Está escrito en la parashá: “…Su ofrenda fue un plato de plata que pesaba 130 siclos y un tazón de plata de 70 siclos, según el siclo del santuario, ambos llenos de harina fina amasada con aceite para la ofrenda vegetal…” (Bemidbar / Números 7:13)
En esta parashá se repite varias veces párrafos idénticos, iguales o casi, cuando se nos relata la entrega de la ofrenda de cada una de las doce tribus de Israel.
Sabemos que la Torá es medida -concisa- en sus palabras, incluso en sus letras, entonces, ¿cómo entender esta aparente repetición sin sentido?
Una forma de interpretarlo es que la Torá nos quiere enseñar que cada tribu es equivalente a las demás, importante por existir y cumplir su función específica, sea que consideremos su peso en el conjunto como más o menos fundamental.
Otra interpretación la da el Midrash, (Bemidbar Rabá 13 y 14) cuando nos hace ver que cada una de las ofrendas era sentida de un modo particular, distinto, por quien la ofrendaba (y por quienes éste representaba).
Si hacemos una síntesis de ambas opiniones podemos llegar a una conclusión interesante: está en nuestras manos convertir lo que es rutinario (por ejemplo, la tefilá -rezo- diaria; el estudio; el trabajo; etc.) en una experiencia novedosa, creativa… sólo es cuestión de empeñarnos en lograrlo, y de hallar chispas de original en cada momento, objeto y persona.
Destellos de la parashá
Sidrá 35ª de la Torá; 2ª del sefer Bemidbar.
Entre pesukim 4:21 y 7:89. Haftará en Shofetim 13:2-25.
Concluye el texto de esta parashá con la narración de la ceremonia realizada a la finalización de las obras de construcción y preparación del Mishkán (Tabernáculo, que era el santuario portátil que acompañó a los Hijos de Israel en su estadía en el desierto, y luego en la Tierra Prometida, hasta la consagración del primer Bet Mikdash (Templo) en Ierushalaim, por parte del rey Shelomó hijo de David).
La inauguración (o dedicación, Janucá en hebreo), ocurrió el primer día de Nisan del segundo año después de Ietziat Mitzraim (Salida de Mitzraim).
Y fue ungido no sólo el Santuario, sino también sus kelim (utensilios) y el mizveaj (altar) con sus utensilios.
Los dirigentes de cada tribu trajeron un presente tribal (que era de valor similar para todas las tribus) al Mishkán. Además de las donaciones personales de oro, plata y ofrendas animales y vegetales.
Esto servía como demostración pública de la aceptación del dominio de Dios por sobre todas las familias de Israel, sin distinción de linajes o casas paternas (aparentemente con la excepción de los hijos de Leví, pero, es sólo apariencia, pues ellos estaban consagrados en persona a la actividad sacra).