Es habitual que tengamos algunos inconvenientes con el conocimiento de ciertos conceptos o ideas, en el tema que esbozamos en este escrito nos centramos particularmente en cuestiones atinentes a la espiritualidad.
Es notable como la traducción muchas veces nos deja en un estado de ignorancia o falsa creencia; cuánto más cuando del hebreo de la Torá se trata, un idioma antiquísimo, de una cultura en muchos aspectos extraña, con una cosmovisión bastante diferente a la contemporánea.
En otras oportunidades, damos por sentado que sabemos definir algún concepto, pero ante el requerimiento no sabemos cómo hacerlo realmente; balbuceamos, damos vueltas, hacemos acrobacias lingüísticas para finalmente dejar en claro (para el que reconoce y admite) que no sabemos tanto como presumíamos saber.
Otras veces estamos en posesión del saber que proviene de la opinión, de la lealtad a una transmisión que hemos recibido, pero que parte de una fuente poco informada, o escasamente confiable, o el emisor es sumamente respetable, pero no cuenta con el conocimiento adecuado de aquello que nos enseña.
Y, por supuesto, están los que adrede pervierten los sentidos, inventan definiciones, esgrimen la falacia como si fuera santa verdad para alcanzar alguna ganancia personal.
Como sea, solemos estar en la oscuridad en algunos aspectos, y tristemente no tenemos la capacidad o la dignidad como para reconocerlo y hacer algo para rectificarlo.
¿Qué podemos hacer para corregir esto?
Ante todo, admitir nuestro estado de ignorancia en tal o cual aspecto.
Si nos aferramos al error, poco o nada haremos por la vida.
Luego, tener la dignidad como para asumir que debemos ponernos en campaña para aprender e incluso des-aprender.
Más tarde tener la voluntad y constancia como para estudiar, de fuentes de confianza, de probada virtud y conocimiento.
Estudiar, no meramente recibir de forma acrítica, o peor aún, ser receptor de forma servil y poco consciente de nuestro deber de descubrir la verdad, según nuestra capacidad.
Por supuesto que cotejar la información, analizarla, evaluarla, comprobarla y no dar nada por verídico sin antes filtrarlo finamente.
No suponer nada, ni siquiera de nosotros mismos, sino preguntar hasta que sea sanamente apropiado.
Recuerda, no tomar ninguna información como verdad, ni siquiera de la fuente que creemos más confiable, sin antes tamizarla y valorarla a la luz de fuentes fidedignas.
Es una tarea constante, que requiere compromiso, pero estamos en condiciones de hacerlo –cada uno de acuerdo a su capacidad y posibilidades- y que no podemos dar por sentada o finalizada simplemente porque nos parece o así nos afirma alguna persona –titulada o no, que creamos superior en conocimiento-.
Por supuesto que podemos auto-evaluarnos, tratando de expresar lo que creemos conocer, explicarlo y comprobar hasta donde realmente somos aptos para hacerlo, en demostración de nuestro saber y cuanto hemos modificado preconceptos anteriores.
Por otra parte, el saber espiritual suele requerir de una puesta en práctica de lo interiorizado, por lo que sirve también como patrón de medida, no meramente del frío conocimiento intelectual, sino de la formación y armonía de nuestro ser.
En palabras del Eterno, a través de Su profeta y líder de Israel, Iehoshua bin Nun:
"Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de cumplir toda la Torá que Mi siervo Moshé [Moisés] te mandó. No te apartes de ella ni a la derecha ni a la izquierda, para que tengas éxito en todo lo que emprendas.
Nunca se aparte de tu boca este libro de la Torá; más bien, medita en él de día y de noche, para que guardes y cumplas todo lo que está escrito en él. Así tendrás éxito, y todo te saldrá bien."
(Ieoshúa / Josué 1:7-8)
Nuestro texto se centró en el conocimiento de aspectos espirituales, pero bien vale el consejo para cada área de la vida.