Templo humano y Divino

«y hará expiación por el santo santuario y
por el tabernáculo de reunión.
Hará expiación por el altar y por los sacerdotes.
También hará expiación por todo el pueblo de la congregación.»
(Vaikrá / Levítico 16:33)

Se puede trazar una línea que conectaba directamente el lugar propicio para el pueblo congregado, a la entrada del templo,
con el lugar para alzar las ofrendas junto al altar externo,
con el altar interno, el dorado que estaba dentro del atrio en el santuario (tabernáculo de reunión)
con el asiento del Arca de la Alianza dentro del Santo de los Santos.

No es casualidad esta conexión, ni los cuatro recintos pertenecientes a la santidad del Templo. Por lo cual, veamos una de tantas enseñanzas posibles al respecto.
Para perfeccionar nuestra existencia, es necesario recorrer cada una de estas instancias y hacer TESHUVÁ en lo que corresponde a ellas.
La comunidad en el patio representa el plano social.
El altar externo representa el cuerpo con sus tendencias mundanas.
El altar interno, junto a la mesa de los panes y la Menorá, representan el mundo interior, el de los sentimientos/sensaciones.
El Arca de la Alianza representa la esfera del pensamiento.
La Divina Presencia, por encima de la tapa del Arca, es la manifestación del Eterno en el Santuario.

Advertimos que las cuatro dimensiones materiales de nuestro ser deben sintonizarse, ponerse en armonía, alinearse con la Divina Presencia, la cual es la NESHAMÁ, o nuestra dimensión espiritual.
Porque lo que da sentido eterno y trascendente al Templo (nuestra existencia mundana), es la Divina Presencia (la NESHAMÁ).
De por sí el Templo es sagrado, pero su sacralidad no proviene de sus elementos, ni de su estructura, ni del amor con el que fue diseñado y construido; sino el motivo por el cual existe y a qué fin sirve.
Asimismo nosotros, nuestro cuerpo es merecedor de respeto, cuidado, amor, porque somos ese cuerpo; pero se redobla el aprecio cuando comprendemos que además somos el espíritu, y que es nuestro transito terrestre el período para dotar al espíritu del gozo de la experiencia sensorial.

Por tanto, es buena cosa conseguir alinearnos, perfeccionarnos, conseguir que nuestra vida sea beneficiosa aquí y de siembra de placer en la eternidad.

Porque, mientras alguno de nuestro planos esté desfasado, todo el sistema está fuera de balance y por tanto en enfermedad.
Tal vez no lleguemos a advertirlo, porque no haya síntomas ni signos, sin embargo incluso así es imprescindible realizar el trabajo de TESHUVÁ.

Advirtamos un aspecto sumamente importante, el cual es la confluencia de la santidad en este texto:
el día más sagrado del año- Iom Kipur,
el hombre más consagrado de todos los presentes- el Cohén Gadol,
realizaba el ritual prescrito para expiar por los pecados en el lugar más sagrado de todos- el Templo,
en representación del pueblo consagrado por Dios a su servicio- Israel,
siguiendo estrictamente los procedimientos marcados por el texto sagrado por excelencia- la Torá.

Si no hacíamos TESHUVÁ personalmente, alguien se iba a encargar de despertarnos a esta sagrada obligación.
Porque al menos en el Templo, en Iom Kipur, el Cohén Gadol, siguiendo el plano de la Torá nos estremecería para despejarnos y movernos a la TESHUVÁ.
Era una gran oportunidad que no podríamos desperdiciar.
Y sin embargo, la TESHUVÁ es un dulce trabajo para cada día, en cada lugar, hayamos cometido algún acto que se desvía de la buena senda o no.

Tenemos pues una tarea sagrada por delante, conocernos, respetarnos, amarnos, lo cual en cierta forma es una traducción del sentido profundo de la TESHUVÁ, que superficialmente traducimos como arrepentimiento, pero en realidad es el retorno a la mejor versión de nosotros mismos.
¿Cómo se consigue?
Por intermedio de la constante aplicación en construir SHALOM, que son acciones (pensamientos/palabras/actos) de bondad Y justicia, con lealtad al Eterno y Sus leyes.

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