Bono por acción

Tanto los miembros de la familia, como los integrantes de una empresa, así como los participantes de un encuentro educativo, o en otras situaciones grupales debieran hacer cada uno su parte para contribuir al bienestar común que repercute en el propio.
Tal el estado ideal de las cosas, que obviamente lejos está en muchísimos casos (¿en casi todos?).

Si cada uno conoce su parte y la cumple cabalmente, el sistema fluye con armonía y bienestar.
Sería lo más lógico y obvio, pero…

Cuando los elementos no están funcionando adecuadamente, no se puede pretender que los resultados sean satisfactorios.
Tal vez lo sufras en tu casa, en tu lugar de trabajo, allí en donde estudias, en la comunidad de la que participas.
Vamos, haz memoria.
Por ejemplo, los padres vienen molidos de un largo y duro día de trabajo. La casa está hecha un verdadero chiquero. Los hijos que están desde mucho más temprano no han realizado ninguna tarea doméstica, ni siquiera para ellos mismos. El desorden es lo que impresiona con fuerza desde el primer momento. Entonces, el padre grita, insulta, arroja al piso algún florero y patea la ropa que duerme en un rincón. Mientras la madre, en este modelo machista, comienza la limpieza, preparación de alimentos, lavado de ropa, organizar las compras del día siguiente, revisar las tareas del colegio de los hijos, etc. El padre requiere que las hijas mayores den una mano. Ellas parecen estar en otro mundo, absorbidas por sus pantallitas. El padre grita más fuerte. Alguien protesta, otro se queja, alguno echa culpas… cada vez más complicado el ambiente, la tensión asfixia, todo estalla. Más llantos, más agresiones, más de todo lo que debe evitarse…
Por ejemplo, los empleados duermen la siesta escondidos detrás de un viejo archivador, comen cuando se les antoja, no realizan los pedidos a los proveedores, desatienden a los clientes, dejan trabajo urgente sin terminar, se escapan antes de tiempo, conversan como si fuera una reunión social… ¿te parece una imagen conocida? La encargada es desautorizada por la dueña, por lo cual queda sin herramientas prácticas para intentar poner alguito de orden en ese enfermizo caos. Con lo poco que le resta de autoridad distribuye tareas, amonesta, corrige, se hace cargo de las mochilas pesadísimas de los otros, se estresa, se agota, termina asqueada de su trabajo…
Podríamos seguir con ejemplos, pero probablemente conozcas de primera mano historias similares.
Si es así, tal vez te has visto superado por la impotencia.
La amargura, los problemas que se acrecientan, la falta de respuestas, la indolencia, hasta la mala onda se suman.

Es imprescindible encontrar algún mecanismo para rectificar a individuos y colectivo.

Uno que no es muy recomendable es el del castigo.
A veces, tristemente hay que llegar a esto.
Observar por escrito al empleado en falta y con la acumulación de las mismas configurar un causal de despido legal.
O despedirlo inmediatamente.
O enviar al chico a la dirección.
O prohibir el uso de la tablet a la hija.
O se cancela el paseo al parque por mala conducta del hijo.

Si hiláramos fino encontraríamos que hay dos tipos del llamado castigo.
Aquel que en realidad es la consecuencia lógica y necesaria de un acto; y el que se produce por imposición de alguna autoridad, sin ser directa reacción de una acción.
Para que lo entiendas, que el niño no vaya al parque no es una consecuencia necesaria de su acto anterior, sino una regla restrictiva establecida por el padre.
Que el niño pierda la pelota porque no prestó atención a la regla de no jugar al lado del acantilado, es el castigo generado por la misma acción.

Este mecanismo de coerción funciona en tanto haya una autoridad atenta, los hechos se descubran, los castigos se puedan aplicar, etc.
Es un gastadero de energía, que no aporta realmente al mejor funcionamiento del sistema ni del individuo.
Se está en un espantoso juego de impotencia y apariencias de poder.
Se usa porque, aparentemente, no hay otro recurso.
Es que, según dicen somos hijos del rigor.
Es lamentable que así sea.

Pero, en tanto no se llega a la situación ideal, se podría probar con un sistema de beneficios que recompensa la actuación adecuada.
En éste, uno obtiene lo que da.

Tanto el premio como el castigo son efectos de actuar en consonancia a un código pautado y aceptado.
Así pues, queda de manifiesto el beneficio o el perjuicio inherente a la propia conducta. No se depende de mecanismos punitivos o restrictivos. No se hace padecer de impotencia. No se la padece.
Por el contrario, se reconoce nuestra limitación pero se apuesta a superarla en la medida de lo posible.
Entonces, la personas en lugar de soportar la impotencia de los castigos, o las amenazas de los mismos, en lugar de eso se ve reforzada en sus potencialidades para que deje de huir de las responsabilidades y las realice. Porque entiende que si actúa de acuerdo a la norma, entonces habrá beneficios; si no lo hace, no los habrá.

Para ponerlo en palabras simples, un ejemplo.
Es aquella casa caótica del ejemplo de más arriba.
Se establece y acuerda un código de conducta.
Por lavar los platos se obtienen dos puntos.
Por pasear al perro otros dos.
Por planchar la ropa son seis puntos.
Etcéteras en todo lo que sea que acuerden.
Se anota para los hijos sus puntajes, los cuales servirán para recibir determinados privilegios, también acordados previamente con los padres.
Entonces, la niña quería una sandalias X, precisa 200 puntos en su haber. De no tenerlos y de ser necesario y posible, los padres comprarán calzado para ella, pero no de esa marca, ni ese modelo, ni… sino estrictamente lo adecuado para calzar a la chica.
El varón quería pasar una semana en la casa de veraneo de un amigo, eso no es un derecho sino un privilegio que corresponde a 500 puntos. No los hay, no habrá visita. Obviamente se estimulará la amistad, se invitarán amiguitos, etc., pero el pasar una semana en un balneario no es un derecho, es un beneficio que se debe adquirir.
El que no quiere beneficios, que no los adquiera.
El que los quiera, que haga su parte.

Es un sistema que funciona, en familias, empresas, etc.
Si quieres, puedes probarlo, pero deben ser consecuentes. No sirve “tener lástima”, ni dar excusas, ni hacer trampas, porque se sigue en el modelo del caos y del EGO y no en el de la resolución.

Seguramente se pueden señalar defectos en este sistema, son bienvenidos para analizar juntos.
Pero, si el ideal de todos y cada uno haciendo su parte no funciona: si el de las puniciones y constantes limitaciones es doloroso y caro; ¿valdrá la pena probar este otro sistema?
Tú me dices.

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Jonathan Ortiz

Me hizo acordar de la lámina que estaba en su cocina en aquella visita Moré?

Muchas gracias por el texto, a veces se olvida que hay otros recursos más allá del castigo o el sermón.

Jonathan Ortiz

Una que dividia las tareas de los niños y les ponia estrellas o caritas algo asi. Al regresar a Vzla la aplicamos en casa.

Jonathan Ortiz

En ese entonces sí.

Jonathan Ortiz

Si, no recuerdo por qué pero vamos a retomarlo, los nenes están creciendo y pidiendo más y más.

Delallel

A sacarle provecho!!!
Que claramente hasta ahora me parece mucho mejor q otras técnicas de antaño.
Merci.

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