Queridos amigos,
Nos encontramos en el libro de Shoftim, Jueces, en un tiempo turbulento para el pueblo de Israel. No hay rey, no hay autoridad central; cada tribu vive aislada y “cada cual hace lo recto a sus propios ojos” (y esa rectitud, era bastante torcida, muy frecuentemente). Es un escenario que, lamentablemente, no suena tan lejano a nuestros días.
El capítulo 6 abre un nuevo ciclo de dolor y redención. Israel ha vuelto a alejarse del camino de la Torá, y la consecuencia es la opresión de los midianitas. No se trata de una guerra convencional: Midian practica una estrategia de asfixia económica. Entran con sus huestes depravadas, como enjambres, arrasan las cosechas, dejan al pueblo en la miseria y el miedo.
Frente a la desesperación, Israel clama al Eterno. ¡Ahora se acuerda de Él! Y aquí viene la primera enseñanza de nuestros sabios: antes de enviar un libertador, Dios envía un profeta que les recuerda el origen del problema. No es una cuestión de armas, es una cuestión de emuná y conducta. Si la raíz está en la idolatría, el remedio empieza en el corazón. Hoy día, para el pueblo judío la idolatría ha cambiado sustancialmente de aquellos antepasados de hace más de 3.000 años, pero la raíz sigue siendo la misma: el vivir bajo el mando del EGO como sus siervos.
En ese clima aparece Guideón, hijo de Yoash, escondido en un lagar, trillando un poco de trigo para salvar algo de la rapiña. Y el ángel de Hashem le dice: “Hashem está contigo, valiente guerrero”. ¡Qué ironía! Guideón está escondido, temeroso. Pero la Torá nos enseña que el Eterno ve lo que todavía no se muestra: la valentía latente, el coraje que aguarda el momento para revelarse.
Guideón responde con una pregunta que muchos de nosotros podríamos hacer: “Si Hashem está con nosotros, ¿por qué nos sucede esto? ¿Dónde están Sus maravillas?”. Los jajamim ven aquí una emuná madura: no un silencio ciego, sino la valentía de dialogar con el Creador, de buscar coherencia. Preguntar no es falta de fe; es una fe que confía lo bastante como para reclamar respuestas. Por otra parte, nos suena a una pregunta que se viene reiterando en cada generación: «¿Dónde estaba Dios cuando…?», completa la frase con cualquier desgracia que nos haya ocurrido en la historia, como colectivo e individuos. Es una constante, buscando la falta de Dios, su inoperancia, su «soltarnos la mano»; cuando el párrafo nos va a enseñar lo que ya nos dice y reitera la Torá (de hecho, lo leímos la semana pasada en la parashá Ki Tavó): ¡No preguntes dónde está Dios cuando te pasan cosas malas! ¡Pregunta dónde está el Hombre y su conducta comprometida con el camino espiritual!
Pero, es más fácil culpar al afuera, en este caso, a Dios…
El ángel le da una señal: fuego celestial que consume la ofrenda que Guideón le entrega.
Mostrando un acto sobrenatural, que no es necesario realmente para tomar conciencia de nuestra responsabilidad, pero, parece ser que a la gente le gustan los efectos especiales, la magia…
Luego, el primer acto heroico de Guideón no es una batalla militar, sino espiritual: destruye el altar de Baal de su propio padre, destruye el arbolito de la diosa mujer, y levanta en su lugar un mizbéaj para Hashem. Esa noche se gana el nombre de “Yerubaal”, el que contiende contra Baal.
Aquí hay una lección que atraviesa los siglos: los peores “ídolos” a veces no están en templos lejanos, sino en la casa, en las costumbres, en las adicciones, en las ideologías heredadas. Romperlos requiere respeto por los vínculos familiares, pero también firmeza para no claudicar.
Cuando llega el momento de convocar a las tribus, dice el texto: “Vatilbash ruaj Hashem et Guideón”: el espíritu de Hashem lo vistió. Ralbag y Malbim explican que el ruaj no reemplaza el esfuerzo humano, sino que reviste y potencia la fuerza interior que él ya había demostrado. La inspiración divina no es un atajo: es un ropaje para quien ya empezó a actuar.
¡No esperemos que Dios nos haga los mandados! ¡Hagamos lo que tenemos que hacere!
Cuando trabajamos como verdaderos socios de nuestro Socio, vemos grandes victorias, aun en las pequeñas cosas.
Y aun así, cuando ya ha convocado a los valientes a la guerra, cuando vamos llegando al final del capítulo 6, el elegido caudillo Guideón pide dos señales divinas con el vellón: primero que sólo el vellón quede mojado, luego que sólo quede seco. No es duda enfermiza, es prudencia: busca claridad antes de poner en juego la vida de su gente. La emuná no es credulidad ingenua; es confianza acompañada de responsabilidad.
Es una sensación indescriptible, pero no es una fe ciega y absurda.
Guideón no estaba convencido, o quizás sí, pero necesitaba confirmar que todo esto no era fruto de un delirio, que no estaba enviando a sus seguidores al fracaso.
El mensaje para nosotros es claro. En épocas de incertidumbre, cuando los “madianitas” parecen amenazar nuestra economía, nuestra identidad o nuestra moral, la salida no es esperar un milagro externo. Es empezar por una teshuvá personal y comunitaria, atreverse a derribar los ídolos internos, y actuar con el coraje de quien sabe que el Eterno reviste de Su espíritu a quienes ya han dado el primer paso.
Mira a tu alrededor, en vivo, en redes sociales, en medios masivos de desinformación, en todas partes: estamos saturados de midianitas, de sus aliados los genocidas amalecitas, de los hijos de Oriente, que se alían para destruir a los judíos, desde todo punto de vista.
Nos están agrediendo constantemente, por todas partes, sin pausas. Son amos del relato, son fracasados en sostener la justicia y la verdad. Pero, se hacen llamar «derechistas humanes», «luchadores por la libertad» y otras mentiras que han sido tantas veces repetidas y con ecos sombríos, que hasta parece que es cierto.
Pero no son más que hordas de pirañas, lobos feroces en manadas muchas veces disfrazados de buenos pastores. Tomemos clara idea del mensaje que nos está transmitiendo este fundamental capítulo del Tanaj, tan habitualmente olvidado.
Guideón no comenzó como un héroe. Comenzó escondido, temiendo, como cualquiera de nosotros. Pero su decisión de actuar, aun en lo pequeño, abrió el canal para que la inspiración de Hashem lo cubriera y su liderazgo floreciera.
Que aprendamos de él a mirar nuestros propios miedos, a hacer preguntas verdaderas, a romper los falsos dioses que nos distraen, y a dar el paso que permite que la Presencia divina nos revista de fuerza. Esa es la victoria que antecede a cualquier batalla.
Y luego, a dar la batalla, con todos los medios legales a disposición.
Aquellos israelitas esperaron siete años con sumisión y melindre, ¿será necesario sufrir tanto antes de comenzar a hacer lo que es necesario hacer?
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