El Talmud, en masejet Sotá, nos enseña una gran verdad:
Mayor es aquel que actúa movido por el amor,
que aquel que lo hace por temor al castigo.
Sin dudas que si ambos proceden con justicia y/o bondad, están haciendo una gran tarea, aquella que Dios espera de la persona.
El acto en sí se está realizando, por tanto, en el hecho de la acción misma no hay nada para objetar.
Pero, cuando se valora la motivación (y Dios conoce la de todos, hasta incluso cuando nosotros mismos no tenemos idea de lo que nos impulsa actuar), Dios concede mayor mérito a la persona que tuvo una intención generosa, sin egoísmo, desinteresada. No es que la otra persona, aquel que actuó por miedo al castigo, no reciba su justa y positiva retribución, solo que ésta no es tan valiosa como la de aquel que lo hizo sin esperar ningún beneficio, es decir, por genuino amor.
En medio de ambas actitudes está la de aquel que actúa esperando recibir un premio, cualquiera que éste sea, en esta vida o en la eternidad.
Tampoco está mal, pero es deficiente en comparación con el que actúa por amor.
Así pues, la idea es ir entrenándonos para que sean movidas por el AMOR todas nuestras acciones, no solamente las «religiosas» (adrede entre comillas, porque lo religiosos es antitético a lo espiritual, pero la uso aquí por facilidad del lenguaje), sino en TODAS nuestras acciones. En privado y en público. Con gente conocida y desconocida. Con un mandamiento que estemos cumpliendo, o simplemente siendo éticos.
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