«כְּתַפּ֨וּחַ֙ בַּֽעֲצֵ֣י הַיַּ֔עַר כֵּ֥ן דּוֹדִ֖י בֵּ֣ין הַבָּנִ֑ים בְּצִלּוֹ֙ חִמַּ֣דְתִּי וְיָשַׁ֔בְתִּי וּפִרְי֖וֹ מָת֥וֹק לְחִכִּֽי:
Como un manzano entre los árboles del bosque es mi amado entre los jóvenes. Me agrada sentarme bajo su sombra; su fruto es dulce a mi paladar»
(Shir HaSHirim/Cantar de los Cantares 2:3)
Es ampliamente conocida la costumbre de la noche de Rosh haShaná de tener a la mesa (y quien quiera además comer) manzana a la que se le unta miel.
Una práctica que tiene unos 1.500 dentro de la cultura judía.
Se la toma entre las manos y se dice una frase, habitualmente: “Que sea Tu Voluntad renovar para nosotros un año bueno y dulce”.
Quien suele comerla, así lo hace, previamente recitando la bendición estipulada por el fruto el árbol.
Es una costumbre, no un mandamiento.
Es un ritual simbólico, no una orden que se da a Dios. Aunque muchos puedan considerar que es un decreto metafísico que impone el deseo de la persona ante el universo y ante el Rey; en verdad la magia no funciona de esta manera.
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