La primera pareja humana vive en un entorno ideal: sin esfuerzo, sin dolor, sin conflictos. Todo está dado. No necesitan ganarse el pan, ni enfrentar desafíos, ni siquiera elegir… salvo por un solo límite:
“De todo árbol del jardín podrás comer, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, serás mortal.” (Bereshit 2:16–17)
No hay prohibición caprichosa, que no contiene un parámetro fundamental. No hay un dios discapacitado emocional que precisa aferrarse a su orgullo y falso poder para divertirse haciendo sufrir al débil. No hay imposiciones torpes, de una deidad aburrida de su propia existenca.
Hay una enseñanza esencial: la libertad sin límites se destruye a sí misma.
El jardín representa el estado de inocencia, pero también de inmadurez. Vivir allí era existir sin tensión, sin responsabilidad. Dios, en Su sabiduría, no quiere niños eternos sino adultos morales. Por eso da una mitzvá: un límite que permite la elección.
Sin la posibilidad de decir “no”, no hay libertad. Y sin libertad, no hay humanidad.
El Midrash Bereshit Rabá comenta que, cuando dice la Torá que el Creador colocó a Adam “para trabajar y cuidar el jardín”, no lo hizo porque hiciera falta un jardinero, sino para enseñarle que la existencia humana tiene propósito y misión.
“El que no trabaja ni cuida: destruye”, dicen los sabios. La vida no se trata de disfrutar el jardín, sino de mantenerlo vivo.
Por eso, cuando Adam y Java comen del fruto, no se trata de un acto gastronómico, sino moral. Han querido “ser como Elohim, conocedores del bien y del mal” (Bereshit 3:5). Es decir, quisieron decidir ellos qué es bueno y qué es malo, en lugar de reconocer que el bien y el mal no son inventos humanos, sino realidades que trascienden el deseo individual.
El Zohar enseña que en ese momento “la luz pura se mezcló con la sombra”, y desde entonces el ser humano debe distinguir entre ambas. El mundo no se volvió “malo”, sino complejo.
El paraíso no fue destruido, fue oculto detrás de la niebla de nuestras decisiones.
El Eterno no los “castiga como a niños desobedientes”, sino que les revela las consecuencias naturales de su acto: el trabajo, el dolor, la dificultad, la muerte.
En términos modernos: la adultez.
Quien elige, asume.
El paraíso no se pierde por comer una fruta, sino por querer vivir sin límites, sin responder por lo hecho.
El Midrash Tanjumá dice que, cuando el Creador los viste con túnicas de piel (kutnot or), no lo hace como castigo sino como gesto de compasión. Les enseña que aun después de errar, hay cobertura, hay reparación. No los elimina del mundo; los envía a construirlo.
La vida fuera del Edén es difícil, sí, pero es también el lugar donde se puede crear, amar, reparar, aprender y crecer.
En otras palabras: la expulsión del paraíso es el comienzo de la verdadera humanidad.
Preguntas para reflexionar:
- ¿Qué significa realmente “ser libre”? ¿Hacer lo que uno quiere o elegir con conciencia?
- ¿Qué límites de la vida te ayudan a crecer en lugar de oprimirte?
- ¿Cómo respondés cuando tus decisiones traen consecuencias inesperadas?
- ¿Qué “jardín” te fue confiado para cuidar hoy?
La historia de Adam y Java no es un mito antiguo sobre desobediencia; es el mapa de nuestra condición humana.
Cada día tenemos delante el árbol de la vida y el árbol del conocimiento mal usado. Cada decisión puede alejarnos del Edén o abrirnos el camino de regreso.
Y ese camino —dice el Midrash— está custodiado por “espadas flameantes” no para impedirnos entrar, sino para iluminarnos el regreso, cuando finalmente aprendamos que libertad y responsabilidad son una sola cosa.
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