esta persona se la debe acompañar en un proceso de crecimiento, para que alcance el máximo nivel a su alcance. Se lo habrá de estimular, orientar, promover, alentar, educar, de acuerdo a sus ritmos y posibilidades, de modo tal de desarrollar sus capacidades, aunque fueran limitadas o nimias.
Esta persona no sabe preguntar porque no tiene la facultad para hacerlo, tal como el ciego no puede ver o distinguir formas y colores visualmente.
Pero está también el que no sabe preguntar porque es un fanático. Se ha encerrado detrás de las murallas de sus
opiniones y siente como un ataque cualquier vacilación, duda, cuestionamiento. Es tan impotente ante la realidad, que prefiere asilarse en un reducido mundo de prejuicios y preconceptos. Su verdad es la que vale, aunque lejos esté de la Verdad. Su palabra es la que cuenta, y no teme agredir de cualquier manera para silenciar a los que puedan poner en riesgo su minúsculo imperio de extremismo. Con violencia, amenazas, extorsiones, manipulación, presiones de todo tipo y color procuran mantener su dominio, desterrar lo que creen puede contaminar su reino de oscurantismo e ignorancia.
Es el fanático, ciego por propia voluntad, encerrado, esclavo pero que al mismo tiempo se aferra a sus cadenas y para no verse rodeado de miseria intenta encadenar a otros, para que la libertad no exista, la divergencia desaparezca y solamente reine su ideología.
Está el otro que no sabe preguntar, que es el indiferente, el apático, aquel que vive lejos de la realidad,
sumergido en su vanidad. El mundo puede estar cayéndose a pedazos pero el apático ni se entera, se esconde, se va, huye, escapa, se sumerge en su TV, en sus drogas, en sus excusas, en sus actividades sin freno ni control. No quiere que le cuentes, no le interesa, no le importa, no le incumbe, no tiene nada que ver. Se excluye, adora la ignorancia, detesta el conocimiento, rechaza la responsabilidad, le aterra el compromiso. Vive en su indiferencia, se alimenta de basura, de programas de chimentos de la TV, de la vida de sus estrellas del espectáculo, de los campeonatos deportivos, de tonterías sin sentido, que en nada aportan a edificar un mundo de Shalom.
Se asbtiene, se ausenta, no está, no pregunta porque ni quiere saber que existe algo más allá de su nada misma.
Es triste ver cada día más personas que no saben preguntar, ¿no es cierto?