Queridos javerim, shalom:
Este shabat pasado, la Torá nos llevó de la mano a través de Ki Tavó, que abre con una escena que parece sencilla: el agricultor que trabaja y con su esforzado sacrificio desarrolla la sagrada tierra de Israel, llega el momento en el cual recoge las primicias de su cosecha y las lleva al Mikdash, Templo. Pero no es solo una entrega de frutas. Es una declaración de identidad.
El hombre que se presenta con su canasto no dice: “¡Qué buen año tuve!”, ni “Esto es fruto de mi esfuerzo”. Dice:
“Aramí oved avi…” – Mi antepasado fue un arameo errante.
Recordamos de dónde venimos, las pruebas de nuestros padres, y reconocemos que la tierra, el trabajo y el éxito no son propiedad privada absoluta, sino una sociedad sagrada.
En un mundo donde la palabra “éxito” suele medirse por cuánto acumulamos, Ki Tavó nos sacude:
El verdadero éxito es agradecer antes de gozar. Es darse cuenta que somos socios del Creador, y nuestro trabajo por sí solo no es suficiente, tal como vivir esperando recibir todo de Arriba, tampoco lo es.
Después, la parashá habla de las berajot y las kelalot — bendiciones y consecuencias negativas. No es un catálogo de premios y castigos mágicos. Es la radiografía de un pueblo: cuando vivimos con sentido espiritual, la vida florece; cuando nos olvidamos de nuestra espiritualidad, el tejido social se rompe.
No es amenaza: es realismo espiritual.
¿Qué nos toca hoy, aquí, en cualquier diáspora en la que estemos, lejos en tiempo y espacio de aquel Israel bíblico?
Tres desafíos muy actuales:
- Traer nuestras primicias modernas. ¿Cuáles son? Nuestro tiempo, nuestra palabra, nuestros talentos. ¿Los dedicamos a elevar o solo a consumir?
- Practicar la gratitud consciente. Despertar con el “modé ani”, y luego mantener esa línea de conciencia y gratitud, dar gracias por lo pequeño, es un acto revolucionario en una cultura que exige siempre más.
- Construir comunidad sólida. Las bendiciones de la Torá no son individuales: son colectivas. Si uno cae, caemos todos; si uno se eleva, todos ascendemos.
Queridos amigos, Ki Tavó no es un recuerdo arqueológico. Es un llamado urgente: reconocer que nada nos pertenece para siempre y que, precisamente por eso, todo se vuelve infinitamente valioso.
Que esta semana podamos presentar nuestras “primicias” —nuestra mejor versión— ante el Eterno, con orgullo humilde y alegría sincera.
Shabat shalom umevoraj.
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