Parashat Ki-Tavó comienza con dos mitzvot, que se practican solo en Eretz Israel. A este tipo de mitzvot se las llama «hatluiot baaretz», es decir ‘mitzvot que dependen de la tierra’. La primera mitzvá es traer las primicias, los primeros frutos, al templo. Se entregaba en el templo el canasto con las primicias y se recitaba el texto que se encuentra en nuestra parashá al respecto.
Veámoslo:
«Entonces hablarás y dirás delante del Eterno tu Elohim: ‘Un arameo errante fue mi padre. Él descendió a Egipto y vivió allí con unos pocos hombres, y allí llegó a ser una nación grande, fuerte y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos afligieron e impusieron sobre nosotros dura esclavitud. Pero clamamos al Eterno, Elohim de nuestros padres, y el Eterno escuchó nuestra voz. Vio nuestra aflicción, nuestro trabajo forzado y nuestra opresión, y el Eterno nos sacó de Egipto con mano poderosa y brazo extendido, con gran terror, con señales y prodigios. Nos trajo a este lugar y nos dio esta tierra: una tierra que fluye leche y miel. Y ahora, oh Eterno, he aquí traigo las primicias del fruto de la tierra que tú me has dado.’ »
(Devarim/Deuteronomio 26:5-10)
En el mismo se describe brevemente una historia del pueblo de Israel: el origen idólatra, el descenso a Egipto, la esclavitud, salvación y la salida de Egipto por parte de Dios y la traída del pueblo de Israel a la tierra de bendición y prosperidad que nos fuera prometida.
Nos podríamos preguntar el motivo para narrar este asunto cuando se traen los primeros frutos ante el Eterno, pues, no parece muy lógico comenzar hablando del antiguo pasado, de las vicisitudes que transcurrieron hace siglos, hasta que finalmente estamos aquí ofrendando estos frutos. Sería más evidente si sencillamente agradeciéramos por la oportunidad de trabajar la tierra, de obtener los beneficios de esa dura tarea, de estar conscientes de que todo funciona gracias a la bendición del Todopoderoso.
Pero, no es lo que la Torá ordena, sino que nos da el texto antes mencionado.
Podemos sugerir como una posible respuesta que el fruto de las primicias es un símbolo del resultado del enraizamiento y el crecimiento de la tierra. Fuimos una semilla errante y muy diferente al árbol y su fruto, fuimos enterrados y tapados por tierra y abono, pasó el tiempo y murió nuestra personalidad de idólatras para convertirnos en un árbol, con numerosas ramas y muchos frutos.
Tal como si todo el proceso que nos entregó las primicias estuviera describiendo de cierta forma la historia de la formación del pueblo judío y su identidad sagrada, diferente a la de sus ancestros politeístas y pecadores.
Otra respuesta posible es que miremos un poco más lejos y más alto que el mero hecho agrícola.
No estamos flotando en un vacío, sino que somos producto de un pasado y también de las expectativas de un futuro.
Este aquí y ahora, único e irrepetible, está fuertemente vinculado al pasado y al futuro, y tenerlo presente nos permite vivir con más poder este momento.
Sigamos con la parashá.
La ceremonia termina con la entrega de las primicias en el templo, junto a la confesión de todo bien.
Pues así agradecemos al Todopoderoso por permitirnos cosechar el esfuerzo de nuestro trabajo, al mismo tiempo que reconocer que sin Su intervención nada es posible.
La segunda mitzvá es dar cada tercer año diezmos de la cosecha al Leví, al extranjero, al huérfano y a la viuda.
¿Por qué?
Pues, porque nuestra ganancia es nuestra, pero como tenemos al Socio que nos colabora, entonces no podemos dejar que el egoísmo nos atrape, sino que debemos aprender a despojarnos de una parte de lo que nos pertenece para ayudar al que más necesita.
Siendo solidarios damos una mano al necesitado, por tanto beneficiamos a los individuos pero también a la sociedad en su conjunto. Además, esté en nuestro pensamiento o no, estamos nosotros también recibiendo ganancias con esta acción noble, beneficios en este mundo y en el eterno.
La parashá continúa describiendo dos ceremonias que debían realizarse inmediatamente después de ingresar al país. La primera es la escritura de la Torá en piedras grandes y encaladas, en el monte Ebal, sobre la ciudad de Shejem (actual Nablus, ocupada por el régimen imperialista árabe-musulmán que pretende usurpar la tierra de Israel).
El segundo acto ceremonial previsto, es la proclama pública de las bendiciones y maldiciones, que se llevaría a cabo en las dos montañas sobre la ciudad de Shejem: Guerizim y Ebal.
En esta proclama se recitarán algunos de los mandamientos y luego se recitarán bendiciones y maldiciones.
Las bendiciones son la recompensa, o consecuencia favorable, por cumplir las mitzvot y las maldiciones son el castigo, o resultado dañino, por no cumplirlas.
La larga y dolorosa lista de las maldiciones se suele recitar en voz baja, en la lectura pública de la Torá, pues trae descripciones terribles de cosas que realmente padeció el pueblo judío en su milenaria historia.
La parashá finaliza con las siguientes palabras de exhortación por parte de Moshé:
«Guardad, pues, las palabras de este pacto y ponedlas por obra, para que prosperéis en todo lo que hagáis.»
(Devarim/Deuteronomio 29:8)