
¿Alguna vez te regalaron algo tan valioso que te aterró no estar a la altura? Una herencia, una oportunidad única, un talento que te sobrepasa. Ahora imagina que ese regalo viene con una factura invisible, con una letra pequeña que dice: «Si no usas esto para cambiar vidas, se vuelve en tu contra«.
Amigos, los milagros no son regalos gratis. Son préstamos de Dios con intereses espirituales del 1000%. Y hoy, con ayuda del Talmud y del gran filósofo Rav Soloveitchik, vamos a descubrir por qué la historia judía es una sola advertencia: el milagro que no se convierte en acción transformadora se convierte en condena.
Y no hablo solo de cambiar tu vida. Hablo de reparar el mundo entero.
TEOLOGÍA DEL MILAGRO
El Talmud nos dice algo que debería hacernos temblar: «En somjin al hanes» – «No te apoyes en el milagro». Es decir, no vivas dependiendo de milagros, no creas que mágicamente te salvarán, que algo sobrenatural te rescatará, que tendrás el pan sin esfuerzo, etc. Hubo y hay milagros, pero no están en nuestro departamento para usufructo, a no ser que el Dueño lo habilite… pero… nada es gratis en la vida.
Porque tenemos que vivir haciendo de cuenta que Dios no existe, para no esperar sentados, sino hacernos cargo de nuestra existencia.
Para eso nos hizo Sus socios en este mundo.
Pero, además, aquel que recibe por encima de la norma, es puesto a consideración severamente, por encima de la norma.
No es un castigo caprichoso, ni un dios hastiado, medio loco y que busca la quinta pata al gato. Es física espiritual: cada milagro es energía potencial que exige movimiento. Si no la usas, te quema.
Rav Soloveitchik explicaba que el milagro crea una «crianza asimétrica»: Dios se acerca a ti, rompe las leyes naturales, o la percepción que tenemos de ello, solo para ti, y en ese momento establece una deuda moral que no puedes pagar con simple gratitud. ¿Por qué? Porque el milagro no viene para tus necesidades, sino para tu potencial. Dios no cura al enfermo para que vuelva al sofá; Dios lo cura para que sea agente de curación. Cada sanación es un nombramiento como médico del alma del mundo.
Mira al rey Jizkiahu. Los sabios del Talmud dicen que era digno de ser el Mashíaj. Dios le concedió un milagro inaudito: volvió el sol 10 grados atrás, desafiando el tiempo mismo. ¿Y qué hizo Jizkiahu? Guardó silencio. No cantó. No creó un movimiento. No dijo: «Ahora que Dios ha hecho esto por mí, yo haré por el pueblo sufriente, por los oprimidos, por los que languidecen en cárceles injustas«.
Y perdió su destino histórico.
Estaba destinado a ser «el» Mashíaj, pero no supo agradecer, no solo con cantos que elogien al Dador, sino que insipren el corazón de los oyentes para crecer y hacer de este un mejor mundo.
El milagro no espera la gratitud pasiva. Exige inmediatez transformadora. Como Shaúl, que perdió su reino porque, tras la victoria milagrosa sobre Amalek, vaciló en la acción. Discutió con el profeta, negoció la obediencia. El milagro se le escapó entre los dedos convertido en justificación propia.
LA GRAN TRANSICIÓN: DE MILAGROS A RESPONSABILIDAD
Pero aquí está la gran paradoja que Rav Soloveitchik nos dejó: ¿Por qué Dios dejó de hacer milagros visibles? ¿Por qué en la época talmúdica ya no vemos profetas dividiendo mares?
No es porque Dios se alejó. Es porque nosotros crecimos.
Imagina un padre que le quita las ruedas de entrenamiento a la bicicleta de su hijo. No es castigo; es confianza. Dios vio que cada milagro que no transformábamos en tikkun olam –en reparación del mundo– se convertía en un dopaje espiritual que nos dejaba pasivos, dependientes, infantilizados.
Por eso el Talmud dice: «Está mejor una hora de arrepentimiento y buenas obras que toda la vida dependiendo de milagros» .
Dios prefiere 8 mil millones de humanos haciendo micro-milagros diarios –un acto de justicia, una palabra de consuelo, una innovación que salva vidas– a un Gran Milagro que nos convierte en audiencia pasiva.
Y esto nos lleva a lo más doloroso de nuestra historia: la Shoá. ¿Dónde estaban los milagros? ¿Por qué no se abrió el cielo? La pregunta es legítima, pero la respuesta judía no es de ausencia, sino de reorganización. Los milagros no desaparecieron; se fragmentaron y nos fueron entregados a nosotros para reconstruirlos.
Porque cada superviviente que abrió un hospital, cada refugiado que fundó una escuela, cada hijo de un mártir que se convirtió en científico curando enfermedades – ellos hicieron el milagro que Dios delegó.
Y hablo de delegación literal. El Midrash dice que tras la destrucción del Templo, Dios le dio el poder del milagro al ser humano colectivo. Somos nosotros ahora quienes tenemos que hacer el milagro. No esperar.
