Uno de los temas centrales de la parashá Ki Tavó es la elección entre bendición y maldición, entre vivir alineado con la voluntad de Dios o dejarse arrastrar por los impulsos del ego. Esta elección no es abstracta: se manifiesta en cada acto cotidiano, en cómo tratamos al otro, en cómo usamos nuestras palabras, en cómo respondemos al deseo.
La Torá no exige perfección, pero sí exige esfuerzo. El esfuerzo por vivir con bondad (jesed) y justicia (tzedek) es lo que transforma a una persona en un canal de bendición. No es fácil resistir la tentación de actuar por enojo, por orgullo o por comodidad. Pero cada vez que alguien elige el camino del bien, aunque le cueste, está inscribiendo la Torá en su corazón —como se inscribía en las piedras al entrar a la tierra— y está construyendo un mundo más luminoso.
El judaísmo honra ese esfuerzo. No se trata solo de cumplir mitzvot por obligación, sino de refinar el alma, de elevar el mundo. Cuando una persona domina sus apetencias y actúa con integridad, está haciendo tikún —reparación— no solo de sí misma, sino de toda la creación. Esa es la verdadera grandeza: no vivir esclavo de los impulsos, sino libre en la fidelidad a lo que es justo y bueno.
Como dice el versículo: “Y Dios te establecerá como pueblo santo… si guardas los mandamientos y andas en Sus caminos” (Devarim/Deuteronomio 28:9). Andar en Sus caminos es elegir, una y otra vez, la bondad sobre la indiferencia, la justicia sobre la conveniencia, la verdad sobre la comodidad. Y esa elección, aunque silenciosa, es lo que sostiene el mundo.
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