« וּמִקְצֵ֣ה אֶחָ֔יו לָקַ֖ח חֲמִשָּׁ֣ה אֲנָשִׁ֑ים וַיַּצִּגֵ֖ם לִפְנֵ֥י פַרְעֹֽה:
Luego tomó a cinco de entre sus hermanos y los presentó ante el faraón.»
(Bereshit/Génesis 47:2)
Entre los Sabios hay un desacuerdo acerca de la identidad de los hermanos presentados por Iosef ante Faraón.
Los Maestros que estaba asentados en Judea sostienen que eran los hermanos más poderosos e impresionantes (Midrash Bereshit Rabá 95:4).
En tanto los Rabinos afincados en la diáspora de Babilonia prefieren enseñar que eran los hermanos más débiles entre todos (Bava Kama 92a).
Más allá de confirmar una u otra interpretación prefiero que nos detengamos un instante a pensar en qué hay detrás de esta aparente divergencia.
La respuesta es evidente: el lugar de residencia y las vivencias que conllevan para la identidad judía.
Aquellos maestros viviendo en Eretz Israel son de la idea que los representantes de la nación deben ser los fuertes, los poderosos, los que no se amilanan ante los grandes enemigos o las dificultades tremendas.
Deben tener la misma soltura e independencia ante los poderosos de la tierra como ante los humildes.
No deben retroceder ni siquiera ante el magnífico faraón, ni mostrar flaqueza en los momentos de tensión.
Han de ser bastiones, robustas columnas que sostienen al resto de sus hermanos.
Deben dejar bien en claro que el pueblo judío sabe defenderse y no retrocede por temores infundados.
Tal como hace 2.000 años, nuevamente en la tierra patria se levantan líderes que impulsan la imagen del judío valiente, del Estado que aunque siendo pequeño puede aventajar militarmente, tecnológicamente y en otros aspectos a enemigos mucho más numerosos y a priori poderosos. El Israel de las heroicas FDI y el cuasi todopoderoso Mossad, que por eso mismo infunde tanto pavor en los enemigos al tiempo que provoca infinidad de falsas acusaciones, quejas, agresiones mediáticas de aquellos que no toleran al judío que se sostiene con firmeza y no se esconde de los peligros.
Israel es poderoso, le duela a quien le duela; porque tenemos al Socio de nuestro lado, pero también porque podemos enfrentar al enemigo desde una posición de verdadero poder.
Mientras tanto, para los maestros del exilio, los del Talmud babilónico, el miedo ante los gobernantes gentiles está muy presente. No hay que confrontar, no hay que mostrar poder, no hay que parecer amenazantes. Mejor estar encerrados en los guetos, alejados de la vida social, invisible para que los poderosos no agredan. No hay que atreverse a destacar, sino pasar desapercibido, ignorando. No hay que destacar el milagro cívico-militar de Januca, sino el del frasquito de aceite. No hay que guardar activo recuerdo, y mucho menos cantar abiertas loas a los héroes de la guerra contra Roma, por los que guardamos medio luto varias semanas durante Sefirat haOmer, sino enseñar que fallecieron algunos estudiantes de Torá a causa de una misteriosa plaga. No hay que hacer enojar al amo gentil, no sea que se le ocurra hacer pogromos, holocaustos, o cualquier otra cosa que se le cante. Mejor bajar el perfil, andar andrajoso y en las sombras, pedir perdón por estar con vida… Realmente así fue la manera en que por lo general escogieron vivir gran número de comunidades judías, e individuos, en el exilio y tal suele ser la caricatura antisemita que difunden los enemigos. Todavía persiste esa perspectiva oscura, huidiza, vulnerable, enfermiza, dentro y fuera de los hijos de Israel.
La cuestión es que, ante el judío alfeñique el enemigo no tiene compasión ni se comporta piadosamente. Al contrario, se aprovecha de esta alicaída presencia para castigar con más vicio y malicia. Se aprovecha y envalentona, pues como buen cobarde que es el enemigo precisa maltratar al que se muestra débil, ya que con alguien poderoso se acobarda todavía más.
La gran enseñanza, ¿cuál es?
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