NOTA SOBRE LA FILOSOFÍA GRIEGA Y EL SABER JUDÍO

NOTA SOBRE LA FILOSOFÍA GRIEGA Y EL SABER JUDÍO.
Por: Shaul Ben Abraham Avinu
Para Serjudio.com
La relación entre la filosofía griega y el pensamiento judío se remonta a varios siglos atrás de la llamada era cristiana. Filón, Yehudá haLeví y Maimónides, entre otros, quisieron conciliarla, rechazarla y equipararlas. En esta breve nota me limitaré a destacar brevemente algunos rasgos de esta relación.  Hay que empezar diciendo que no hay una filosofía judía en tanto su sentido básico y primario de amar la sabiduría. Para los rabinos y jajamim (sabios) el fin de la jojmá (sabiduría) se revela en un juego de palabras que hace de ella koaj máh, “el poder del ¿qué es eso?” En ese sentido es la pregunta, y no la respuesta la que desfila como la protagonista en el pensamiento hebreo. ¿Pero quién es el agente de la pregunta para el hebreo? ¿Acaso el ser humano? Ciertamente no; el Amo de las preguntas es ante todo el dador del lenguaje, Aquel que hizo que el hombre “llegar a ser un ser parlante” (como traduce Onquelos  al arameo las palabras hebreas “llegó a ser un ser vivo”). Por eso una teología judía, a mi juicio, es imposible, no hay logos para entender a  Dios, Dios es el conocedor, el conocimiento y lo conocido.  Así pues la palabra es la que permite la pregunta y la respuesta, las que bien pueden llegar ser vida si se corresponden con la realidad divina, o muerte si se apartan de ella. En este sentido el pensamiento hebreo es, en líneas generales, una hermenéutica de la experiencia contemplativa de los mundos que en su devenir son asumidos como un perpetuo ejercicio de lectura en el que cada elemento que aparece, se desarrolla y desaparece, forman parte importante del gran texto que es la existencia. La Toráh no sólo es un libro, sino la misma vida bien vivida, y el secreto para adquirir esa vida está en leer bien en ella, hay que sumergirse entre sus letras para hacer del libro una mikvé (piscina ritual) de tinta. El Talmud, en muchos pasajes, enseña como la jojmá yehudí y la jojmá yevaní (sabiduría griega) discutían,  disputaban, se elogiaban y sobre todo se encontraban y se alejaban en muchos puntos; ¿en que se alejaban? En reconocer el origen de Todo. ¿En que se aproximaban? En que la sabiduría es el camino para resolver las preguntas. ¿Pero son los mismo jojmá y sofía? Basta con decir que no, que las condiciones y las visiones de mundo de los dos pueblos nos dan dos resultados distintos. Ante todo el jajam (sabio) es el experto, aquel que ha tenido una relación íntima o de conocimiento (daat) con el objeto al punto de unirse a él y por eso es llamado un Baal (un poseedor). El filósofo, en cambio, es el que se aventura, por amor, a conocer aquello que aprecia sin importar que se logre o no conocerlo realmente. Ahí está el fatídico sino del griego. El conocimiento hebreo se establece por haber llegado, el conocimiento griego por haber partido. Muchos autores han dicho que la sabiduría helénica es visual y estética, y la hebrea auditiva y ética. Tal apreciación parte de prejuicios históricos. En realidad la experiencia del Nabí (o “profeta”) se reviste de un poder estético contundente en que escucha y percibe la realidad con menos “ropajes” que el resto de los mortales, apreciando e interiorizando el flujo de divinidad que parte del infinito hacia nosotros por diversas etapas a las que se les denomina ocultamientos o mundos (olamot), y de acuerdo a sus exploraciones en el nivel de percepción que se encuentre, establece las descripciones para nosotros y las deposita en forma escrita. Así pues el texto es no solo el resultado de una experiencia precisa y plena del llamado mundo porvenir, sino el suelo firme en el que las letras, a través de la forma y el curso de sus trazos, se hacen señales y números que nos permiten dilucidar en qué estado se encuentran las almas, en qué momento de nuestro acenso hacia la eternidad estamos. ¿Se puede hacer filosofía con estas ideas, con esta “cosmovisión”? Toda respuesta a esta pregunta sería de carácter analógico. Doy pues una respuesta corta que es a su vez otra pregunta: ¿No fueron educados con esta tradición, Freud,  Kafka, Benjamín, Derridá, Levinas, Cohen?  Así pues, concluiría al estilo del Rabino Talmudico Hillel: ¿y si ellos lo hicieron, por qué yo no? Y le preguntaría a quien me lee, ¿y si yo lo hago, porque no usted?    

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