En la sagrada Tradición se menciona al Ietzer HaRá, que puede ser traducido como mala tendencia, inclinación al mal, lado oscuro, el «Satán» (como fuerza emocional interior), impulso o instinto primitivo, entre otras formas de llamarlo.
Pero también se le puede decir con propiedad «EGO».
Pero, ¿qué es el EGO?
En una breve descripción, es el deseo de recibir, sin más.
Cuando el EGO está en su lugar, como subordinado al plano espiritual y al plano mental, domesticado por las circunstancias sociales, entonces cumple una función vital y necesaria para el sostén y desarrollo tanto del individuo como de la especie.
Pero, cuando el EGO es colocado en la posición de dominancia, siendo la persona esclavizada a sus antojos, entonces es que la persona sufre un desequilibrio, una alteración, una «posesión», que le impide actuar a pleno de acuerdo a sus potencialidades.
Cuando el EGO es el director, el deseo se enfoca en erigir al Yo Vivido como centro y finalidad de toda la existencia. Para que el Yo Vivido sea receptor, sin ulterior desvío de lo recibido hacia fines altruistas.
Bajo el imperio del EGO, no se toma consciencia de la presencia o necesidad de otros, ni de lo que es justo y bueno, ni de ser solidario, ni de lo que es saludable, sino solamente de aquello que se desea y que sirve para saciar el anhelo de sí mismo.
Si se hiciera algo por otro, en el fondo (o en el frente) la intención no es bondadosa, sino como medio para obtener algún beneficio egoísta.
Quien se somete al EGO ignora que la fuente de placer no se encuentra fuera de uno mismo, por lo que lo busca externamente.
Como un sediento en mitad de un árido desierto, persigue aquello que saciará su ardor, pero ni bien alcanza su objeto o hecho satisfactor, la sed retorna con más ansias y sufrimiento.
¿Cuál es esa agua que está persiguiendo?
El EGO busca alguna forma de atención como el reconocimiento, la alabanza, la admiración, el poder, la adquisición, la posesión, la riqueza, el aplauso externo, en resumen su deseo fundamental es ser notado de alguna manera, lograr que se reconozca su existencia.
Cuando tal no ocurre, o no siente la persona que lo sacie, entonces se redoblan los esfuerzos para alcanzar ese reconocimiento tan necesitado. A la par, se suele acompañar de reacciones emocionales e incluso fisiológicas. Reacciones que van desde la más profunda depresión -no la diagnosticada como clínica- hasta la agitación más pronunciada.
Es que, realmente se siente morir, carente de satisfacción, desnutrido, desfalleciente.
Pareciera una paradoja, que la persona esclavizada al EGO y que se centra en sí misma sufra tanto de la dependencia de otros.
Que no le baste su aplauso interno, sino el reconocimiento externo.
Que no sea satisfecho, sino que esté apenado por la angustia del no tener ni poder.
Alguien que se mira todo el tiempo a sí mismo pero no se ve ni se comprende ni procura desarrollar sus mejores potencialidades.
Es realmente paradójico: centrado en sí mismo pero ignorante de su ser; ansioso de aplauso e incapaz de admitirse en su realidad.
En este recorrido detrás de la vanidad, del reconocimiento como ser valioso, el papel de víctima es uno de los preferidos por los esclavos del EGO.
En parte es comprensible, ya que en realidad está siendo víctima de sí mismo, es un esclavo, alguien sometido, sin libertad ni independencia; por lo que el papel de víctima le queda a la perfección.
Sus emociones sobredimensionadas lo ponen en situaciones patéticas, de real sufrimiento, de dolor y no encuentra camino para superarlo.
El desequilibrio emocional producto de este sometimiento no tarda en repercutir en los otros planos de existencia, así por ejemplo la mente se colma de obsesiones, el cuerpo se fatiga, los lazos sociales se intoxican, etc.
En su rol de víctima puede explayarse para hablar de sí mismo y de sus problemas, justifica con sus males su dolor y aprovecha para centrarse más aún en su deseo y en absorber energías y recursos de los otros para tratar de satisfacer su insaciable apetito.
Su conducta y actitud, autocentrados, lo llevan a sentirse maltratado por la vida, por las demás personas, por el destino o por Dios; por lo que se excusa así para reclamar, quejarse, demandar, renegar, sentirse ofendido, injuriado, etcétera.
En vez de pararse sobre sus pies con dignidad, asumir su 100% de responsabilidad, enmendar sus faltas, el esclavo del EGO se sigue sumergiendo en banalidades, en infelicidad, en infidelidad, en ceguera.
Sin embargo, la persona que está aprisionada por el EGO no parece reconocer que éste es quien causa el sufrimiento, sino que ve a su apego por el EGO como la única respuesta posible para adquirir reconocimiento, importancia, poder, sentido de vida, etc.
En su ceguera, el esclavo del EGO es incapaz de ver el sufrimiento que se inflige a sí mismo y que inflige a otros. Justifica su malestar echando culpas a otros, siempre son otros los que algo habrán hecho para dejarlo en ese estado de incapacidad e insatisfacción.
La infelicidad es una enfermedad mental y emocional, con serias derivaciones sociales, creada por el EGO.
Los estados negativos como la ira, la ansiedad, el odio, el resentimiento, el descontento, la envidia, los celos y demás, no se ven como consecuencias negativas de las propias decisiones, sino que se toman como agresiones ocasionadas inmerecidamente por algún factor externo (el otro, la sociedad, tal o cual grupo, el destino, Dios).
«Tú eres responsable de mi sufrimiento» es lo que dice el preso del EGO, de una u otra manera.
Por supuesto que las religiones son un vehículo fabuloso para diseminar el modo de vida negativo del EGO.
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