Siendo bebes, de manera involuntaria, automática, conseguimos llamar la atención para que nos cuiden, protejan, alimenten, aseen, etc.
Por lo general podemos obtener esos cuidados sin reclamarlos, porque tenemos a disposición personas que con cariño y responsabilidad saben que eso han de hacer: mamá, papá, abuela, señora que cuida, nana, etc.
Pero nosotros, con los instrumentos que poseen los bebes, no tenemos cómo saberlo.
Ni siquiera sabemos discernir entre lo que es yo y lo que es no yo.
Por tanto, esas herramientas instintivas de llamar la atención se disparan, una y otra vez, con cada molestia o necesidad.
Con el paso del tiempo, con la repetición de las conductas, se van formando hábitos, que son reacciones automatizadas.
Esto significa que no dedicamos tiempo para evaluar si responderemos así, sino que se disparan tras ser percibido el estímulo que las enciende.
Entonces, nuestro sistema de percepción recibe la señal y se produce inmediatamente, en pocas fracciones de segundo, la reacción que fue adquirida.
A nuestro cerebro le agradan los hábitos, pues implican un costo menor de energía, y al cerebro no le gusta desperdiciarla.
Por lo cual, nos vamos llenando de hábitos, para bien y para mal.
Entre otros, están aquellos que fuimos armando con las reacciones instintivas para reclamar atención y auxilio desde el primer instante de nacidos.
Así, el llanto, el grito, el pataleo forman la base de hábitos que sirven para llamar la atención de otras personas, las cuales (se siente que) debieran ponerse en acción para resolvernos el sentimiento de impotencia que ha provocado nuestro displacer que disparó la reacción.
¿Se entiende?
Algo nos incomoda, nos hace sentir impotentes.
De inmediato el cerebro pulsa el botón de un hábito que está etiquetado como “Llamar la atención”.
Porque hemos sido adiestrados para que se resuelvan mágicamente nuestros dramas de esa forma.
Mientras vamos creciendo se van complejizando tanto los hábitos como también las cuestiones que pueden provocarnos el sentimiento de impotencia.
Entonces, nos vamos volviendo más expertos en manipulación emocional, ya no tenemos a disposición solamente el llanto/grito/pataleo.
Ahora también hemos podido sumar otros recursos destinados a obtener satisfacción.
Al mismo tiempo, se ha ampliado la gama de cuestiones que nos dejan en estado de real (o sentida) impotencia.
Ya no solamente por sentir hambre, o tener el trasero sucio, o estar incómodos nos sentimos en impotencia (como bebes), sino que también cuando alguien nos contradice y no sabemos argumentar, o cuando deseamos vincularnos con alguien que no registra nuestra existencia, o cuando pretendemos un puesto laboral que recibe un competidor, o si queremos poner azulejos rojos en la pared del baño pero nuestro cónyuge los quieres azules, etc.
En cada caso se está a fracciones de segundo de sentir la impotencia, sea real o no, y de estar en medio de una reacción automática que reclama atención y mágica solución que proviene de fuera.
También está el reclamo de sentirse amado.
Porque si nuestra frustración no es solucionada por medio de estos mecanismos de manipulación, entonces sentimos que se nos falta el respeto, no se nos considera, no se nos quiere, no somos amados.
Lo cual se suma al sentimiento anterior de impotencia, lo que a su vez dispara nuevas y más pesadas reacciones automáticas que demandan atención y respuestas.
Una manera de progresar por sobre esto es aprender estos mecanismos y entrenarnos para darnos cuenta de lo que está sucediendo.
Entonces, sentiremos impotencia, frustración, enojo, y varios etcéteras que suelen derivar en disputas, insultos, reclamos, rupturas, malos entendidos, presiones, amenazas, violencia de todo tipo, etc.
Pero, en lugar de permitir que la reacción adquirida, el hábito, se manifieste, podremos tomar una decisión voluntaria, inteligente, resolutiva, creativa, saludable.
Podemos desplegar respuestas motivadas en el AMOR, y ser personas que actúan con Inteligencia Espiritual.
Y así, aceptar el momento de impotencia, reconocer nuestro sentimiento, ver las posibilidades, construir una acción que produzca resultados positivos.
Le decimos a ello: Construir SHALOM.
Que es mecanismo esencial de la persona con Inteligencia Espiritual.