Mis queridos amigos de este vasto mundo que comparto con vosotros desde el silencio profundo de mis años y experiencias. Soy un rabino, sí, pero también un estudiante eterno de las almas humanas, guiado por los caminos de la psicología y la sabiduría ancestral. Hoy quiero hablarles de algo tan simple como esencial: la comunicación auténtica. Es el puente que nos une, el hilo invisible que teje nuestras vidas en comunidad, y sin embargo, cuántas veces lo descuidamos, lo desgastamos o lo sustituimos por máscaras y palabras huecas.
En nuestra tradición judía, el Shemá Israel comienza con una llamada a escuchar, no solo con los oídos, sino con todo nuestro ser. Escuchar es el primer acto de la verdadera comunicación. Pero ¿qué significa comunicarnos auténticamente? No se trata simplemente de decir lo que pensamos, sino de expresar lo que somos, sin miedo, sin engaños, sin manipulaciones. Es abrirnos al otro con vulnerabilidad y honestidad, reconociendo que cada palabra que pronunciamos tiene el poder de sanar o herir, de construir o destruir.
Los Pilares de la Comunicación Auténtica
Para alcanzar esta noble meta, he identificado cuatro pilares fundamentales, inspirados tanto en la Torá como en los principios universales de la psicología humana:
1. Presencia Plena: El Arte de Estar Ahí
Cuando Moisés subió al Monte Sinaí para recibir los mandamientos, estaba completamente presente ante Dios. Su mente no divagaba; su corazón estaba abierto y receptivo. Así debe ser nuestra comunicación con los demás. La presencia plena implica dejar de lado distracciones, preocupaciones y juicios previos. Significa mirar a los ojos del otro, sentir su respiración, captar sus emociones más sutiles. Solo cuando estamos realmente presentes podemos escuchar no solo lo que dicen las palabras, sino lo que callan los corazones.
Hoy, en este mundo acelerado, lleno de pantallas y ruido, hemos olvidado cómo estar aquí, ahora. Pero recordad: nadie puede conectarse contigo si percibe que tu mente está en otro lugar. Practica la atención consciente, respira profundamente antes de hablar y deja que tu alma se encuentre con la del otro.
2. Verdad con Amor: Hablar desde el Corazón
El Talmud nos enseña que «las palabras de verdad son duraderas». Pero la verdad sola no basta si carece de compasión. Una crítica dura puede destrozar, mientras que una verdad dicha con amor puede transformar. Cuando hablamos auténticamente, debemos preguntarnos: ¿mi intención es edificar o destruir? ¿Estoy buscando conectar o imponerme?
Ser auténtico no significa ser cruel ni brutalmente directo. La autenticidad exige equilibrio: decimos lo que sentimos, pero siempre con respeto y empatía. Recuerda las palabras del rey Salomón: «Como manzanas de oro en bandejas de plata, así son las palabras dichas oportunamente.» Aprende a elegir tus palabras con cuidado, como quien selecciona joyas preciosas para regalar.
3. Escucha Activa: El Silencio que Habla
El tercer pilar es quizás el más difícil de todos: aprender a escuchar sin interrumpir, sin juzgar, sin preparar mentalmente nuestra respuesta mientras el otro aún habla. En el Zohar, el libro de la mística judía, se dice que el silencio es un reflejo de la sabiduría divina. Al guardar silencio, creamos espacio para que el otro se exprese libremente, para que su alma encuentre eco en la nuestra.
La escucha activa va más allá de oír; es validar los sentimientos del otro, hacerle saber que ha sido visto y comprendido. Pregúntale: “¿Cómo te sientes?” o “¿Qué necesitas de mí en este momento?” Estas simples frases pueden obrar maravillas, porque demuestran interés genuino. Y recuerda: muchas veces, las personas no buscan soluciones inmediatas, sino alguien que les acompañe en su proceso.
4. Preguntar con Humildad: El Camino para Despejar la Niebla de los Supuestos
Mis queridos amigos, permítanme compartirles el cuarto pilar, uno que puede parecer sencillo pero que encierra una gran sabiduría: preguntar antes de actuar basados en suposiciones. Demasiadas veces, nuestras relaciones se ven entorpecidas porque creemos conocer las intenciones, pensamientos o emociones del otro sin haber tomado el tiempo de confirmarlo. Esto es como construir una casa sobre arena: tarde o temprano, colapsará.
En el Talmud se nos enseña: «No juzgues a tu prójimo hasta que te pongas en su lugar.» Sin embargo, ¿cómo podemos ponernos verdaderamente en el lugar del otro si no preguntamos? Los supuestos son como sombras proyectadas por nuestra propia mente; pueden parecer reales, pero rara vez lo son. Preguntar es la luz que disipa esa oscuridad.
Cuando enfrentamos un conflicto o una confusión, en lugar de asumir lo peor o llenar los vacíos con nuestras propias interpretaciones, debemos acercarnos con humildad y curiosidad. En lugar de decir: «Tú siempre haces esto para herirme,» podemos preguntar: «¿Qué quisiste decir cuando hiciste eso?» O en lugar de pensar: «Seguro que no le importo,» podríamos indagar: «¿Cómo te sentiste respecto a lo que compartí?»
Esta práctica no solo evita malentendidos, sino que también honra al otro como un ser humano complejo y único. Preguntar es reconocer que no tenemos todas las respuestas y que el mundo interior del otro merece ser explorado con respeto. Es un acto de amor, porque demuestra que estamos dispuestos a ir más allá de nuestras propias narrativas para entender la verdad del otro.
Así que les exhorto: cuando las dudas nublen vuestro entendimiento, cuando las emociones amenacen con llevaros a conclusiones apresuradas, deteneos y preguntad. Que vuestras palabras sean instrumentos de claridad, no de juicio. Porque al final, la auténtica comunicación no trata de lo que creemos saber, sino de lo que estamos dispuestos a aprender.
Queridos míos, la comunicación auténtica no es un lujo, sino una necesidad vital. Sin ella, nuestras relaciones se convierten en meras transacciones superficiales, vacías de significado. Con ella, podemos construir puentes hacia la paz, la comprensión y el amor.
Así que les invito a reflexionar: ¿cómo están comunicándose hoy? ¿Están siendo testigos sinceros de quienes tienen frente a ustedes? Que cada palabra que salga de vuestra boca sea como una oración, y cada silencio, un acto de reverencia hacia el alma del otro.
Que la bendición del Eterno descienda sobre ustedes y que puedan caminar juntos en el sendero de la verdad y la conexión profunda.
Shalom
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