La perdida mirada de la señora águila

La anciana señora águila se despertó, como todas las mañanas, temprano pues tenía muchas cosas para hacer.
Navegar entre las nubes, aletear en las corrientes, ascender hasta donde el cielo parece la noche y especialmente, debía buscar su comida diaria. Algún conejo, un ave transeúnte, algo que cocinar.
Pero, está mañana fue diferente a las demás, pues apurada por desayunar olvido ponerse sus anteojos.
Sentía que moriría de hambre, así que sin pensarlo salió a la caza.
Pero, ¿cómo prentenden que una abuela águila salga a cazar sin sus anteojos?
No veía nada con claridad, todo estaba confuso y difuso.
No reconocía una sombra, de un conejo, de un árbol.
Y cada tanto chocaba con el pico de alguna montaña.
Desperada buscó y rebuscó el camino a casa, pero estaba extraviada.
Ya era casi la noche, el hambre apretaba fuerte, y el miedo y la desesperanza también.
Cuando, un amable buho le ofrece su ayuda a la señora águila. La conduce gentilmente hasta su nido.
Ésta tantea entre las sombras tratando de encontrar sus lentes
Puso el nido patas pa’rriba pero sin éxito.
Imaginó que algún pícaro le había sustraído sus lentes…
Ahora le quedaba la prisión de la oscuridad, la quietud y la muerte.
Desanimada y desesperanzada la triste abuela águila lloraba y lloraba, desconsolada y amargada porque apenas si distinguía sombras difusas sin sus anteojos de águila.
La pobre no se había dado cuenta de que sus lentes estaban encima de su mesa de luz, como todos los días.
Ella con el apuro y la distracción olvidó donde estaban y no sabemos si los volvió a encontrar…

¿Qué aprendemos de esta narración?