RESPONSABILIDAD MUNDIAL: CUANDO EL MILAGRO SE VUELVE MISIÓN
Y aquí llegamos al núcleo que tu alma necesita escuchar hoy:
No puedes recibir un milagro y guardarlo en tu cajita de «bendiciones personales».
El judaísmo enseña que el milagro es como el maná en el desierto: solo dura un día. Si no lo compartías, sino era utilizado con el fin destinado por el Creador, se pudría. Si lo acumulabas para ti, te envenenaba. El milagro es energía perecedera que debe circular.
Rav Jaim de Volozhin, el gran maestro del siglo XVIII, decía: «El propósito del milagro no es salvarte a ti, sino hacerte salvador» .
¿Tuviste un milagro económico? Tu deuda no es dar diezmos y quedarte tranquilo. Es crear empleo, financiar educación, romper ciclos de pobreza. ¿Tuviste un milagro de salud? No es para que corras una maratón personal. Es para que visites hospitales, acompañes al enfermo, fundes una organización de apoyo. ¿Tuviste un milagro de amor? No es para tu felicidad doméstica. Es para que construyas hogares para huérfanos, enseñes a otros a amar, seas refugio.
El milagro es un título de propiedad del mundo que Dios te entrega con la cláusula: «Usa esto para arreglarlo».
Mira la fundación del Estado de Israel. Fue un milagro político, militar, existencial. Pero los sabios del momento dijeron: «Si no construimos una sociedad de justicia para árabes y judíos, educación para todos, verdaderos principios espirituales y no ideología corrupta, innovación que beneficie a la humanidad, el milagro se volverá nuestra destrucción«.
Y lo hicimos. El milagro de 1948 no se quedó en el campo de batalla. Se convirtió en tecnología médica que salva vidas en África, en agua potable para desiertos, en Start-Up Nation que resuelve problemas globales. Porque entendimos: el milagro que no se exporta, se extingue.
¿Y TÚ? LA FACTURA MORAL DEL MILAGRO
Ahora cierra los ojos, escucha tu vida: ¿Cuándo recibiste un milagro que guardaste solo para ti?
¿Esa oportunidad laboral que solo usaste para comprar un auto más caro? ¿Esa sanación que solo celebraste con una fiesta? ¿Esa idea brillante que solo monetizaste para tu retiro?
El Talmud dice que en el juicio final no nos preguntarán: «¿Por qué no fuiste Moisés?». Nos preguntarán: «¿Usaste el milagro que te dimos para ser tú?».
Y aquí está la clave psicológica que Rav Soloveitchik descubrió: la gratitud pasiva es el ego disfrazado de humildad. Decir «gracias Dios» y no mover un dedo es decir: «Listo, me diste esto, yo me lo merecía, fin de la transacción». Dar un miserable donativo, es querer limpiar la conciencia a un bajo costo, como si pudieras negociar vilmente con el Dador.
La verdadera gratitud es el ego que desaparece en la misión. Es decir: «No merecía esto, pero ahora que lo tengo, no soy el dueño. Soy el administrador del bien común«.
Por eso, el judaísmo creó la Bendición por el Milagro Público al visitar un lugar donde este ocurrió.
Cuando te salvás de un accidente, tenés que decir: «Hagomel» – y toda la comunidad responde: «Amén. Y que uses tu vida para bendecirnos a todos».
El milagro se vuelve juramento social.
CONCLUSIÓN Y LLAMADO A LA ACCIÓN
Entonces, ¿qué hacemos mañana mismo?
-
Auditoría de milagros: Escribí tres cosas que recibiste y no merecías: salud, talento, tiempo, etc. No para agradecer, que no está mal y es necesario, pero no suficiente. Sino, para calcular tu deuda social.
-
Conversión inmediata: Cada milagro tiene 24 horas para convertirse en acción. ¿Te sanaron? Llamá a alguien enfermo hoy. ¿Tuviste éxito? Mentoreá a alguien que fracasó.
-
El test del «y para qué»: Cada vez que celebres un logro, pregunta: «¿Y esto para qué sirve fuera de mi uso personal, egoísta?» Si no tenés respuesta, el milagro se te está pudriendo.
Amigos, el mundo necesita más gente agradecida, sin dudas que sí, pero no alcanza. Necesita gente responsable con su gratitud.
El verdadero milagro no es lo que recibiste. El verdadero milagro es lo que hacés con eso para que otro lo reciba.
Así que la próxima vez que sientas que algo milagroso ocurre en tu vida, no solo agradezcas. Juramentate. Comprometete. Activa.
Porque el milagro que no se vuelve tikkun olam, se vuelve autodestrucción. Y Dios, en su infinita misericordia, nos está protegiendo de nosotros mismos al dejarnos de mandar milagros gratis.
Nos está esperando a que los hagamos nosotros.
Que así sea. Amén.
Comparte este mensaje con tus allegados y anímalos a reflexionar sobre estos importantes temas. Involúcrate en iniciativas que promuevan la construcción de Shalom.
Si este estudio te ha sido de bendición, agradécelo y difúndelo, y no olvides de colaborar con nosotros económicamente, que mucho se agradece: