El próximo domingo, que será 27 de Nisán, recordaremos de manera solemne a las víctimas y a los héroes de la Shoá. Desde 1959 es el “Iom hazikarón laShoá velaGuevurá”
“יום הזיכרון לשואה ולגבורה” “Día de recordación del Holocausto y el heroísmo”, según ley aprobada por la Knesset (parlamento israelí). Ésta es la fecha oficialmente marcada, porque es necesario tener un momento especial, único, que quede establecido como símbolo para todo los tiempos. También, porque no es bueno estar de duelo siempre, hay tiempo para el llanto y tiempo para la risa, tiempo para penar y otro para gozar, según enseña el rey Salomón en el Tanaj.
Pero, lo cierto es que cada día puede emplearse para el recuerdo y muy especialmente para comprometerse a que no vuelva a suceder algo similar, nunca más.
Pocos días atrás cantamos en el Seder de Pésaj, durante la recitación de la Hagadá:
“שלא אחד בלבד עמד עלינו לכלותינו” “Shelo ejad vilvad amad aleinu lejaloteinu” “Porque no fue solamente uno el que se alzó en nuestra contra para extinguirnos”. En cada época surge otro Amán el amalecita, otro Labán el arameo, otro Faraón, otro Antíoco, otro Tito, otro Arafat una y otra vez. Han intentado de todo: extirpar el judaísmo de los judíos, suprimir a los judíos del mundo, apartar del mundo a los judíos, sustraer a los judíos del judaísmo. Esto y otras tácticas más, terribles, espantosas, dolorosas, con mayor o menor “éxito”, con efectos que pueden perdurar durante largas generaciones. Pero ante esto hallamos una constante: la nación judía ha logrado prevalecer, puede haber caído, sufrido tremendas bajas, pero como nación se ha mantenido durante milenios, fiel a sí misma, a su origen, a su destino, a su esencia. “Am Israel jai vekaiam” “La nación de Israel vive y perdura”.
Recordar para comprometerse con la vida, es uno de los lemas que siempre acompañó al judaísmo.
Precisamente en la parashá que estamos comentando, Sheminí, encontramos el siguiente párrafo (Vaikrá/Levítico 11:44):
“Porque Yo soy Hashem, el que te hizo subir de la tierra de Egipto, para ser tu Dios. Por tanto, serán santos, porque Yo soy santo”.
“כִּי אֲנִי ה’, הַמַּעֲלֶה אֶתְכֶם מֵאֶרֶץ מִצְרַיִם, לִהְיֹת לָכֶם, לֵאלֹהִים; וִהְיִיתֶם קְדֹשִׁים, כִּי קָדוֹשׁ אָנִי”
“קָדוֹשׁ” “Kadosh” “Santo o sagrado”, en la tradición hebrea se entiende como aquello que está cercano al Eterno. También se comprende, en un sentido más general, como aquello que está separado y es en cierto modo único. “Lekadesh” es santificar, pero también apartar para dedicarlo a una situación o función particular. Por ejemplo, el esposo está santificado para su esposa y viceversa. Shabat es el día santificado para el pueblo judío y recíprocamente. Ierushalaim es la ciudad de la santidad, con alguna cualidad que la hace diferente y más cercana al Eterno.
Siendo así, ¿cómo puede el hombre, cualquier hombre, ser santo? ¿Se precisan de milagros, hechos maravillosos, una fe intensa, negar las cosas del mundo, vivir encerrado entre libros y soledad? ¿Qué es lo que exactamente hace sagrada la existencia de la persona?
Una de las posibles respuestas la brinda el versículo que hemos citado:
- Recordar la esclavitud que sufrimos, sea la de Egipto o cualquier otra (personal o colectiva).
- Tener presente que es el Eterno quien nos eleva de cada una de nuestras angustias.
- Mantener un vínculo cercano con el Eterno, fuente de toda vida y bendición.
- Actuar de tal modo que nuestras acciones se encuadren dentro del marco de la santidad (tal como lo define la Torá).
Recordar, pero no para estar anclado al pasado, con culpas o remordimientos, sino como trampolín para una buena vida aquí y ahora, proyectándose positivamente al futuro.