Introducción: Más Allá de la Teshuvá (retorno) de Nínive
La historia de Yoná, aquel profeta que fue tragado por un gran pez, se interpreta casi universalmente como un relato sobre el rajamim (compasión) de Hashem y el poder de la teshuvá (retorno a la esencia).
Muchos también la leen como un “palo” contra el profeta: que se puede ser apegado a la Tanaj y, a la vez, duro de corazón; que un profeta puede ser cobarde y poco misericordioso. Una lista de torpezas que, por extensión, a veces se usa para atacar a los judíos o a ciertos grupos de ellos.
Aunque algunas de esas lecturas tienen algo de verdad, el texto esconde una capa mucho más profunda y radical: el objetivo principal de Hashem no era Nínive, sino el propio Yoná. Nínive es el escenario; el verdadero destino de la misión recae sobre el instrumento. ¡El mensaje es para Yoná!
Por ello, para todos nosotros, en cada generación, allí donde estemos.
Desde esta perspectiva, apoyada en las fuentes de la espiritualidad de Israel, la misión entera es una lección intensiva diseñada para educar al profeta: para flexibilizar sus ideas rígidas, expandir su comprensión de la justicia divina y forzarlo a reconocer lo que, hasta entonces, no había asumido. El relato —antes y después de Nínive— es el mapa de un viaje interior, breve en extensión pero monumental en profundidad.
Una guía que, hasta hoy, también nos habla a nosotros.
El Punto de Partida: El Éxito Amargo de un Profeta (2 Reyes 14:25)
Yoná no es un profeta novato. El libro de 2 Reyes lo presenta ya con una historia compleja:
«[El rey Yeroboam II] restauró los límites de Israel… conforme a la palabra de Hashem, que habló por medio de su siervo Yoná hijo de Amitay, profeta de Gat-Jéfer».
A primera vista, una victoria. Sin embargo, un versículo antes (14:24) la Tanaj nos advierte que este mismo rey “hizo lo malo ante los ojos de Hashem”.
Dios, en un acto de jesed (benevolencia), utilizó a un rey impío para cumplir la profecía de un profeta justo, por pura compasión ante el sufrimiento de Israel (14:26-27).
Para Yoná esto fue un éxito amargo:
– Su profecía se cumplió, pero no produjo teshuvá en el pueblo ni en el rey.
– Aprendió que la bondad de Hashem puede manifestarse aun sin transformación interior.
– Vio que la medicina alivió el síntoma, pero no curó la enfermedad del alma de Israel.
Los sabios del Midrash enseñan que esta experiencia moldeó su visión. Entendió que el Creador bendice incluso cuando Israel no hace méritos. Por eso, cuando recibe el mandato de advertir a Nínive, razona que si Hashem fue tan compasivo con un Israel indiferente, ¡cuánto más lo sería con los ninivitas si mostraban siquiera una señal de teshuvá!
Su celo se volvió protector y temeroso. El Midrash (Mejilta de Rabí Ishmael) explica que temía que Nínive se arrepintiera, porque su arrepentimiento se convertiría en una acusación celestial contra Israel, que recibía profetas sin cambiar. Su huida no es simple rebeldía: es un intento desesperado de “proteger” a su pueblo de una comparación humillante.
En resumen, Yoná llega a su propio libro no como un profeta triunfante, sino desilusionado: ya había visto un “éxito” vacío. Y esa cicatriz interior lo prepara para la lección más grande de su vida.
La Tensión Interna como Herramienta Divina
¿Por qué enviar a Yoná a Nínive si ya había cumplido su misión en Israel?
Porque su tikkún (proceso de corrección espiritual) no estaba completo.
Hashem usa la incomodidad para pulir el alma: el mandato de ir hacia “el otro” —el enemigo— no es una tarea secundaria, sino el catalizador para que Yoná se confronte consigo mismo.
Esta prueba lo forma en varios niveles:
- Responsabilidad profética: aprende que la voluntad divina puede operar de manera paradójica; esa lección será clave para guiar a Israel.
