En casi todas partes del mundo Purim se festeja el 14 de Adar, pero, en las ciudad que tenían muralla alrededor en época de Iehoshúa/Josué (tal como Ierushalaim, y especialmente en ella) se festeja al día siguiente, el 15 de Adar.
A esta segunda instancia de celebración se le llama Shushan Purim, aunque el nombre más acorde es Purim Ierushalaim.
Se han dado algunos motivos para esta inusual separación de festejos, pero queremos mencionar solamente una idea.
La salvación de Purim, los milagros ocultos en sus tramas, fue una incompleta.
Si bien los judíos escapamos de la masacre y genocidio y conseguimos prevalecer sobre el sanguinario enemigo, igualmente permanecimos bajo la bota del imperio. Nos mantuvimos en exilio, no retornando el grueso del pueblo a la tierra patria. Los enemigos siguieron teniendo autoridad sobre nuestras vidas y destinos. Israel, el país de Judea, siguió siendo una minúscula provincia perdida y empobrecida. No se exaltó con esplendor el Sagrado Nombre, no se obtuvo la redención completa… ni cerca de ella.
Sí, nos salvamos de la muerte, pero no de la asimilación y la pérdida.
Es un día de logros, pero también esconde (y evidencia) nuestra débil posición en el mundo.
Israel quedó medio derruida y el pueblo lejos de ella.
Por ello tenemos estos dos días para celebrar Purim.
Uno es el de la diáspora el otro es el del corazón de Israel.
En uno festejamos hasta perder la conciencia de que en verdad no tenemos tanto para hacerlo, por ahora…
En el otro celebramos la promesa de que no abandonaremos el camino y que tarde o temprano alcanzaremos la redención plena, y con ella la del mundo entero.
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