Mandamientos de amor

«La justicia y el derecho son el fundamento de Tu trono; la misericordia y la verdad van delante de Tu rostro.
¡Bienaventurado el pueblo que conoce su proximidad con el Eterno! Andarán a la luz de Tu rostro.
En Tu nombre se alegrarán todo el día, y en Tu justicia serán enaltecidos.
Porque Tú eres la gloria de su poder, y por Tu buena voluntad exaltarás nuestro poderío.
¡El Eterno es nuestro escudo! ¡Nuestro Rey es el Santo de Israel!»
(Tehilim / Salmos 89:15-19)

Es clásica la clasificación de las mitzvot como:

  • entre el hombre y su prójimo;
    cuyo precepto básico es: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Eterno» (Vaikrá / Levítico 19:18);

    y

  • entre el hombre y Dios;
    que su fundamento es: «amarás al Eterno tu Elohim con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Devarim / Deuteronomio 6:5).

De acuerdo a este criterio, los mandamientos de la Torá se inscriben en:

  • preceptos que repercuten en el beneficio social,
  • y aquellos en los que el hombre refuerza su conciencia en su conexión con el Eterno.

Podrías advertir que ambos mandamientos que son los pilares de todo el sistema incluyen el verbo “amar”, en uno es al prójimo como a sí mismo; en el otro es a Dios con todo.
Como ya hemos establecido en otras oportunidades, amar no es un mero sentimiento, ni buenas intenciones, sino acciones concretas que benefician sin perjudicar, y no esperan un beneficio compensatorio.

Siendo así, el amor hacia el prójimo es entendible, pues el otro puede obtener algún provecho de nuestro acto de amor. El prójimo precisa, poco o mucho, pero como persona ser vivo siempre estamos en dependencia, en impotencia. Por lo cual, cada acto de amor sincero de nuestra parte, es una manifestación de poder y de dotar de poder a alguien que lo precisa en ese momento.

Pero, ¿acaso se beneficia siquiera en un átomo el Eterno con cualquier cosa que hagamos en Su honor?
Ciertamente que nada de lo que hagamos, o dejemos de hacer, tendrá efecto en el Eterno.
Entonces, podemos darnos cuenta de algo muy profundo y de suma importancia, el amor no solamente es un acto de bondad, también puede ser un acto de justicia.
¡Sorpresivo!

Por lo general asemejamos el amor a la bondad, y es correcto.
Pero cuesta darse cuenta de que también es justicia, ¿no?

Todo lo que hacemos en honor al Eterno es una forma, limitada y mínima, de devolver algo por Sus infinitas bondades con las que nos prodiga constantemente.
Es un acto de justicia, en la medida de nuestras posibilidades.
Él es constante DAR, y nada recibe.
Por ello, cuando cumplimos un mandamiento entre nosotros y Él, estamos actuando por amor a Él, que significa hacer justicia.
Por ejemplo, ponerme tefilín me inspira con su simbolismo, me brinda alegría, me identifica como judío y un sinfín de cosas más. ¿Qué recibe Él?
Nada, absolutamente nada.
Pero estamos haciendo un poco de justicia a Su Bondad, al asumir nuestro rol, al sintonizarnos con nuestra NESHAMÁ, al amarLo porque eso es lo que debemos (y nuestra NESHAMÁ quiere) hacer.

Y entonces, de pronto, cuando amamos realmente al prójimo, quizás no estamos actuando solamente por bondad, sino que de alguna manera estamos equilibrando el Cosmos, haciendo justicia. ¿Podemos discernirlo?

Al repasar estos datos que estamos aclarando ahora, nos encontramos con otra sorpresa.
Aquella constante enseñanza nuestra de construir SHALOM por medio de actos de bondad y justicia, queda nuevamente iluminada como certera y sagrada de acuerdo a la verdad “bíblica”.

Construir SHALOM, con actos (pensamientos/palabras/acciones) de bondad Y justicia, es amar al prójimo y amar a Dios.
¿Precisamos algo más?

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