- Humildad y apertura: debe aceptar un mandato que choca con su visión nacional; la profecía exige incomodidad.
- Visión de justicia integral: debe integrar din (rigor) y jesed (benevolencia); solo así será un profeta equilibrado.
- Desarrollo de carácter: su miedo, orgullo y resistencia al cambio quedan al descubierto; cada prueba es parte de su tikkún personal.
Ecos en las Fuentes Rabínicas
El Midrash relata que Yoná temía que sería llamado por la gente como un “profeta de mentiras”, cuando sus advertencias de juicio no se cumplían porque la gente hacía teshuvá. Temía que la salvación de Nínive dañara su credibilidad en Israel. La gente no suele entender que la profecía no es una visión del futuro, no es una adivinanza, sino una apertura de la menta hacia la toma de decisiones. Si uno opta por el bien, el destino cambia de lo que está marcado como destrucción. Al no entenderse eso, entonces se vería al profeta como un charlatán, que pronostica destrucciones y no pasa nada. Porque, la gente no vería la bondad y el rajamim actuando ante los que hacen una elección bondadosa.
El episodio del kikayón (planta de rápido crecimiento) es la metáfora perfecta: Yoná se aferra a una comodidad pasajera y se enfurece cuando desaparece. Los cabalistas ven en esa sombra un or makif (luz envolvente), una protección temporal que despierta conciencia. El foco no es la planta, sino la reacción de Yoná: su apego a su propia idea de justicia.
El mensaje es claro: antes de guiar al pueblo, el profeta debe encarnar el rajamim que anuncia.
Relectura Profunda
Yoná no es un improvisado; es la voz de la restauración de Israel.
Su autoridad lleva en sí la semilla del desafío.
Cuando Hashem lo envía a Nínive, no busca primariamente salvar la ciudad, sino esculpir el alma de su profeta. La experiencia en 2 Reyes fue el inicio de su formación; Nínive es su examen final.
Debe aprender:
- A ser fiel incluso cuando la misión lo descoloca y le produce ira o crisis.
- A aceptar que la justicia y la misericordia divinas superan su lógica.
- A dejar que su propia visión limitada se rompa para dar paso a una comprensión más alta.
La pregunta final de Hashem, «¿No he de tener Yo piedad de Nínive…?», no es una defensa de la ciudad, sino un espejo frente a Yoná: “¿Puedes tú enojarte porque utilizo Mi mundo para enseñarte quién eres y quién soy?”.
La Lección para Nosotros
La experiencia de Yoná es un modelo para cualquiera que tenga una misión.
A menudo, Hashem nos da tareas que parecen contradecir nuestro camino “exitoso”.
No son un error: son el plan. Son el taller de nuestro propio tikkún.
La verdadera prueba no está en “los otros” —nuestro Nínive personal— sino en nuestra reacción:
¿Nos aferramos a nuestro orgullo y a nuestra idea de cómo debería ser la justicia?
¿O permitimos que la experiencia nos quiebre y nos reconstruya?
¿Seguimos siendo pastoreados por el EGO a través del miedo, o tomaremos las riendas de nuestra vida, aunque nos sintamos débiles e incapaces?
¿Estaremos siendo obstinados en rebelarnos, o aceptaremos que somos una infinita NESHAMÁ en un cuerpo limitado, en un mundo de limitaciones, y, por tanto, habremos de hacer lo mejor con los recursos disponibles?
Nuestro liderazgo y servicio más auténticos no nacen de los éxitos visibles, sino de la disposición a ser transformados, a dejar que Hashem modele no solo lo que hacemos, sino lo que pensamos y sentimos en lo más íntimo.
Cierre
Yoná es nuestro espejo. Un hombre llamado por Dios, con grandes logros, que creyó haber entendido el juego.
Hashem usó una ciudad entera para mostrarle que el verdadero propósito de su llamado no era solo cambiar el mundo, sino dejar que el mundo lo cambiara a él.
Ese sigue siendo el desafío más difícil —y más glorioso— de nuestra propia vida de emuná (confianza activa en el Creador).
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