Los primeros hermanos de la especie humana, Caín y Hevel, traen ofrendas al Creador. Una es aceptada, la otra no. En lugar de aprender y mejorar, Caín se deja dominar por la envidia, y termina cometiendo el primer asesinato.
La Torá nos muestra así el primer conflicto humano: no entre pueblos, sino dentro del corazón de una persona. Es el drama eterno de la humanidad: la lucha entre el impulso destructivo (ietzer hará) y la voz de la conciencia. Es el combate del EGO contra el camino espiritual. No por odio en realidad, sino por envidia. No por deseo del mal, sino por sentirse impotente para hacer el bien.
El texto de Bereshit (Génesis 4) es breve, casi enigmático. Pero los sabios de Israel lo ampliaron en multitud de midrashim, que no buscan “rellenar huecos” sino iluminar lo que está oculto entre líneas.
El Midrash Bereshit Rabá enseña que Caín trajo su ofrenda “del fruto de la tierra”, mientras Hevel ofreció “de los primogénitos de su rebaño, lo mejor de ellos”. No se trata de que Dios prefiera carne a vegetales, sino de la intención interior. Hevel dio lo mejor que tenía, mientras Caín dio algo, sin cuidado ni esfuerzo. El midrash dice que Caín ofreció lino, una planta sin valor alimenticio, como quien cumple un rito vacío, por compromiso.
El Creador no mira la ofrenda: mira el corazón del que la ofrece.
¿Qué tipo de ofrendas damos nosotros: las mejores, o las que no nos cuestan nada?
Cuando hacemos el bien, ¿lo hacemos por convicción o por costumbre? ¿Esperamos obtener algún beneficio o es un genuino acto de bondad?
El midrash también relata que Caín y Hevel discutieron antes del crimen. Algunos dicen que fue por posesiones, otros que por mujeres, y otros —como R. Yehudá ben Betera— que por el deseo de supremacía espiritual. Es decir, el conflicto no fue externo, sino interno: la necesidad de ser reconocido, de ser el “preferido”.
Así, la historia de Caín y Hevel no es un relato antiguo, sino un espejo de lo que sigue ocurriendo hoy, en familias, comunidades y sociedades: la incapacidad de aceptar que otro brille sin sentir que uno pierde.
El Eterno, antes del asesinato, le habla a Caín con una advertencia y una esperanza:
“¿Por qué te has enojado y por qué ha caído tu rostro? Si mejoras, serás elevado; pero si no mejoras, el pecado acecha a la puerta, y hacia ti es su deseo, mas tú puedes dominarlo” (Bereshit 4:6–7).
Es un versículo que contiene toda una psicología moral: el enojo no es el problema; el problema es dejarse dominar por él. El midrash comenta que “el pecado está a la puerta” significa que el impulso negativo siempre está disponible, siempre cerca, pero no es invencible. Dios no le dice “no te enojes”, sino “domina tu enojo”.
Es la primera lección de autocontrol, de responsabilidad emocional.
El ser humano no elige lo que siente, pero sí lo que hace con lo que siente.
¿Qué diferencia hay entre sentir enojo y dejarse arrastrar por él?
¿Qué recursos tenés para manejar tus emociones antes de que te manejen a vos?
Después del crimen, Caín no se escapa del diálogo divino.
“¿Dónde está Hevel, tu hermano?”
Y Caín responde: “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?”
Los sabios dicen que esa pregunta fue la segunda caída de Caín: no sólo mata, sino que niega su responsabilidad. Pero el Creador no responde con venganza, sino con corrección: Caín será errante, no destruido.
La justicia divina busca reparación, no revancha. El Eterno deja abierta una puerta: que el asesino aprenda a ser, finalmente, guardián de su hermano.
En ese sentido, la semilla destructiva de Caín sigue viva dentro de cada uno: cada vez que envidiamos, competimos sin sentido o negamos nuestra responsabilidad hacia el otro.
El Zohar comenta que el nombre “Caín” proviene de kanití, “he adquirido”, porque Java dijo “he adquirido un hombre con Dios”. El nombre ya anticipa su problema: la obsesión por poseer. Hevel, en cambio, significa “vapor, soplo”, aquello que no se aferra, que fluye.
Entre Caín y Hevel se juega toda la tensión del ser humano: ¿vivir aferrado a lo que uno tiene, o fluir con lo que uno es?
¿Qué te mueve más: tener o ser?
¿Cómo se expresa hoy tu modo de “ser guardián de tu hermano”?
La historia narrada en pocas líneas, elaborada por generaciones de sabios, contiene una poderosa advertencia y una oportunidad.
La advertencia: el mal no siempre viene de fuera, sino de dentro.
La oportunidad: cada uno puede elegir dominar sus impulsos, elevar su ofrenda y cuidar al otro.
Porque la creación sigue en marcha, y sólo se completa cuando aprendemos a vivir como hermanos.
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